Este momento, cuando estando a punto de dejar atrás los primeros 24 años de un nuevo siglo, de un nuevo milenio, el tiempo que vivimos deja de ser la era de lo postmoderno, para transitar desde hace tiempo por un periodo igual de confuso, ambiguo o contradictorio, el que denominamos época contemporánea.
Aunque ha dejado de haber consensos, sí podemos coincidir al señalar algunas prácticas que se han modificado con este cambio en el paradigma del tiempo, por ejemplo, la violenta irrupción de la posverdad como discurso dominante no solo en lo social y político, sino hasta incluido el campo cultural y los guardianes de sus respectivas academias. Esta tendencia, enfoque o metodología para enfrentar, entre otros, los datos históricos, ha obligado prácticamente a una farragosa tarea de revisión y corrección que, en algunos casos, parece no tener fin.
Mañana se cumplirán simbólicamente algo así como 110 años de haber iniciado lo que en su momento fue el primer movimiento social revolucionario del entonces nuevo siglo. ¿Qué tanto se puede decir, desde este cuarto de siglo XXI, acerca de la cultura y las artes de aquel momento? La pregunta me parece pertinente, por lo menos desde tres ejes distintos: uno, la cercanía o coincidencia de fechas que suele provocar este tipo de ejercicios; dos, dentro de la transición del arte académico del siglo XIX al moderno, la pintura y demás artes visuales que se practican en México, se verán más que influenciadas, alineadas, a favor de una serie de tendencias opuestas o contrarias a las enseñanzas en y de la academia, cuyo conjunto bien puede identificarse como la culminación del mundo moderno en nuestras artes. (Hoy en día, gracias, lo rescatado por las diversas revisiones a la vida de la academia, sabemos que esta no solo jugó el papel de oposición en estos enfrentamientos, sino que, quizás más importante aún, también contribuyó y de manera significativa en la transformación de la institución en un aparato moderno, más afín a lo que se vivía en este entonces en todos los demás ámbitos). Y, tres, preguntarse por el arte de principios del siglo XX en este momento, es válido dada la supuesta identidad que existe entre el Gobierno actual y los propósitos ideológicos del arte nacionalista, que es como se ha identificado al conjunto de prácticas que se generó en ese entonces, en torno al quehacer de los llamados Tres Grandes de México.
Hoy día es mucho lo que se puede decir de aquel movimiento que en ocasiones parece ser aliado del gobierno posrevolucionario y en otras su más acérrimo crítico, pero más que eso, en lo personal me interesa, con toda esa carga, volver a asomarme a la práctica local, ¿por qué la primera impresión que tenemos es que nuestros pintores, escultores, arquitectos, lejos estuvieron de involucrarse en tales discusiones y resultados? Rápidamente dicho, ¿por qué que aquí no hubo, al menos en un principio, un arte nacionalista?
Más que ofrecer como respuesta lo primero que se nos ocurra, es aquí donde exposiciones como la que venimos comentando (“Crepúsculos que duran un instante”) sirven de introducción a una indagación de este tipo. Ahí, entre las fotografías, pinturas, esculturas y letras que se exponen, se encuentra una posible respuesta que permita una mejor comprensión de aquel momento en lugar de la típica negación o denostación de lo nativo: aprovechar el pasado para la comprensión del presente para prepararnos mejor para lo que viene.
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