Fernando dice que la culpa de su secuestro está repartida en tres partes iguales. “Como un tríptico”, detalla. En el primer doblez está su cara, ahora demacrada, ojerosa, que desde su rapto no refleja sus 52 años y lo hace ver más viejo. En el segundo aparece el rostro cubierto con gafas y cubrebocas de un tipo que le dicen ‘El Choncho’, el jefe de la banda que lo apaleaba cuando devoraba tragos de ron. En el tercero hay una silueta amorfa que él llama “las dizque autoridades de Veracruz”.
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Primera cara: el castigo por destacar
Fernando está sentado al fondo de su negocio de publicidad impresa en Tuxpan, Veracruz, cuando el mensaje que tanto ha esperado lo sobresalta con la vibración de su teléfono: 'un cliente, como caído del cielo', le ha transferido 600 mil pesos por unos folletos urgentes. La suerte parece estar de su lado esta Semana Santa de 2022.
De inmediato, el esposo y padre de dos chicos de 11 y 13 años comienza a tachar su lista de deudas como la tarjeta de crédito, el préstamo del banco, la reparación de una máquina de ploteo, algo más para un próximo viaje a Tampico y aparta 100 mil para rentar espectaculares en la zona escolar para que atraiga más clientes luego de las vacaciones.
Cuando ve los anuncios, en la cuarta semana de abril, siente orgullo. Pues en la primer semana de mayo esa sensación se convierte en terror: dos muchachos ingresan a su local con armas cortas, empujan al único empleado hasta el baño y sacan a empujones a Fernando para meterlo a una camioneta que da tumbos por las calles.
Cuatro cachazos, dos en la cabeza, uno en el estómago, otro en los testículos– lo someten al instante.
Fernando no espera que se lo anuncien.
Lo sabe con certeza: está secuestrado.
Le pasó a su vecino, dueño de unas palapas en la playa, y a un primo de su esposa, empleado de banco.
Hay una racha de “levantones” en el norte del estado y él es el siguiente, así que pone en marcha el plan que tantas veces ideó en silencio cuando escuchaba de algún desdichado en manos del crimen: cuenta los baches, las rectas, las vueltas, el tiempo que la camioneta está en movimiento, lo que sea para intuir dónde será su mazmorra.
Con los ojos vendados acumula datos que no sabe si un día servirán de algo: se abre una puerta, la camioneta ingresa a una casa, se cierra un portón, se abre otra puerta y lo suben a patadas a un segundo piso por unas escaleras con 14 o 18 peldaños.
En la primera o segunda recámara lo avientan sobre un colchón que huele a vómito, lo esposan a lo que parece ser una cabecera metálica y le encajan un arma en la sien.
-“Dame el número de tu esposa, ¡rápido!”, le ordena alguien.
-Fernando dicta y ruega que la llamada la sorprenda a solas, sin los hijos en casa.
-“Escúchame bien, hija de la chingada. Tenemos secuestrado a tu esposo y si no pagas 10 millones de pesos te voy a dejar su cabeza en una estaca”, vocifera el secuestrador.
-Fernando siente un palazo en las piernas, grita y se da cuenta que su alarido es la prueba de vida.
-“No tenemos tanto dinero”, suplica el microempresario.
-“¿Ah, no? ¿Y por qué tienes un espectacular de tu negocio? No te hagas pendejo, sí tienes”, reta el secuestrador y le tira una bofetada.
-Fernando calla. Siente como si algo lo carcomiera por dentro.
-Ya debería saberlo: en Veracruz progresar es un delito más grave que secuestrar.
-Lo que lo consume es la culpa y se convence de que él mismo se ha puesto en esa casa de seguridad.
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Segunda cara: profesionales del terror
En algún momento del segundo o tercer día, Fernando escucha que el jefe del grupo es apodado “Choncho”.
-Debe ser él, piensa, porque grita, ordena y unos tres o cuatro lo obedecen sin cuestionar.
También oye que no es el único secuestrado:
-Hay un joven en el mismo piso, pero distinta habitación, y una mujer en planta baja.
Los escucha gritar cuando los torturan, como él y ella lo escuchan cuando lo apalean.
‘Choncho’ parece un profesional del secuestro.
-Habla como militar y usa claves como de policía.
Por lo poco que Fernando alcanza a escuchar también opera secuestros de migrantes.
-“Yo creo que es de los viejos Zetas, pero no estoy seguro”, me dice.
“Él me puso la dieta: una torta de huevo en la noche y una cubeta con agua de la llave. Al principio sólo me daban un vaso, pero hasta ellos se dieron cuenta que era una infamia con tanto calor”, recordó Fernando.
En mayo, la temperatura en Tuxpan puede llegar a 35 grados.
El problema no es el sol, sino la humedad.
Una habitación sin aire acondicionado puede generar una sensación de más de 40 grados.
Fernando siente que se quema, al mismo tiempo, la calina lo asfixia, incluso en las noches siente el aire caliente en sus pulmones.
Al principio bebe agua para calmar el ardor, pero pronto se da cuenta que es mala idea: sin permiso para ir al baño, debe orinarse en los pantalones.
No sabe qué es peor: el bochorno, los golpes o la incertidumbre.
En las pocas horas que está sin los ojos vendados observa que la única ventana de su habitación tiene una reja por dentro y está cubierta con cartulinas blancas.
