Antes de que México se convirtiera en un territorio próspero para la delincuencia organizada, la religión y la política asentaron las bases sobre las cuales poco a poco se fue estructurando la sociedad mexicana. Aunque todo parecía progresar, las tres vertientes encontraron un punto de intersección con un trágico suceso que marcó un precedente para el hampa en el país: el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo.
El calendario marcó el lunes 24 de mayo de 1993 cuando en el estacionamiento del Aeropuerto Internacional de Guadalajara, poco después de las 15:45 horas, el inconfundible sonido de detonaciones de armas de fuego generó pánico entre las personas que se encontraban en los alrededores y al interior del puerto aéreo.
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Con catorce heridas de bala, el cuerpo del sacerdote fue encontrado por las autoridades al interior de un vehículo Grand Marquis de color blanco. Junto a él se encontraba también sin vida su chófer, Pedro Pérez Hernández.
A poco más de treinta años del magnicidio, múltiples son las teorías y tensiones que se han generado para esclarecer el caso. No obstante y tras los intentos de representantes de la iglesia católica para acordar treguas entre grupos delictivos rivales, uno de los personajes que se vio involucrado en el trágico suceso volvió a acaparar la atención mediática al ser un ejemplo de cómo sacerdotes, obispos o nuncios apostólicos han figurado como intermediarios entre la delincuencia organizada y las autoridades.
Su nombre fue Girolamo Prigione y fue enviado a México en 1978 durante el pontificado del Papa Juan Pablo II. Durante dos décadas el ex nuncio apostólico de origen italiano fue un representante diplomático, sin embargo, una serie de polémicas marcaron su paso por el país azteca.
Desde minimizar los abusos del sacerdote Marcial Maciel y hasta restablecer las relaciones diplomáticas de México con la Santa Sede quebrantadas en la época juarista, fueron parte de las controversiales decisiones que Girolamo Prigione adoptó.
Sin embargo, fue su encuentro con los hermanos Arellano Félix -líderes del cártel homónimo e involucrados en el asesinato del arzobispo de la arquidiócesis de Guadalajara- lo que provocó que una avalancha de críticas se desbordara sobre el representante de la iglesia católica durante la década de los noventa.
¿Quién asesinó al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo?
Aquella tarde de mayo de 1993 en la que el arzobispo de la arquidiócesis de Guadalajara perdió la vida quedó grabada como uno de los sucesos más mediáticos e indignantes para la sociedad mexicana.
El crimen dejó expuesto un conflicto que grupos del crimen organizado en ascenso comenzaron a protagonizar e, incluso, fue uno de los primeros sucesos que consolidó a Joaquín El Chapo Guzmán como una figura relevante del hampa en el país.
Y es que, aunque el cofundador del Cártel de Sinaloa ya había formado parte de las filas de la organización delictiva que encabezaron Rafael Caro Quintero, Miguel Ángel Félix Gallardo y Ernesto Fonseca Carrillo en la capital jalisciense, el asesinato del cardenal lo convirtió en un objetivo prioritario de las autoridades por su supuesta responsabilidad.
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De acuerdo con una recapitulación de los hechos realizada por el semanario Ríodoce, aquella tarde de 1993 Juan Jesús Posadas Ocampo se encontraba en el Aeropuerto Internacional Miguel Hidalgo y Costilla para recibir a Girolamo Prigione en el andén de arribos cuando, pese a que no se permitía el descenso de los pasajeros y helicópteros sobrevolaban el área, se desató la balacera.
Guadalajara terminó por recibir al enviado papal con un crimen que dejó como saldo siete muertos entre los que se encontraba el cardenal, su chofer, dos pistoleros de El Chapo y tres personas más que se encontraban en la vialidad del puerto aéreo.
La versión oficial adoptada por las autoridades años más tarde descartó un ataque directo y apuntó a que el arzobispo de la arquidiócesis de Guadalajara quedó en medio de una disputa que los hermanos Arellano Félix, líderes del también llamado Cártel de Tijuana, tenían con Joaquín Guzmán Loera.
