En medio de una crisis de credibilidad al interior del partido y de cara a la sociedad, el pasado fin de semana el Partido Acción Nacional (PAN) designó a Jorge Romero como su nuevo dirigente nacional, dejando en claro que los blanquiazules viven tiempos turbulentos y que pasarán varios años en recuperarse.
El diputado federal con licencia llega a su nuevo cargo en una elección en donde se registró un 65% de abstencionismo, obteniendo cerca de 95 mil sufragios con el 89.8 por ciento de los votos computados, equivalentes al 79.9 por ciento.
Más allá de las frías estadísticas, que incluyen los 23 mil 887 votos, equivalentes al 20 por ciento, alcanzados por su rival, Adriana Dávila, lo cierto es que los blanquiazules están lejos de volver a recuperar la imagen de un partido de oposición seria.
"Hago un llamado a la nueva dirigencia: el modelo de PAN que ustedes han construido desde la última década no funciona. Nadie puede sentirse orgulloso cuando alrededor del 70 por ciento de los panistas no fue a votar", manifestó en su mensaje la candidata derrotada.
Como si lo anterior no bastara, la presidenta Claudia Sheinbaum arremetió. "Pues así que digan qué renovación tuvo el Partido Acción Nacional... No mucha, ¿verdad?"
Este grupo de panistas, al cual pertenece Marko Cortés y que en Tamaulipas la cargada siempre fue a su favor, ha tomado el control del partido en los últimos años y todo parece indicar que lo seguirán manejando a su antojo.
A nivel interno, el PAN ha dejado de ser un espacio de debate genuino para convertirse en un círculo cerrado que beneficia a quienes detentan el poder.
Esto ha tenido como consecuencia que se margine a voces críticas y se mantenga una estructura que aparenta democracia, pero en la práctica excluye a gran parte de su militancia.
La elección de Jorge Romero parece una continuación de ese estilo, en el cual las decisiones se toman en un pequeño grupo, minimizando la diversidad de ideas y de liderazgos que alguna vez caracterizó al partido.
Acción Nacional ha diluido su función como una oposición firme. Durante las últimas administraciones, su postura se ha caracterizado por reacciones tibias y, en muchos casos, por una desconexión profunda con las preocupaciones ciudadanas.
La falta de propuestas claras y diferenciadas ha contribuido a que una parte del electorado pierda confianza en el partido, percibiéndolo más como un obstáculo que como un defensor de sus intereses.
A medida que el país enfrenta retos urgentes, desde problemas de seguridad hasta demandas de justicia social, el PAN sigue atrapado en la defensa de intereses personales y de grupo.
En lugar de construir una visión renovada y moderna de oposición, el partido parece enfocado en defender una política que protege a sus élites, en detrimento de una agenda de oposición fuerte y coherente.
Si el PAN no rompe con estas prácticas, continuará relegándose a la irrelevancia y perderá la oportunidad de convertirse en la alternativa que millones de ciudadanos anhelan.