• “William Burroughs se creyó Guillermo Tell”. El paso a paso de un feminicida en México

  • Reportaje
  • Muchos turistas extranjeros y algunos fanáticos quieren encontrar la calle donde el escritor mató a su esposa, Joan Vollmer. Esto es lo que cuenta el expediente judicial en México.
Ciudad de México /

No le gusta hablar con nadie: ha corrido a todos los reporteros y fanáticos que durante años han peregrinado por esta puerta. Casi todos extranjeros. La tienen harta, está podrida, dice. Pero aún más harta está de sus vecinos que por unos dólares han dejado entrar a periodistas que se conforman con mirar los espacios contiguos y fingir en sus reportajes que este es el espacio donde William Burroughs, el célebre autor de El almuerzo desnudo, se convirtió en asesino en México en el año de 1951.

El edificio en la colonia Roma en la calle Monterrey donde William Seward Burroughs asesinó a su esposa. Foto: Arina Pérez

Los mismos vecinos, a pesar de recibir dólares por hacer la faramalla, se niegan a pagar el mantenimiento del viejo edificio en la calle de Monterrey en la colonia Roma. Ella dice que han ofrecido recorridos espiritistas, un auténtico acto de charlatanería.

Esta señora en sus sesenta años, de cabello cortito y muy pequeña estatura, iba entrando al portón del edificio cuando la intercepté de casualidad sin saber quién era. Venía con el ceño fruncido a paso rápido y con un periódico en la mano que anunciaban las tragedias del día.

—Disculpe señora, ¿aquí es dónde…?

—¡Sí, aquí es y no se aparece ni nada! ¡Es una casa como cualquier otra! —contesta tajante.

Jamás se le ha aparecido “la gringa muerta” por la que le preguntan. De hecho no recuerda ni siquiera su nombre. Joan Vollmer, le digo. Era escritora. Murió muy joven. Aclara con un dejo de orgullo –y otro de odio– que ella y su familia son los únicos dueños del departamento que todo el mundo busca en esta calle. Los demás son farsantes. No quiere que escriba su nombre en esta historia porque teme que si lo publicamos, ahora sí, la busquen directamente por ahí y empiecen a acosarla. No le interesa el dinero: “¿cómo voy a dejar pasar gente que ni conozco a mi casa por unos dólares? ¿Tú los dejarías?”, me pregunta y se contesta ella misma diciendo no.

William Burroughs, el espíritu transgresor

Luego de una hora de platicar en el pasillo, me vuelve a decir que está muy cansada, pero ahora lo extiende a la gentrificación: los gringos se han adueñado de su colonia que poco a poco se convierte exclusivamente en departamentos de Airbnb. La señora ha quedado en el limbo de esta historia: llegó al edificio después de que se fueran los beatniks y antes de que llegaran los gentrificadores, que hoy elevan hasta el periódico que trae en la mano.

A mí no me gustó, me pareció malo me dice orgullosa de su crítica literaria sobre un libro de William Burroughs que leyó. No se explica tanto alboroto en un lugar donde no hay fantasmas, pero sí dramas familiares, vecinos que no pagan el mantenimiento de un edificio que se construyó hace unos 80 años y se resiste al paso del tiempo, a los temblores y que no sabe cuánto más aguantará.

La señora vive en el departamento donde el escritor estadounidense William Burroughs —una de las principales figuras de la Generación Beat, una corriente literaria bastante antiestadounidense y comunista— asesinara a su esposa, la escritora Joan Vollmer, un 6 de septiembre.

Según testimonios y un juicio en México, tras una larga tarde de borrachera, el escritor retó a su esposa a ponerse un vaso de ginebra en la cabeza para comprobarle que era un gran tirador. Burroughs apuntó a unos dos metros de distancia con su pistola automática Star, calibre .380, y le lanzó una frase que quedaría en historia de la literatura: 

“Es hora de hacer nuestro acto de Guillermo Tell, vamos a probar a los muchachos lo buen tirador que soy”.

Uno de los amigos presentes el día del asesinato cuenta que Burroughs creía que tenía las habilidades del mítico ballestero que salvó su vida y la de su hijo al disparar una flecha que dio justo en la manzana verde que coronaba la cabeza del pequeño.

