Septiembre

Monterrey /

Cada septiembre cumplo años.

Antes que nada, gracias a todos quienes se tomaron la molestia de teclear unas cuantas palabras de bondad y buenos deseos a través de cualquier plataforma de interacción humana. Lo digo de todo corazón. Recuerdo cómo en los tiempos de los teléfonos públicos y los celulares análogos solía recibir llamadas telefónicas de amigos con los que reventaba en ese momento. Mi hermano y padres. Primos. Cuando fui mesero y un 28 de septiembre caía en jornada laboral, nos íbamos a gastar las propinas con los compañeros de turno hasta el amanecer. Aunque también lo hacíamos en días de no-cumpleaños. Durante los primeros años de las redes sociales, inesperadamente recordabas las fechas exactas de nombres que no escuchabas desde la secundaria o los primeros semestres de la universidad. Parecía un misericordioso avance de la tecnología. También eran tiempos de pocos contactos. Al menos para mí. Resultaba fácil dejarles un mensaje bonito. Un regalo virtual. Acaso un video de The Birthday Party cuando Nick Cave ponía voz a una alarmante banda de postpunk cargado de miserables referencias familiares. Si algo tiene el EP “Hee Haw” de The Birthday Party es utilizar los lugares comunes de la fiesta como un caldo donde se cuecen todas las miserias humanas camufladas por la supuesta felicidad: “Los grupos de personas en las fiestas son tan repugnantes: toda su envidia y pequeñez y engaños afloran. Si quieres saber quiénes son tus amigos puedes hacer dos cosas: invitarlos a una fiesta o ir a la cárcel. Pronto descubrirás que no tienes amigos”, decía Bukowski.

A lo que voy es a que en esos años no había ansiedad social por acumular seguidores o likes. Suena como si estuviera hablando de disquetes o cualquier tecnología obsoleta, pero hablo de lo que sucedía hace siete u ocho años a lo mucho.

Creo que no soy mamón con quienes me mandan solicitudes en Facebook. Acepto por cortesía. Pero de un tiempo para acá, cuando abro el Face por primera vez durante las mañanas, cada vez son más las personas que cumplen años. Tuve un ex novio que se preparaba una taza de café especialmente para desearle feliz cumpleaños a cada uno de los contactos que le indicaba el algoritmo. Abría el traductor de Google para desear feliz cumpleaños en mandarín, suajili y polaco. Le pregunté si conocía personalmente a cada una de las personas a las que les ponía frases como de tarjetas de Hallmark. Se encogía de hombros. La programación facebookera le hacía sentir que de no hacerlo, era un usuario al que no le importaba los sentimientos. No preparé una taza de café ni contesté personalmente cada uno de sus mensajes, pues hace mucho que opté por que Facebook y otras redes sociales piensen lo que les dé su chingada gana sobre mí. Lo que quiere decir que mis posts de feliz cumpleaños van disminuyendo. Por las redes sociales ahí de pronto me encuentro con alguien de compromisos sociales. El contacto humano me parece debe tener más respeto. Prefiero hacer una pedota milenaria y tengo la franqueza de ponerle algo. Por favor, no tomen estas distracciones como una afrenta personal. Las redes sociales nos obligan a inventarnos resentimientos que nada tienen que ver con la que todos estén invitados, complejidad humana. Pero como decía el pensador y crítico musical Mark Fisher, interactuar en bajas pasiones. Pero al menos éstas provienen de personas de carne y hueso. Eso siempre será mejor que la histeria, porque las redes sociales se han convertido en un trabajo por el que no somos remunerados. Un hábito laboral sin días de descanso. Parafraseando a Fisher, incluso cuando vamos de fiesta, salimos de viaje estimulada por avatares, o tenemos sexo; seguimos alimentando nuestras redes sociales con alguna actualización con la que se beneficiará alguna marca. Y por la cual no recibimos ni un dólar. Así que una vez más gracias por todos sus mensajes. Una vez más, lo digo de todo corazón.


  • Wenceslao Bruciaga

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