Ya dije la semana pasada que, desgraciadamente, el título de estas líneas es lo único que tienen en común con el nombre de la novela de Dickens y que si lo seleccioné, de entre otros posibles, se debió a las expectativas que provocó el anuncio de la inauguración de la exposición “Nuevo León: el futuro no está escrito”, inaugurada en el Museo Marco de Monterrey a partir del pasado 21 de agosto.
Digamos que las elucubraciones del público estuvieron alimentadas, por un lado, por ver exhibida, de una manera más formal, la obra de Aristeo Jiménez y, por otro, por ver piezas que no fueran del todo conocidas –como las primeras–. Pensar en estas posibilidades se debió a que al ser, el fotógrafo y su trayectoria, la excusa para rendirle un oculto homenaje, era de esperarse que se exhibieran otros, mejores y nuevos trabajos, que acabaran por justificarlo ante propios y extraños.
Con la presentación del trabajo de 11 productores más (alrededor de 603 piezas) se fue armando la que podríamos identificar como la segunda parte de la exposición homenaje a Jiménez. Según se ha dicho, se pretende mostrar a Aristeo como pionero en el tratamiento de esta temática, como si hubiera sido una cabeza de playa que, conforme avanzaba, iba mostrando oscuros y secretos perfiles de nuestra sociedad. Esta acción, por lo que se dice, influyó en otros que, al igual que él, se lanzaron a la búsqueda crítica de los vicios públicos de una ciudad consumista y materialista desde sus cimientos. El resultado –la exposición– debiera ser, pues, un amplio despliegue de imágenes sobre una cara de las muchas que presenta una ciudad como Monterrey.
Ya hacía mención la semana pasada a lo complicado que resulta llevar cabo (curar como se dice ahora) una muestra como esta. Me sorprende que intenten presentar a través de estos 11 productores, lo que llamaremos la temática amplia de la exposición, pues para otros criterios, por ejemplo, podrían incluso haber sido el doble de fotógrafos o su mitad, sin alterar por ello la línea Jimenezca que se quiere honrar. Si no están todos es porque no caben, no cumplen con los estándares de los curadores y/o el museo, o de plano son desconocidos.
Buena parte de las expectativas que traía consigo la inauguración de la exposición, no fue solo su tamaño, y el estar compuesta por fotógrafos locales, sino que entre estos hay nombres y trabajos que ha ganado reconocimiento no solo en la ciudad o el país, sino más allá, luego entonces, verlos reunidos ofrece la oportunidad de tener una visión más o menos actualizada de nuestros productores más representativos.
Curiosamente, según mis cuentas y gustos, en la exposición están presentes cinco fotógrafos que claramente rebasan los límites de la ciudad (Alejandro Cartagena, Juan Rodrigo Llaguno, Oswaldo Ruiz, Ruth Rodríguez y Estefan Ruiz), mientras que el resto, a pesar de créditos y recomendaciones, es desigual, circunstancial, falto de profundidad y de tino.
Me quedan dos dudas. ¿Qué hacen ahí los exhibidores con material – impresiones– de la Fototeca? Entiendo que son como un recordatorio a una supuesta historia de la fotografía en Monterrey, a la presencia eterna de sus temas, pero ¿estamos todos de acuerdo con esta interpretación? Y, más difícil aún, ¿alguien sabe dónde quedó el crédito de Roberto Ortiz Giacomán? Porque obra suya sí la hay…
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