La poca luz que se cuela y el largo de su barba le ayudan a calcular el paso del tiempo.
-Cree que ya van seis o siete días.
Fernando tiembla:
‘Choncho’ está desesperado. El jefe del grupo le dice que la familia está tardando en juntar el dinero.
-“Tu vieja es una ambiciosa, prefiere su dinero que a ti”, se burla. Para presionarla, avisa, grabarán un video.
Fernando escucha el guion que debe repetir:
-“Mi amor, págales lo que te piden, vende el negocio, los coches, la casa, todo. Ya me quiero ir de aquí”.
Mientras suplica, Fernando es apaleado. Cuando acaba la filmación, sólo tiene una petición.
-“Por favor, no se lo manden a mis niños, no lo van a soportar”.
‘Choncho’ asegura que sólo lo verá su esposa pero la culpa vuelve a morder a Fernando.
-“¿Para qué le dije? ¡Ahora con más ganas mandará el video a mis niños!”, se lamenta.
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Tercera cara: “Estamos ahorrando”
Fernando dormita cuando siente que dos personas le atenazan los brazos.
Lo levantan con una facilidad que le aterra:
-¿Cuántos kilos ha perdido en cautiverio?
Luego, lo cargan afuera de la habitación, bajan la escalera y lo avientan en un vehículo, debe ser el mismo en el que lo secuestraron, piensa, por el olor a cigarro.
De nuevo, la cuenta: rectas, curvas, baches, son unos veinte minutos que se sienten eternos.
Cuando se detienen escucha las olas y recuerda lo que ha escuchado en las sobremesas de Tuxpan: en Veracruz, el mar es una fosa clandestina, por lo que reza para que la marea no se lleve lejos su cuerpo y su familia lo encuentre.
Fernando es empujado fuera del vehículo y le ordenan que cuente hasta 200, por lo que del uno al 199 espera un balazo que nunca llega.
Hasta el 200 se quita la venda y rompe en llanto, está vivo, improbablemente vivo en alguna playa virgen del municipio en el que creció.
“Mi esposa… Dios mío… es una santa, no sé cómo le hizo, pero vendió todo y pidió prestado por todos lados”, cuenta.
“No puedo decir cuánto pagó, no quiero dar ideas, pero fue mucho menos de lo que pidieron. Estoy vivo gracias a ella, a Dios y a mis hijos”, recordó.
La deuda es tan grande que Fernando, desconfiado, acude a la fiscalía estatal a denunciar, ya que tiene la esperanza de que, si un día detienen al ‘Choncho’ y su gente, le regresen el dinero del rescate.
Pero su historia no le interesa al ministerio público, que lo disuade de denunciar.
-Es por su bien, le dicen en la fiscalía: “está vivo, ya es ganancia, ¿a poco no?”.
Lo mismo pasa con la policía estatal.
Incluso, cuando llama al Palacio del Gobierno en Xalapa y pregunta en el conmutador a qué área debe dirigirse para recibir ayuda, nadie lo atiende.
Cuando acude a instancias federales, como Guardia Nacional o Ejército, lo regresan a las autoridades estatales por tratarse de un delito de fuero común.
Su secuestro, ahora lo sabe, duró 11 días.
En ese tiempo perdió casi un kilo cada noche, así como sus muebles, su camioneta y su negocio que no ha vuelto a abrir.
Su esposa entra en crisis nerviosas cada vez que él no contesta el teléfono y sus hijos han dejado de salir a la calle.
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Cuando a Fernando lo liberaron del encierro, su familia entró a una especie de prisión mental.
“Estamos ahorrando para irnos de aquí”, dice y su voz se estremece del otro lado de la línea telefónica.
“Acá no se puede vivir ya. Este lugar es un infierno”, indica.
Veracruz de los infiernos
Fernando es una de las cientos de víctimas que recibe asesoría de la organización civil Alto al Secuestro.
El equipo de salud mental de la ONG atiende en todo el país, pero a partir de 2018, con el arranque de la administración del gobernador Cuitláhuac García, Veracruz es la entidad que más tiempo les consume por ser la número uno a nivel nacional en secuestros.
Desde 2018 hasta agosto de 2024 Veracruz, con ocho millones de habitantes, acumula mil 62 secuestros.
Le sigue el Estado de México, con 17 millones de población, y sus mil 19 secuestros.
Por último, la Ciudad de México, con población de nueve millones, con 471 casos. Veracruz es la meca del ‘levantón’.
“Pero eso no está en las cifras oficiales, las del gobernador”, asegura Isabel Miranda de Wallace, la presidenta de Alto al Secuestro.
“Son muy hábiles, tienen sus trucos”, señala.
La trampa, dice, está en tener muchas categorías para el mismo crimen.
En Veracruz, este delito se puede contar como rapto, secuestro, “impedimento para circular” u “otros delitos que atentan contra la libertad”.
De ese modo, las autoridades estatales administran las cifras y presentan bajos números.
En cambio, Alto al Secuestro agrupa esos delitos bajo la misma categoría, como lo mandata la Ley General para Prevenir y Sancionar los Delitos en Materia de Secuestro, y añade los casos de migrantes y los que se reportan en la prensa.
Así es como han descubierto que Veracruz, en tiempos de Cuitláhuac García, es la entidad más peligrosa.
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KL