El fraccionamiento Villas de Salvárcar está en paz, tranquilo. Los niños juegan pelota en medio de la calle sin mayor interrupción que el poco tráfico vehicular de la zona. Los jóvenes andan en bici o platican anécdotas escolares. Los adultos caminan lento sobre las banquetas para llegar a alguno de los tres turnos de las maquilas de Ciudad Juárez.
Los vecinos reconocen que siempre fue una colonia tranquila. Sin embargo, en cada uno de los habitantes vive el recuerdo y el dolor de la noche del 31 de enero de 2010, cuando 16 jóvenes fueron asesinados.
En la calle Villa del Portal, en la casa 1310, está el recordatorio: un mural con los nombres de las víctimas flanqueando a una paloma blanca sobre unas manos. Arriba una palabra: justicia.
A siete años, solo cinco de los 36 acusados de la masacre purgan una pena en prisión y otro, Israel Arzate, fue liberado por la Suprema Corte al encontrar que su declaración la hizo bajo tortura y al aceptar, mediante un video, que a la hora de la masacre estaba en una tienda de conveniencia.
Con el paso del tiempo, la casa que comenzó siendo un memorial en honor a los jóvenes caídos ahora sufre las inclemencias del clima, la pintura está gastada y en el diminuto jardín está una cruz de madera, 16 piedras con los nombres inscritos de los muertos y junto a ellas restos de basura.
Los vidrios rotos de la fachada dejan ver el interior donde se aprecia una pared con fondo azul y huellas con pintura de manos.
Los vecinos reconocen que en años recientes la casa perdió simbolismo, por ello su descuido y deterioro.
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A Luz María Dávila le asesinaron a José Luis, de 15 años, y Marcos, de 19. Recuerda que sus hijos siempre coincidían en gustos, carácter, sueños y hasta en un gran parecido físico. “Siempre andaban juntos y juntos se fueron”, lamenta.
Luz María es recordada por increpar en un acto público al ex presidente Felipe Calderón. Fue instantes después de que varios funcionarios locales le daban la bienvenida al entonces mandatario por acudir a Ciudad Juárez tras la tragedia, que ella saltó de su lugar y le dijo: “Yo quiero que se haga justicia, no nada más para mis dos niños, sino para todos los demás... discúlpeme, señor Presidente, yo no le puedo decir bienvenido porque para mí no lo es. Nadie de ustedes lo es”.
Dávila hablaba del incremento exponencial de homicidios en Ciudad Juárez. Los números lo decían todo: en 2008 se registraron mil 600 muertes; en 2009, 2 mil 600; el año de la tragedia llegó a su máximo histórico con 3 mil.
Fue en ese contexto que unos estudiantes del Colegio de Bachilleres plantel 9, del Centro de Estudios de Bachillerato Técnico 128 y de la Universidad Autónoma de Chihuahua celebraron el cumpleaños de Jesús Armando Segovia en una casa.
Tras varias horas de festejo, las detonaciones de bala cimbraron la casa. Recuerda la señora Dávila: “Oí los disparos primero muy lejos y no hice caso y luego lo escuché muy cerquitas. Salí corriendo, cuando llegué a la casa vi mucho humo y a un muchacho. Al entrar estaba Marcos sin vida... y en seguida José Luis, todavía tenía vida... Me dijo que todo estaría bien. Mi esposo arrimó la camioneta, subimos a una señora, a un muchacho y a mi hijo, llegamos al (Hospital) 66, de ahí a la (Clínica) 35 y falleció al otro día a las 5:30”.
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Después de Villas de Salvárcar la sociedad juarense estaba harta de la situación de violencia. Así surgió el programa Todos Somos Juárez, que funcionaba a partir de seis mesas de trabajo: educación, salud, economía, trabajo, desarrollo social y seguridad.
El doctor Arturo Valenzuela, integrante de la mesa de seguridad, recuerda: “Del dolor tan grande que vivimos supimos transformarlo en conciencia y esa conciencia en participación”
Los avances en materia educativa, salud, infraestructura se cumplieron, también en seguridad los asesinatos disminuyeron: de mil 203 en 2011 a 239 en 2012 y hasta 181 en 2013.
La desaparición del programa Todos Somos Juárez se debió al recorte de los recursos. Actualmente, solo sobrevive la mesa de seguridad, pues desde un principio se determinó que no manejaría recursos.
A pocos metros del lugar de la masacre hay un deportivo creado por el gobierno federal, que es el semillero de sueños de los jóvenes de Villas de Salvárcar.
El entrenador Jorge Gánem asegura que la mejor inversión para enfrentar la delincuencia organizada es el deporte. Sus jugadores deben ser modelo de buenos estudiantes e hijos. “Debemos encauzar su energía y hacerlos soñar para que no caigan en los infiernos del crimen”, asevera.