El algoritmo de Cat Power

Monterrey /

Cat Power se presentó la tarde del 4 de octubre en el escenario Tower of Gold del Hardly Strictly Bluegrass. Un festival de tres días apuntalado en el primer fin de semana de octubre que celebra los géneros de bluegrass, folk, country, world music y rock, así, en ese orden de importancia. En el cartel del 2024 sobresalieron nombres como Devandra Banhart, Mavis Stapples, Dakabraka de Ucrania que mezcla música tradicional y una suerte de downtempo orgánico, Sleater Kinney, Yo La Tengo, Patti Smith y desde luego Charlyn Marshall a.k.a. Cat Power. El festival permitía la entrada con maletas de cerveza o cualquier clase de alcohol que no esté envasado en botellas de vidrio.

Desde luego Patti Smith era el acto más esperado. Pero la mitad de las expectativas estaban puestas en la voz embriagada de misterio de Cat Power apropiándose del histórico bootleg de Bob Dylan Royal Albert Hall. Tenían el mismo peso que un imán para el refrigerador con la imagen de una Volkswagen combi con flores y el puente Golden Gate con las letras en tipografía insoportablemente hippie bañada en oro de 24 kilates. En diciembre de 1965, Bob Dylan ofreció una serie de conciertos en el Community Theater de Berkeley. Antecedido por una icónica conferencia de prensa en la que Dylan respondió con punzantes e inesperadas observaciones que desmontaba las prejuiciosas certezas de los periodistas que en ese momento daban por sentado que Dylan era un revolucionario de manual. Cinco meses después, el 17 de mayo de 1963, vendría el recital en el Free Trade Hall de Manchester, en el que un fanático con la cordura pendiendo de una corchea le gritaría a Dylan: “¡Judas!”. La reprimenda y la respuesta de Dylan: Toquen lo más fuerte que puedan antes de “Like a rolling stone” fueron grabadas convirtiéndose en uno de los momentos más inflexivos en la historia del rock.

A las seis de la tarde del 4 de octubre el sol quemaba de un modo inusualmente picante en San Francisco. En el descampado del escenario Tower of Gold, la audiencia estaba dividida entre boomers canosos fanáticos de Dylan y nativos digitales que veían a Cat Power como una suerte de guía espiritual cuyas frases pueden reproducirse en los timelines para dotar de espiritualidad a los avatares. Por mi parte quería hacer las paces con la cantante que ordenó a su público tener la boca cerrada, pues hasta el murmullo más discreto le perturbaba el aura o algo así. A mí no me manda a callar ni mi madre, pensé. Desde entonces me prometí nunca pagar ni un centavo por Cat Power. Por suerte, el Hardly Strictly Bluegrass fue absolutamente gratis.

Charlyn salió al escenario con un corte de cabello corto y relamido como Jean Seberg en “Breathless” de Jean Luc-Godard, blusa strapless negra con mangas largas y su amable desplante que le impide conversar con su público no más de dos frases cortas. Entonó las primeras sílabas de “She belongs to me”. Después de los gritos y aplausos la experiencia requería de esa espiritualidad que tanto se pregona en redes sociales. Un grupo de universitarios con gafas de sol y ropas ambiguamente holgadas exigían con aire de insolencia respeto y silencio en medio del bosque como si quisieran invocar el espíritu del Dylan de 1965 en ese afán de encumbrar la nostalgia para que el presente no sea eterno. Después de un rato supe que el grupito no tenía idea de canciones como “4th time round” o “It’s all over now, baby blue”. Uno de ellos decía que aquello no era lo que esperaba mientras abría una lata de gomitas de mota en colores rojo, amarillo y verde radiactivo. La verdad es que no eran fans de Dylan y de Cat Power, solo ubicaban éxitos sueltos en la playlist de algún influencer.

Fue imposible escuchar “Mr. tambourine man” en su minimalismo poético. La mayoría sostenía conversaciones despreocupadas como si Cat Power fuera uno de esos cantantes de bar de Sanborns que solo merece aplausos al final de cada nota. Pensé que eran los mozalbetes quienes solo podían hacer mutis cuando consultaban el estatus de sus likes. Hasta los sesentones eran incapaces de guardar silencio.

Lo peor fue un niño como de cinco años que parecía el hijo que tuvieron Regan MacNeil y Damien Thorn con hiperactividad no controlada haciendo berrinches lúdicos. Pegaba aullidos sin razón alguna y éstos se afilaban conforme sus padres lo ignoraban. Al final la madre tuvo que llevárselo entre pataleos.

El resto del concierto fue difícil de contemplar por las ráfagas de murmullos. Me pareció extraño que Cat Power no les ordenara cerrar el pico como antaño. Es un mito eso de que las generaciones digitales son la conciencia que el nuevo milenio necesitaba para reactivar la justicia en todos los ámbitos que sean necesarios. Lo cierto es que si no reciben un estímulo con el que puedan alimentar su red social de preferencia pierden el control de su entorno, convirtiéndose en un manojo de ansiedad con síndrome de túnel carpiano.

Por supuesto respetó el final con “Like a rolling stone” en medio de bailes. La gente estaba desesperada por salir de la hipnosis acústica. Por lo menos el algoritmo de Cat Power cumplió su cometido.

Al final no supe si disfruté el concierto o no. Supongo tendré que verla una vez más


  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
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