Entre burdos y palurdos

Ciudad de México /

¿Quién quiere ser sutil, irónico o agudo, si lo de hoy es ser estúpido con altavoz?


Hace ya tiempo que somos testigos de la agonía de la sutileza. Se le tomaba, antaño, como signo de civilización y respeto a la inteligencia de los otros. Una media palabra, un adjetivo implícito o una imagen poética servían —y aún sirven, sólo que en círculos cada día más pequeños— para expresarse con ingenio, amenidad y buen sentido. Lo que ahora se estila, sin embargo, es ser tan burdo como se pueda, y se puede sin límites.

“¡Yo soy así!”, se defiende el aspirante a mandril y se jura incapaz de contenerse, argumentando que ello es muestra clara de su sinceridad incorruptible. Una defensa acaso muy válida para el niño que está aprendiendo a hablar y se limita a decir “mamá” y “caca” siempre que tiene ganas de ir al baño, pero uno quiere creer que quienes ya han pasado por la escuela tienen más y mejores herramientas para expresar sus sentimientos y puntos de vista. Ahora bien, el problema no es tanto que menudeen quienes prefieren expresarse como cavernarios, sino que encima de ello sean sordos a toda sutileza, ya sea por flojera, ignorancia, impaciencia o alguna otra tara con la que por lo visto viven muy contentos.

El humor, las canciones y los libros solían ser territorios fértiles para lo sutil, pero hoy son mayoría los estériles que prefieren llamar a las cosas no sólo por su nombre, sino de la manera más vulgar y huérfana de ingenio, aduciendo que ellos no tienen pelos en la lengua, cuando lo que realmente nos demuestran es el subejercicio de su materia gris. Tengo para mí que las mejores expresiones del ingenio no son las que te abruman con su tosquedad, sino las que te empujan a pensar y buscarle la vuelta a las palabras, de manera que salten a la vista secretos escondidos cuyo descubrimiento significa placer y recompensa para la mente alerta.

El celular reclama mi atención con avasalladora intermitencia. Octavio Hoyos

El gran problema de la sutileza es que requiere de dos ingredientes cada vez más escasos en nuestros días: el tiempo y la atención. Si antes nos esmerábamos en contar un chiste, hoy apenas hay tiempo para compartir un meme, que es un chiste sin trama del cual cada uno se ríe por su lado. ¿Cómo voy a tener tiempo bastante para escuchar la historia chusca que me cuentan, si el celular reclama mi atención con avasalladora intermitencia, de modo que no puedo darle a nadie el regalo de mi atención indivisa? ¿Cuál es el sitio para el humor fino ahí donde no hay espacio para la reflexión, ni el menor interés en esforzarse por mirar más allá de las propias narices?

No podemos pedir a una mentalidad que día con día se empobrece y achata que conserve el sentido del humor, aliado natural de lo sutil y embajador tenaz de la agudeza. Si no hace uno el esfuerzo elemental para entender los chistes, terminará creyendo que la gente se ríe a sus costillas, y entonces condenándoles por motivos risibles de por sí. Como la perspicacia que lo hace posible, el humor refinado suele acomplejar a quienes no consiguen o no les da la gana comprenderlo, y sin duda enfurece a los que solamente se permiten reírse a manera de burla y por venganza. Una risa asquerosa, hay que decir.

La sutileza no tiene lugar en la publicidad ni en la propaganda, cuyos emisores no pueden darse el lujo de que cada uno interprete a su modo los mensajes, y hoy el mundo está lleno de una y otra. El éxito social ya no tiene que ver con la argumentación, basta con repetir algunos cuantos lugares comunes para ser aceptado y admirado, y hacerlo sin la mínima sutileza, para que no haya duda ni discusión posible. ¿Quién quiere ser sutil, irónico o agudo, si lo de hoy es ser estúpido con altavoz? ¿Qué le importa al gritón el valor de un murmullo? ¿Para qué complicarse con palabras, si es más fácil decirlo con mugidos?


  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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