Hasta hace unos años, el título que encabeza estas líneas hubiera remitido, casi automáticamente, al servicio postal o de correos, al que era frecuente recurrir para cumplir con una serie de actividades, todas relacionadas con la comunicación a distancia y dentro de esta, algunos de nosotros habremos llegado a emplear, en distintos momentos, la humilde tarjeta postal.
Hoy en día aún es posible encontrar stands que ofrecen una amplia oferta de tarjetas postales (en las tiendas de los museos, en estaciones de trenes y camiones, en sitios con alta densidad turística, etcétera), como también mercados especializados en su compra-venta, y se han formado valiosas y densas colecciones de estos impresos especializadas en paisajes regionales, urbanos y rurales, artesanías, obras de arte y arquitectura, convirtiéndose en valiosos auxiliares para la historia, entendida esta desde distintas opciones, no solo la del tema central que representan, sino también, por ejemplo, para la historia de la moda, de las costumbres, el transporte, e incluso de la cámara fotográfica y los medios de impresión empleados en la producción de estas tarjetas.
Por paradójico que parezca, la antigua tarjeta postal hoy se mimetiza al lado de los miles y miles de fotografías que a diario se toman y comparten a lo largo y ancho de este mudo y que tienen, muchas de ellas, la misma finalidad que las postales de antaño: informar a otros, de manera breve y lo más explícito posible, sobre algún tema en particular. Más allá de este punto, difícilmente estas nuevas imágenes se convertirán en las postales de la era electrónica, aunque sí, es posible, darán paso a otro tipo de actividad en la que estén involucradas. Por ejemplo, los miles de atardeceres coleccionados por Penélope Umbrico.
Buscando, por otra parte, de aquellos tiempos nos queda también lo que se denomina el tamaño postal, o sea los soportes que guardan la proporción de 10 x 15 centímetros (aproximadamente 4 x 6 pulgadas) y que son los que desde los orígenes de este servicio se establecieron como estándar. Como sabemos, rápidamente empezó a emplearse la cara libre de las tarjetas, primero con dibujos e ilustraciones, pronto con fotografías. Me gusta pensar en las “Carte de visite” (1854) como un antecedente de las postales, tanto por el tamaño empleado (por lo general 6 x 9 centímetros), por el soporte rígido y, principalmente, por su producción, semiindustrial en el caso de los retratos de Disderi, francamente masiva en el de las postales, por lo que también habría que asociarlas al uso corriente de la imprenta y su asociación con la fotografía (1880).
En lo personal, me interesa este tamaño postal en las fotografías, porque me permite un tipo diferente de lectura, uno quizás más íntimo o personal, incluso portable, lo que convierte a la tarjeta en un artículo que puede mirarse, prácticamente, en cualquier momento, por lo que está más cercana, por ejemplo, al diario personal, a un tipo de recuerdo individual, contrario al uso social de la fotografía. En el mismo sentido, me parece más cercano al ámbito del libro, creo más en un fotolibro como medio ambiente natural de la fotografía que en una exposición. Y salvo necesidades muy concretas, de alta definición y detalles precisos, no creo que la fotografía, en cuanto fotografía, deba crecer desmesuradamente (a menos que esa sea la finalidad). Si Octavio Paz dijo que la realidad es más real en blanco y negro, yo diría que se comparte mejor en tamaño postal.