A sus 16 años, David ya ha probado de todo: mariguana, cocaína, LSD, hongos… Empezó a los 12, cuando en su trabajo le ofrecieron su primer ‘churro’ de mota. Pasaron apenas dos meses cuando sintió que la mariguana ya no le bastaba y buscó otra droga mucho más potente que lo terminó enganchando hasta hoy: el cristal.
“Dejé la mota, y el cristal no”, narra este adolescente de tez clara y complexión delgada que en los momentos más críticos de su adicción llegó a pesar 35 kilos. “Ya estaba bien calaca”, recuerda con humor mientras frota sus manos con insistencia tratando de controlar la ansiedad.
“El cristal yo lo busqué con un compa. ‘¿Qué tienes más fuerte?’, me dijo: ‘tengo cristal, cabrón’. Le digo: ‘a ver, pasa’. Y ya, me vendió 100. De ahí me lo fumé y lo inhalé, y me gustó. Al otro día fui por 200. Y al otro día fui por más, y fui por más y por más, todos los días, ya era de diario... Ya no tenía dinero, a veces ni comía por tanto consumo”.
David –quien pidió cambiar su nombre para proteger su identidad– está por cumplir un mes en la Unidad de Hospitalización Iztapalapa de Centros de Integración Juvenil (CIJ), la única clínica gubernamental en el país –hay otras privadas– destinada al internamiento de hombres y mujeres de 12 a 17 años con problemas de consumo de sustancias psicoactivas.
Su directora, la doctora Mónica Ester Muñoz, explica a MILENIO que la adicción de David al cristal no es un caso raro o excepcional, sino que se ha convertido en la constante de los adolescentes que solicitan atención en esta unidad.
“Puedo decir que por lo menos 90 por ciento de los chicos y chicas que en estos momentos están internados o están en tratamiento residencial, se encuentran con este consumo (de cristal), ya sea como droga de impacto (la que los lleva a solicitar tratamiento) o alguna de las drogas que han utilizado durante el último año”, dice Muñoz.
El cristal es una de las presentaciones en que se vende la metanfetamina, una de las drogas estimulantes de origen sintético más potentes que se conocen. Se llama así porque viene en forma de fragmentos blancos brillosos de sabor amargo que se calientan para fumar sus vapores, aunque igual se puede inhalar o inyectar. Quien haya visto la serie estadunidense Breaking Bad sabe de qué estamos hablando.
También hay metanfetamina en polvo o en tabletas, pero es el cristal lo que ha impulsado la demanda de tratamiento en México durante los últimos años, afirma José Ángel Prado, director Operativo y de Patronatos de CIJ.
10 años después: epidemia de cristal
Basta echar un vistazo a las cifras de pacientes atendidos en CIJ para tener una idea de la magnitud del problema. En 2013, estos centros acogieron a mil 721 personas de todas las edades cuya droga de mayor impacto era la metanfetamina, mientras que el año pasado recibieron a 5 mil 837. Los consumidores de cristal pasaron de conformar menos del 10 por ciento de todos sus pacientes a ser ahora una tercera parte.
Los hombres de 20 a 35 años son la población más afectada, aunque cada vez más adolescentes impulsan esta tendencia creciente.
El número de personas menores de 18 años que solicitaron tratamiento en CIJ por consumo problemático de cristal pasó de 25 a mil 104 entre 2013 y 2023. Hoy uno de cada cinco pacientes por abuso de cristal es menor de edad.
Hace una década, los casos de muchachos adictos al cristal se focalizaban en ocho entidades, mientras que ahora se registran casos en todo el territorio nacional.
Prado apunta que el problema creció a partir del año 2012 debido a tres factores: la pérdida de percepción de riesgo, lo fácil que se volvió conseguir la sustancia y un aumento de la tolerancia social.
Estos tres elementos, argumenta el directivo, convirtieron el consumo de cristal “en un grave problema de salud pública”.
Entre la población general, el cristal ya es la primera droga de impacto que lleva a las personas a pedir ayuda a un CIJ, superando la demanda de tratamiento por abuso de alcohol o de cannabis.
En lo que concierne a los adolescentes, el cristal pasó de ni siquiera figurar entre las principales sustancias de impacto a ser la cuarta causa por la que estos terminan en un centro de rehabilitación. Sigue lejos de la mariguana, pero ya le pisa los talones al tabaco y las bebidas alcohólicas.
