La noche entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014 cambió a México para siempre. ¿Ah sí? ¿Será? ¿De verdad lo ha cambiado? ¿Cuánto tiempo es “siempre”? ¿Hasta cuándo se recordará esa fecha? ¿Cómo se han construido las mitologías sobre Ayotzinapa?
Recuerdo dónde estaba yo esa noche del 26 de septiembre de 2014. Más bien recuerdo el domingo, el 28. Estaba en casa. Mi hijo tenía tres años y medio. Fue de mañana. Un domingo. Estaba en casa con mi hijo y su mamá, abogada de derechos humanos. Ella me dijo que algo estaba mal. Algo estaba pasando en Guerrero. Que había recibido información de Tlachinollan, que habían desaparecido a unos estudiantes de Ayotzinapa. A muchos estudiantes. Decenas. Me lo decía llorando, desesperada e impotente.
Se lo pregunto hoy. Ella tiene otro recuerdo, dice que no estaba en casa sino en Ámsterdam, dice que ella se enteró por los medios el lunes 29. Busco en los viejos correos, en los mensajes. Los dos nos equivocamos en algo. La memoria es un engaño. Pero ambos recordamos la desesperación, el dolor agudo, el coraje.
Después de eso pasaron muchas cosas y nada ha sido igual. Tengo una fotografía en la mente. En la foto aparece Omar Gómez Trejo hablando desde un pupitre y el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, detrás de él, a su derecha, serio, contrito; Alejandro Encinas también lo acompaña con la misma expresión. Es una foto del jueves 26 de septiembre de 2019, durante una conferencia de prensa en Palacio Nacional.
Tres años después Omar Gómez Trejo será separado de su cargo como fiscal en la Unidad Especial de Investigación y Litigación para el Caso Ayotzinapa, más bien, renunciará a causa de divergencias con el fiscal general, Alejandro Gertz Manero.
Pero todavía es 2019. Y lo que me llama la atención no es tanto el trabajo de la fiscalía, sino la imagen. Los tres, encima de la camisa blanca, llevan puesta una camiseta gris, con un dibujo blanco de una mano abierta estilizada, y las líneas de la mano conforman el número 43. Debajo una frase escrita en mayúsculas de color naranja dice: AYOTZINAPA. Y debajo, más pequeño: 5 años/YO CON LA VERDAD.
Otra imagen. El cantante René Pérez Joglar, conocido como Residente, en el grupo Calle 13, en un escenario con una camiseta que dice: AYOTZINAPA FALTAN 43. Esa playera se convirtió en un artículo de merchandising pirata en sus conciertos.
Ambas imágenes me hacen pensar en el rostro de Ernesto Che Guevara inmortalizado por el fotógrafo Alberto Korda, imagen que se ha vuelto icónica y luego pop en millones de camisetas, banderas, productos, para ser fagocitada por el mito.
Han pasado diez años desde aquella noche, y con el tiempo los hechos se han transformado en narración, y la narración en mitos.
El río de las tortugas
Vine aquí porque me dijeron que hay un misterio que resolver. Porque dicen que aquí es donde empieza una historia aparentemente sencilla que en diez años se volvió un rompecabezas sin solución.
Es verdad que hay tortugas en Ayotzinapa. Siempre pensé que se trataba de un topónimo que algún día fue certero, pero que ahora, quién sabe por qué, ya no. En náhuatl, âyôtzîn significa tortuga, y apan es río. Ayotzinapa es río de las tortugas. Alguna vez. Ya no.
Y sí las hay. Me las enseña Malilla con la sonrisa en la voz. Me habla de usted. Tiene pocos años y la cabeza de alguien al que el pelo abundante, negro tizón, le está creciendo sin forma, después de haber sido rapado.
—Le quiero enseñar una cosa.
Me lo dice como lo diría un niño que tiene un secreto, un descubrimiento, una información que tú no tienes. Se adelanta y entra en un pequeño recinto que encierra un jardincito. No entiendo qué es lo que quiere que vea. En medio del jardincito está un pequeño estanque de concreto pintado de azul, redondo, con una piedra en bruto, también pintada pero de verde y de gris, simulando una roca natural. En medio de la piedra un objeto oscuro, ovalado, verde oscuro casi negro intercepta un rayo de sol.
—Ahí está. ¿La ve?
Sí. La veo. Pero parece de mentiras. No se mueve. Le pregunto si es de piedra.
—No, no. Es una tortuga. Ahí están las otras. Mire.
Como si de magia se tratara, ahora veo las demás tortugas. Están en el estanque. Imagino que estaban ahí también hace diez segundos, pero había mirado sin ver. Ahora que Malilla las menciona, aparecen. Así pasa a veces.
Una, dos, tres, cuatro y cinco, una amontonada sobre la otra, seis, siete, ocho, nueve, diez. Las voy contando. Son 35. Más la que parece de piedra, trepada ahí arriba.