Unos días después se retractaría, realmente no quería emular al famoso tirador de la leyenda suiza: fue un accidente y se le fue el disparo sin querer cuando estaba mostrando el arma.

Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye esta historia gracias a la desclasificación de expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Casos como este revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.

Burroughs, el padrino de la generación beat

El expediente judicial de William S. Burroughs


Localizar el expediente de William Seward Burroughs es un fastidio. El Archivo Histórico de la Ciudad de México, probablemente uno de los edificios más bellos de la capital, está en una casona de 1760 que lleva un nombre rimbombante en honor a Carlos de Sigüenza y Góngora, un intelectual y escritor novohispano. Aunque han pasado cientos de años desde su construcción, los métodos de búsqueda parecen congelados en el tiempo y hay que escarbar a mano en las cajas del extenso archivo de prisiones.

El problema es que nuestro protagonista tiene un nombre complejo, muy anglo, así que todo el mundo lo escribió como lo entendió, como le dio la gana. Evidentemente hay que intentar con todas las palabras y combinaciones posibles para dar con el archivo de su detención y juicio de 1951. Después de un largo rato lo logramos. Es pequeñito, apenas 20 hojas y está incompleto. Le digo al encargado del archivo que parece que alguien se ha robado extractos, me dice que han pasado muchas administraciones y no lo duda. Le insisto que lo reporte, que seguro un fan pudo habérselo llevado. Pero me ignora.

La taquimecanógrafa que escribió su nombre en la carátula del expediente judicial decidió ponerle “William Burrughs”, con u, por eso no es fácil el acceso. Pero cuando abres el folder de papel café, los documentos remontan inmediatamente a otra época: la ciudad aún se llamaba Distrito Federal y quien atendió el caso fue el turno tercero de la Procuraduría General de Justicia del D.F. Era la capital del país de Miguel Alemán, un presidente priista que prometió que acabaría con la lucha de clases, que vendría el capitalismo para todos y recibió a los norteamericanos con los brazos abiertos.

“Me permito remitirle al que dijo llamarse William Burroughs como presunto responsable del delito de homicidio”, firma con letras rojas el agente del ministerio público Roberto Higuera, el encargado de conformar la investigación.

La prensa señaló que Bill dio versiones contradictorias de lo ocurrido aquel día | Foto: Especial

Otro documento reconstruye cómo fue la detención del escritor y da cuenta que el 19 de septiembre ya lo habían ingresado a la Penitenciaría del D.F. Para esos días también revisaron sus antecedentes penales en México y no encontraron ningún delito previo. Este fue el primero y único. El escritor, nieto de un famoso empresario que inventó la calculadora, había llegado a vivir 10 meses atrás a la Ciudad de México, escapando de las deudas y sus adicciones.

Los documentos judiciales hoy son como una cebolla vieja que se deshace, pero aún es posible entender que esta historia tuvo varias versiones. Según la investigación que encabezó Roberto Higuera, el 7 de septiembre Burroughs y su esposa fueron a visitar a su amigo John Heally, un hombre de 35 años que había viajado a México para estudiar Sociología. Esa tarde los invitó a una reunión con otros amigos, gringos, que empezó por ahí de las dos de la tarde. Según los interrogatorios, los Burroughs, otros dos amigos y Lewis Marker, un marino con el que el escritor tendría un amorío, se ahogaron en ginebra.

Hoy aún es difícil saber por qué Burroughs llevaba una pistola en la bolsa del pantalón a una reunión de amigos, pero según la investigación de la Procuraduría asesinó a su esposa a sangre fría. Según el testimonio, Luis Hurtado, que aparece en el expediente, era un vecino del edificio que al escuchar los disparos fue al departamento y ahí cerca de la puerta se encontró con un “señor americano”. “¿Qué pasó?”, le preguntó. “Yo le disparé”, le contestó William Burroughs, mientras apretaba el puño derecho y apuntaba con su dedo índice, como simulando que volvía a jalar el gatillo de la pistola.

Así fue el asesinato de Joan Vollmer

Es una mujer la que declara. Una vecina del edificio, pero no consignan su nombre, solo le refieren a ella como “la testigo”. Cuenta que conoció a Joan Vollmer desde hacía unos cuatro o cinco meses. Acostumbraba verla con su esposo comiendo todos los días en el restaurante que estaba abajo del edificio de Monterrey 122, donde frecuentaban un bar y a su amigo John Heally. No se atrevió a decir que eran amorosos, pero sí contó que eran “cordiales” el uno con el otro.