Los CIJ son unidades que dependen del gobierno federal, pero en los centros no gubernamentales la tendencia apunta en el mismo sentido.
De acuerdo con el Sistema de Vigilancia Epidemiológica de las Adicciones (Sisvea), que lleva la Secretaría de Salud, los usuarios de cristal que solicitaron ayuda en algún centro de tratamiento privado se dispararon de 11 mil 344 en 2013 a 62 mil 300 el año pasado.
Y en el caso de los menores de 20 años, que es la estadística que presenta el Sisvea, las solicitudes de tratamiento en estos sitios pasaron de 2 mil 77 a 6 mil 604 en el mismo lapso.
Más placentero que el sexo
El cristal es un estimulante muy potente del sistema nervioso central que tiene la capacidad de generar dependencia rápidamente.
Su efecto adictivo tiene que ver con la velocidad de absorción. Las sustancias que el cuerpo humano capta con mayor rapidez generan una sensación de bienestar más intensa, pero con una duración mucho más corta, lo que hace que la persona tenga un fuerte deseo de seguir consumiendo.
A nivel cerebral, el cristal libera grandes cantidades de dopamina, un neurotransmisor que produce el cuerpo de manera natural y que es responsable de provocar el placer. La liberación de esta molécula en exceso hace que el cerebro se modifique y pida con más vehemencia otra dosis de la sustancia que provocó esa sensación de euforia extrema.
La cantidad de dopamina liberada es tal que una persona puede dejar de disfrutar situaciones cotidianas que antes le agradaban; aun comer o tener relaciones sexuales dejan de ser placenteras en comparación con la sensación que experimentan con la droga.
En el caso de un adolescente, el potencial adictivo es más grave porque su cerebro aún no acaba de madurar.
“Sabemos que el cerebro no termina de desarrollarse hasta los 22 o 23 años. ¿Qué es lo que le falta? Fundamentalmente la conexión entre dónde están los sistemas de recompensa y el placer y dónde están el juicio, el pensamiento crítico y el pensamiento racional. Imagínate que le estás metiendo más potencia a un coche, pero no tienes frenos, entonces se va dañando esa conexión que los jóvenes no tienen”, explica José Ángel Prado.
En este contexto, la Secretaría de Educación Pública (SEP) y Centros de Integración Juvenil han trabajado conjuntamente en la campaña Estrategia en el Aula: Prevención de Adicciones, con la que brindan pláticas informativas en todas las secundarias y preparatorias del país para concientizar a los estudiantes sobre el consumo de sustancias psicoactivas, incluido el cristal.
Los nuevos consumidores
Liliana Valentina comenzó a consumir cristal hace seis meses. Llegó a la Unidad de Hospitalización Iztapalapa porque no pudo alejarse del vicio por su cuenta, pese a que una vez casi muere por mezclar esta droga con clonazepam (un antiansiolítico que suele hallarse bajo la marca Rivotril).
Fue en la secundaria donde uno de sus compañeros de escuela, que también era su ‘dealer’, la enganchó. “Me acuerdo que pedí dos bolsas y pues de ahí ya no dejé de consumir, todos los días era consumir”, relata esta joven de 15 años.
A Liliana le pesa estar lejos de su familia y carga con el remordimiento de haber introducido a su hermana mayor al consumo de cristal. “Yo envicié a mi hermana, es un año mayor que yo, y pues es un sentimiento de culpa muy feo”.
Luis Arturo, de 16 años, probó el cristal un poco más grande, cuando entró a la preparatoria. Como pasó con Liliana, fue uno de sus compañeros quien se lo ofreció. “Se siente feo, te raspa mucho la nariz, pero te sientes como que muy activo y eso me gustó”, cuenta.
Tras su primera experiencia, Luis entró en una espiral de consumo, mezclando el cristal con otras sustancias como clonazepam y cocaína. “Gastaba entre 700 y 800 pesos diarios… se los robaba a mi mamá”.
Mónica Muñoz comenta que en los últimos años ha crecido el número de mujeres adolescentes que solicitan ayuda al centro que ella dirige.
A diferencia del pasado, los nuevos pacientes son poliusuarios, lo que significa que consumen más de una sustancia psicoactiva.
