“Trainspotting”: una inyección de 27 años

Monterrey /

Después de ver “Trainspotting” por primera vez prometí que nunca iba a casarme.

Era 1996 tenía 19 años y algunos adultos me hostigaban con eso de que si me dedicaba al periodismo y a las letras, y a la homosexualidad, moriría de pecado y hambre: “Es hora de que vayas ahorrando para que cuando te cases ya tengas al menos un terreno y un auto para tu esposa”, me decía alguien, según la familia, mi padrino, el famoso contador público que nunca escogí y encarnó la noción de éxito promedio clasemediero que siempre me impusieron como modelo a seguir.

Ahí estaba, al interior del auditorio de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. El cartel la anunciaba como “La naranja mecánica de los 90”. Descripción ramplona e innecesaria.

Entonces sucedió. La primera escena, como un balón de soccer estrellándose en nuestra narices: Mark Renton, interpretado por Ewan McGregor, corriendo por las calles de Edimburgo, sus pies en polvorosa huyendo de unos policías sincronizados energúmenos con la batería de Hunt Sales en “Lust for life” de Iggy Pop que sonaban a todo volumen, bajo la voz en off de Renton/McGregor que recitaba: “Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia… Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo… Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego… Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?”.

Arrancaba el himno de una generación, porque “Trainspotting” (cuyo término es un juego de lenguaje entre la actividad de los trainspotters que consiste en sentarse a contemplar los trenes, y la metáfora de las venas como vías ferroviarias, por lo que trainspotting se entiende como buscar la vena adecuada para inyectarse heroína) cuestionaba convenciones universales que incluían tanto a bugas como gays, madres adolescentes y futbolistas enajenados, estudiantes brillantes y tipos con déficit de atención, devotos de la salud en perfecto estado y drogadictos, pacifistas y violentos, mediante un bombardeo de imágenes editadas con surrealismo y a la velocidad de MTV y el apogeo rave, bajo la dirección de Danny Boyle, quien se dispuso a adaptar la compleja novela del escocés Irvine Welsh publicada por primera vez tres años antes.

Fuimos muchos quienes primero vimos la película y después salimos corriendo en busca del libro en versión de slang subterráneo-ibérico que formaba parte de la colección Compactos de Anagrama.

“Trainspotting” y sus personajes, antihéroes insensatos y hedonistas, fue una película que confrontó a la Generación X con su propia simulación social e histórica.

27 años después sigo padeciendo la misma angustia cuando razono el momento en que Renton escoge rehabilitarse y piensa en comprarse una lavadora, un coche, un equipo de compact disc y abrelatas eléctrico después de traicionar a sus amigos y robarles el botín por el que todos arriesgaron el pellejo.

La crudeza de sus escenas desnudaba los falsos espejismos y sus fatales desilusiones, el futuro incierto, con lenguaje callejero y a nivel de lasitud y fragilidad de las clases bajas, lo que hacía de “Trainspotting” un documento aterradoramente real y alejado de las comodidades resueltas de Douglas Coupland, por ejemplo. Acompañado de un soundtrack que celebraba el pop británico y urbano con algunas concesiones gringas: New Order, Pulp, Blur, Primal Scream, Underworld, el dúo que logró capturar la sensación incompatible de desesperanza y sueños en casi 10 minutos de techno belicoso, y cómo olvidar la sobredosis más poética de la historia del cine, cuando Renton va en caída libre al centro de la tierra mientras Lou Reed canta “Perfect day”.

En mi vida hay un antes y un después de “Trainspotting”. ¿Por qué habría de escoger endeudarme con créditos para un terreno y un auto? ¿Quién necesita razones cuando tienes homosexualidad hirviendo en el estómago? En 1996 no había matrimonios igualitarios ni posibilidad de que los homosexuales adoptaran y las marchas del orgullo celebraban la diferencia, y bajo esa perspectiva se planteaban los derechos a exigir.

“Es hora de que vayas ahorrando para que cuando te cases ya tengas al menos un terreno y un auto para tu esposo… Ya no tienes pretextos”, me han dicho ahora que formo parte del bando de los que llevan un anillo en el dedo índice de la mano izquierda.


  • Wenceslao Bruciaga

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