El expediente de William Burroughs tiene errores ortográficos que hace difícil su localización. Foto | MILENIO.

Era conocido por todos, dice, que Burroughs le confesó abiertamente a Vollmer que estaba enamorado de un joven 21 años llamado Lewis Marker, que conoció justo aquí en la Ciudad de México. La testigo dijo que tenían dos niños a los que trataban muy bien. “Pero sí creo que eran felices”, declaró. Todo ocurrió aproximadamente a las 6 de ‘los corrientes’, dice el expediente judicial con palabras que han quedado en desuso.

Su amigo John Heally también fue llamado a declarar: dijo que conoció a los Burroughs porque al igual que el matrimonio, él había llegado desde Minnesota a estudiar Sociología. Otro gringo en México. Contó que fue él quien rentaba el departamento de la calle Monterrey donde ocurrió el asesinato, pero que no lo había presenciado porque salió a hacer unos mandados a eso de las dos de la tarde.

Aquella tarde dejó en el departamento a sus invitados, William y Joan, a su amigo Eddie Woods y su conocida Betty Jones; también estaba Lewis Marker, el amante de Burroughs. Dijo que se enteró del asesinato cuando regresó a las nueve de la noche y los vecinos le contaron lo que había ocurrido.

Sin embargo, el peso de la acusación paradójicamente recaería en Lewis Marker, el amante del escritor quien relató a la autoridad que William asesinó a su esposa por creerse en la borrachera un Guillermo Tell. “En una escandalosa juerga”, publicó la prensa. En las fotos del día del asesinato puede verse que el escritor llevaba un saco que le quedaba grande, gafas estilo aviador y el cabello grasoso. Ella llevaba un vestido blanco un poco escotado que quedó impregnado del lado derecho de la sangre que cayó de su cabeza.

En otra foto los niños: la más grande tenía un vestidito bordado y el pequeño hasta sonrió a la cámara. El edificio de Monterrey se veía esplendoroso, arriba de la puerta de entrada había un techo redondo estilo art decó y una lámpara redonda que colgaba de él. “Vaya chistecito de gringos. Esta caricatura de Guillermo Tell erró el tiro y le metió la bala a su esposa”, dice una nota en el periódico de ese día.

En los documentos aparecen unas pequeñas papeletas de la época con notificaciones que dan cuenta que durante esos días la defensa de Burroughs, el abogado Bernabé Jurado, conocido entonces como el ‘abogado del diablo', logró interponer amparos y recursos para demostrar que todo se había tratado de un error. Que se le fue sin querer el tiro.

Los restos de Joan Vollmer que fue asesinada por su esposo William Burroughs en un departamento de la colonia Roma, descansan en el Panteón Americano. | Foto: Ariana Pérez

Quedó libre y nadie reclamó el cuerpo

La dueña del departamento donde William Burroughs mató a su esposa, dice que ahí no queda nada de lo que fue. Los muebles los trajeron ellos, en la sala no hay nada de aquel septiembre de 1951. “¡Piensan que hay una bala incrustada o algo así y ya no queda nada!”. Hoy la mujer protege el departamento con el cuerpo y la dignidad.

Como el término feminicidio aún no hacía su aparición en la jerga legal y social de aquellos años, el 14 de diciembre de 1953 el juez determinó que era culpable del delito de homicidio, sin embargo dejó asentado en un papelito que solo debía cumplir una pena de dos años en prisión. Fue absuelto de la reparación del daño y pagó una fianza para garantizar su libertad.

Burroughs regresó a Estados Unidos y se consagró como uno de los escritores de culto más representativos de la Generación Beat, mientras que los restos de Joan terminaron en el Panteón Americano en la calzada México-Tacuba. Nadie reclamó su cuerpo.

GSC/JRR

  • Laura Sánchez Ley
  • Es periodista independiente que escribe sobre archivos y expedientes clasificados. Autora del libro Aburto. Testimonios desde Almoloya, el infierno de hielo (Penguin Random House, 2022).

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