En cuanto a su entorno social, provienen en general de familias disfuncionales o que se han fragmentado o quebrado. La especialista destaca que tras la pandemia de Covid-19 aumentó la cantidad de chicos que perdieron a sus padres y otros seres queridos debido al virus.
También hay pacientes que llegan con problemas emocionales sin que sean conscientes de ello.
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Tratamiento integral
Cualquier persona que solicita ayuda en Centros de Integración Juvenil recibe un tratamiento hecho a la medida de sus características, grado de consumo y las redes de apoyo con las que cuenta, indica Prado.
Este organismo cuenta con 120 unidades de atención divididas en 107 de consulta externa, 10 de hospitalización o internamiento (para los casos de consumo más severos), dos de tratamiento para usuarios de heroína y una de investigación científica en adicciones.
De los 10 centros de hospitalización, el de Iztapalapa es el único que se dedica a trabajar sólo con adolescentes.
Quien quiere entrar primero debe pasar por una entrevista inicial en la que personal de la unidad valora si es un candidato a internamiento o no. Si cumple con los requisitos, en un lapso de 48 horas ingresa a la unidad.
Una vez adentro, el paciente debe elegir entre dos tipos de tratamiento: uno de corta estancia que dura 30 días u otro de mediana que dura tres meses.
En el tratamiento intervienen psicólogos, paidopsiquiatras y médicos con experiencia en tratamiento de adicciones. Los jóvenes reciben consulta médica, se les elabora un expediente clínico y se les realizan pruebas de antidoping y estudios para conocer sus niveles sanguíneos y la funcionalidad de sus órganos. A las mujeres se les aplica una prueba de embarazo.
La parte angular del tratamiento es la atención médico-farmacológica y la psicológica. Los pacientes asisten a terapias individuales, familiares y grupales, en las que se les enseña a tomar decisiones, manejar sus emociones y llevar una vida más saludable.
También cuentan con actividades deportivas, artísticas, talleres de elaboración de jabones y huertos urbanos que sirven como terapia de relajación y de sustentabilidad.
De acuerdo con Muñoz, todos estos esfuerzos abonan a que el adolescente se mantenga en abstinencia una vez que concluye su internamiento. Además, le permite tener un mayor conocimiento de su persona y de las consecuencias del abuso de sustancias y, tras el internamiento, se da seguimiento a los muchachos mediante consultas externas a fin de continuar su reinserción social y educativa.
Por desgracia, no todos los centros de rehabilitación funcionan como los que administran los CIJ.
En México abundan los llamados “anexos” o “granjas”, centros de bajo costo que prometen a los familiares de un adicto su recuperación, pero en realidad son sitios donde ocurren vejaciones y violaciones a los derechos humanos que terminan agravando los problemas de adicción.
David tuvo la mala suerte de entrar a un anexo antes de llegar a CIJ. Su día a día transcurría entre golpizas, baños de agua helada y humillaciones. ¡Y qué decir de la comida! Durante el desayuno comía fruta casi en descomposición y en la comida el famoso “caldo de oso”, un caldo de verduras echadas a perder con tres tortillas: una fría, una dura y otra enlamada.
—¿Cómo era el trato allá? –le preguntamos.
—Tsss. Bonito, jajaja, bonito, así le decimos nosotros, está bonito –responde con ironía.
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Empezar de nuevo
Luis Arturo está contento porque en un par de días concluirá su tratamiento de tres meses. Siente que en este tiempo adquirió herramientas para lidiar con su problema de consumo y también aprendió a controlar su carácter y reforzar su autoestima.
Valentina y David apenas cumplirán un mes. Ella buscará seguir los pasos de Luis y completar el tratamiento de mediana estancia, pues en el centro, dice, “me siento protegida”. Los psicólogos la han ayudado a mejorar su concentración y a hacer cosas de las que antes no se sentía capaz.
David optará por salir del centro al terminar su primer mes. Sus doctores quisieran que se quedara más tiempo, pero deben respetar su decisión.
Tarde o temprano los tres tendrán que regresar a su realidad y quedar expuestos de nuevo a drogas como el cristal. “Sería mentir decirles que en el momento en que ellos salen de aquí va a ser todo color de rosa. No, no lo es. La vida continúa allá afuera, pero todos los cambios que ellos mantengan una vez egresados les van a permitir tener una vida más saludable”, confía Muñoz.
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