Para la mayoría de nosotros, al mirar las imágenes de una fotografía, o de una buena parte de ellas, nos resultan comprensibles porque comparten con muchas otras características que al paso del tiempo han terminado por hacerlas comprensibles –familiares– para casi todos los que lleguen a observarlas. Esto quiere decir que antes de ese momento tuvimos enfrentamientos similares, que hoy nos permiten no solo la comprensión de lo que miro, sino agrupar toda una serie de experiencias bajo etiquetas que me permiten manejarlas (compararlas, descifrarlas, interpretarlas, asociarlas, etcétera) y reaccionar ante ellas según la asociación de donde provengan.
Sin la generalización de los contenidos de estas cadenas de visión-entendimiento, nos sería prácticamente imposible cualquier conocimiento, ya que cada nueva experiencia, para validarse, tendría que remontarse hasta el encuentro original, lo cual, se comprende, es imposible. Debe entenderse también que las imágenes que hemos construido a lo largo de la historia son más o menos complejas, dependiendo de aquello que deseen representar, conforme se han ampliado las necesidades de representación, las imágenes han cambiado en su complejidad.
Para mejor entender esta discusión hay que tomar en cuenta que hay quienes creen que solo tenemos acceso a un parte de la realidad, no a toda, sino solo a la que vamos necesitando conocer, mientras que otros creen que sí estamos en contacto permanente y total con la realidad, la cual vamos conociendo, descifrando, desentrañando. En cualquier caso, el papel de las imágenes y de la fotografía por tanto será documentar, recrear la realidad, tanto la ya creada como la que vamos haciendo aparecer según nuestras necesidades.
Esta es una labor que no concluye; cualquiera que sea la postura que tomemos, la finalidad será la misma: ensanchar el mundo de las imágenes y con ello nuestra comprensión-apreciación de ese mundo a través de sus apariencias.
Tomemos un ejemplo. La más reciente exposición de Nicola Lorusso en la galería Drexel, “El juego de las cosas”, abierta al público a partir del jueves 5 de septiembre. Se trata de una parte de una colección mayor de imágenes que el fotógrafo ha venido coleccionando hasta formar un sólido cuerpo de más de 80 imágenes (en exposición, por razones de espacio, no se hallan más de 15). Cada una de ellas representa un conjunto visual inexistente hasta que no se forma, primero en los órganos de la percepción visual de Nicola –el primero en percibir el conjunto–, después en el mecanismo de su cámara, en el momento en que decide accionar el obturador de su máquina, que es el mismo en que cobra vida esa serie de imágenes, inicialmente dispersas, aleatorias, para convertirse en una composición fotográfica, gracias a la cual obtiene otro sentido o simplemente revela su sentido esa colección de objetos en ese preciso momento. Al finalizar este procedimiento terminarán convirtiéndose en una fotografía.
Así pues la exposición puede resumirse, como la invitación de Lorusso a visitar, a contemplar, junto con él, estos segmentos de una realidad que a pesar de parecer incomprensible por multifacética, encierra el orden secreto que el solo ojo del fotógrafo descubre en ella.
Septiembre 9, 224
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