"Una confusión de los pistoleros de los Arellano Félix, que pretendían ajustar cuentas con el Chapo. La información de los de Tijuana era que Guzmán llegaría en un Grand Marquis Blanco, justo a esa hora. Ahí lo esperaban el Güero y el Negro, quienes dispararon a quemarropa a Posadas Ocampo y luego confesarían ser los autores materiales", se expone en un artículo de Ríodoce.
Tan solo 17 días después del magnicidio, El Chapo fue capturado por primera vez en Guatemala y entregado a personal de la entonces Procuraduría General de la República (PGR), quienes lo trasladaron hasta el Penal del Altiplano en el Estado de México.
La declaración ministerial que el padre de Los Chapitos rindió en 1993 fue citada por el semanario e indicó que, en el momento en el que comenzaron los disparos, Guzmán Loera se habría tirado al suelo, comenzó a rodar y fue en esos instantes cuando llegó el Grand Marquis de color blanco en el que viajaba el cardenal.
El encuentro entre Girolamo Prigione y los Arellano Félix
Con Joaquín Guzmán Loera encarcelado, autoridades de los tres niveles de gobierno mantuvieron también en su radar a los hermanos Arellano Félix, quienes figuraban como una pieza clave para esclarecer el magnicidio tras la serie de especulaciones y tensiones políticas que comenzaron a surgir durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari.
Ante la presión que se ejerció sobre su organización, los líderes del Cártel de Tijuana buscaron llegar a un acuerdo con el ex presidente priísta y, para lograrlo, recurrieron a un peculiar intermediario: Girolamo Prigione.
Según se expone en el libro Mexico: Narco-Violence and Failed State?, en 1994 el ex nuncio apostólico admitió haberse reunido con Ramón y Benjamín Arellano Félix para hacerle saber tanto al entonces líder del Ejecutivo como al Papa que se deslindaban del asesinato del cardenal.
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El encuentro entre los líderes del Cártel de Tijuana y Girolamo Prigione se logró también gracias a otro sacerdote llamado Gerardo Montaño Rubio, quien era reconocido dentro del clero de la ciudad fronteriza de Baja California.
"Uno de los investigadores del caso, el sociólogo Fernando M. González, describió una cultura narco-católica entre el clero de Tijuana. 'Esta cultura se sustentaba en estrechas relaciones entre los capos de la droga y los sacerdotes en las que el clero brindaba los sacramentos a los patrones y sus familias, mientras recibían grandes donaciones sin siquiera preguntar de dónde venían'", se lee en el libro escrito por George W. Grayson.
En aquella ocasión, la relación entre los líderes narcotraficantes y el clero del estado permitió que los hermanos Arellano Félix le entregaran una carta a Prigione que, aunque estaba dirigida al Papa, el ex nuncio apostólico se la mostró al Carlos Salinas de Gortari.
"No queda muy claro si lo que hablaron fue en medio del secreto de confesión o solo una entrevista. La carta que tenía como destinatario al Papa se la mostró al presidente y, según Prigione, el presidente sólo comentó 'que corderitos', refiriéndose a los buscados narcotraficantes", expone en una de sus entregas el semanario Ríodoce.
El medio local citado indica que en 1998 el enviado papal declaró formalmente ante el Ministerio Público sobre el caso Posadas, sin embargo, supuestamente se desconoce el contenido de su comparecencia porque la PGR habría extraviado el expediente.
Por su parte, George W. Grayson sostiene en su libro que, aunque en un inicio el Girolamo Prigione aceptó cooperar con las autoridades, después desistió de hacerlo bajo el argumento de que no estaba dispuesto a violar la privacidad de sus confesiones.
El diplomático concluyó su representación papal en México en 1997 y años más tarde se retiró del servicio exterior del Vaticano. Pasó sus últimos días en una casa de reposo de su natal Alejandría hasta que mayo de 2016 el Episcopado Mexicano informó sobre su fallecimiento.
Con la muerte del primer nuncio apostólico de México se fueron una serie de intervenciones que la iglesia católica tuvo en la política mexicana, además de la declaración clave para esclarecer uno de los magnicidios que marcó un parteaguas para el ascenso de líderes y organizaciones delictivas que operaron en el país.
ATJ