Decimos con toda seguridad que el pasado, su conocimiento, su estudio, es la mejor guía para el futuro; su aprehensión no solo provoca, sino que asegura que se tomen las mejores decisiones o las menos erradas de cara al futuro. Pero precisamente al invocar este otro momento, la regla del tiempo se desvanece, pues apenas acabando de nombrarlo ya se hizo tiempo presente, que es el punto desde el cual pretendo ver algo que aún no ha sucedido y, probablemente, jamás suceda con la forma y contenido con los que supuestamente lo proyecto. Algo parecido sucede con el tiempo pasado, al estudiarlo, al escudriñarlo, lo estoy haciendo presente, como lo hará quien se acerque a los mismos acontecimientos dentro de 100 o más años.
De regreso a la exposición “Crepúsculos que duran un instante” (Pinacoteca de Nuevo León), una visión panorámica de la poesía y las artes visuales en Nuevo León, a lo largo de los últimos 200 años, es evidente que estuvo planeada de acuerdo a esta concepción del tiempo, es decir, que las letras y las artes visuales de este estado tienen un pasado –que puede ser conocido y estudiado–; un presente que es el eje que articula toda la exposición, es decir, desde donde se planea, organiza y realiza, desde esta época; y que habrá un futuro que ya podemos empezar a soñar cómo será, pues no hay nada que nos indique que se pudiera romper la secuencia con que han venido manifestándose en esta sociedad, al menos desde hace 200 años.
Vista de otra manera, la exposición con el despliegue de su contenido sostiene la idea de que estas manifestaciones –la poesía, fotografía, escultura, etcétera– son parte de un continuo que al contemplarse de esta manera no puede significar otra cosa que la historicidad a la que pertenecen y/o la(s) historia(s) particular(es) a la que dan forma. Es decir, lo que vemos en el conjunto armado para mostrar estos 200 años de creación no es más que una posible manera de ver y entender cómo a través de la historia –la sucesión del tiempo– se han ido acumulando, por una u otra razón, en estos objetos, de tal suerte que el mirarlos en y desde este momento podemos caer en cuenta de que son parte de la historia del arte y la cultura de nuestro estado, y no solo eso, sino que por su misma historicidad han logrado crear una actividad permanente en torno a ellos (cómo es esa actividad, qué características tiene, en qué etapa se encuentra, son temas para otra discusión) que garantiza su continuidad y el que se vayan formando eslabones propios que, al interaccionar, irán haciendo más y más fuerte su historia, a la vez que formarán su propia tradición.
Hay una última idea que quisiera dejar, por lo menos, planteada en este contexto y de lo que se ha venido discutiendo a lo largo de estas tres últimas semanas. ¿A partir de qué momento se puede hablar de una historia del arte o una historia de la cultura en Nuevo León? No existe tal momento fundador, lo mismo pudo hacerse hace 20 años (de hecho hay que estar conscientes de que lo que en ese momento se escribía sobre estos temas era, sin lugar a dudas, historia de la cultura) o podría retrasarse por 10, 15 años o más, qué sé yo. Siempre ha existido esa historia, como la historia política, la económica, etcétera, más bien lo que ha cambiado ahora es que nos hagamos esa pregunta cuando hace 20 años o más quizás no había historiador al que se le ocurriera planteárselo. Si en este momento nos atrevemos a creer que incluso una muestra como esta puede contribuir a la formalización de una historia del arte/de la cultura, no solo es por el volumen de material que ya hay para trabajar una historia de más amplio vuelo, sino, principalmente, porque ya están formándose quienes, sin tener que convencerlos, están dispuestos a emprender esta gran empresa con la que gracias a sus resultados todos terminaremos ganando.