Pregunto si no se salen del estanque, cuyo borde debe medir unos 40 centímetros. Dice que no. Dice que no pueden salir del estanque, porque si no otros animales las podrían atacar, se las pueden comer. Por esto las tienen aquí encerradas. Para protegerlas. Dentro de esta fuente redonda, con una bonita piedrota en el medio, dentro de un jardincito, rodeado por una reja de alambre.
Me detengo a observar la tortuga trepada en la roca. Tal vez se subió y se quedó atrapada ahí, sin saber bajar. También lo piensa Malilla.
—Quizás sólo está tomando el sol. Seguramente logrará bajar. Si se subió hasta ahí, sabrá bajar. Nada más está tomando el único rayo de sol.
Malilla sale del recinto, del jardín de las tortuguitas, y me precede a la cancha de basquetbol en la que está un grupo de muchachos de primer año, los pelones, a un lado de las 43 sillas vacías con las fotos de los compañeros desaparecidos, que están aquí desde 2014.
La presencia de la figura tortuga me gusta. Las tortugas son criaturas extrañas, extraordinarias, acuáticas y terrestres. Lentas, persistentes. Son silenciosas, además. No hacen ruidos.
Miro a este joven gentil, su aspecto contrasta con su apodo, Malilla, que en el lenguaje coloquial indica el síndrome de abstinencia provocado por la falta de consumo de droga en alguien que tiene dependencia. Le pusieron así porque tiene un hermano mayor aquí en la escuela, que cursa el segundo año, que ya había sido apodado Malilla, y pues por ósmosis, creo, se lo extendieron también a él.
—Cuéntame un día tuyo cualquiera, Malilla. ¿Cómo es? ¿A qué hora te levantas?
Un domingo en la Normal de Ayotzinapa
Malilla voltea a verme y sonríe. Sonríe mucho. No como el otro estudiante que me mandaron para darme el tour de la Normal, ese al que le dicen el Gato. Hablaba por monosílabos y bostezaba. Se ve que se acababa de levantar. Bueno, es domingo. Un domingo de octubre. Son las 11 y algo de la mañana. Se entiende.
La escuela está bastante vacía. No es que esté vacía, pero muchos de los estudiantes no están aquí. Se fueron a una actividad en la Normal de Panotla, en Tlaxcala. Allí es una Normal de mujeres. Hace un año sufrieron una represión las normalistas de Panotla.
—Allí cayó una compañera. Le cayó una granada en la cabeza y tuvo muerte cerebral. Entonces fueron nuevamente ahorita los compañeros de marcha, de protesta —me explica Malilla.
Así lo publicó hace un año, en octubre de 2022, el periódico El Universal: “Médicos de Tlaxcala y Puebla declararon en estado de muerte cerebral a una alumna de la Escuela Normal Rural Lic. Benito Juárez, ubicada en Panotla, municipio del territorio tlaxcalteca, como consecuencia de los golpes que sufrió durante un enfrentamiento con policías estatales de esta entidad”.
En efecto Beatriz fue desconectada de las máquinas que la mantenían con vida el domingo 23 de octubre de 2022. Tenía 21 años.
Hoy no se ve mucha gente en la Normal, hay una atmósfera dominical: hay quien tiende la ropa recién lavada. No con demasiado cariño, hay que decir. Más colgada que tendida, diría yo; hay estudiantes que transitan en motoneta por los pequeños caminos de la escuela; hay dos muchachas que caminan platicando. Se escucha música. De los dormitorios de repente sale una canción. Principalmente música de banda, corridos, reguetón.
—¿Y toda esa música que se escucha es porque es domingo o siempre suena
—No, es porque es domingo…
—¿Qué música te gusta a ti?
—Pues… escucho variado, pero no me gusta tanto este género.
—¿Esto qué es? ¿Banda?
—Más como norteña… a ver qué nuevos géneros sacan…
Esta es una escuela sitiada
La verdad no me queda muy clara la diferencia entre música de banda y norteña. Pero las palabras que salen de una ventana, a todo volumen, dicen así: “Soy el único de la familia / Que se atrevió andar en la movida / Chingándole pa’ una mejor vida / Brinqué pa’l otro lado…”. Malilla no lo sabe, pero son Xavi & los Dareyes de la Sierra los que cantan.
Tiemblan los cristales de las ventanas con la fuerza de los bajos de esta canción que habla de esfuerzo, de éxito, de sacrificios. Sigue así: “Y empezamos desde cero / Y lentamente formé un imperio / Comenzamos con los veinte / Después kilos, hoy me estoy riendo”.
Debe estar hablando de drogas. Imagino. Entonces el día de un normalista, decía.
—Pues, me levanto a las 6:00. De 6:00 a 7:30 es cuando hacemos lo que es higiene. Limpiamos la escuela, chaponamos, tiramos basura, limpiamos los baños. Vamos a clases.
Las clases empiezan a las 8:00.
—Tomamos clases de 8:00 a 10:00, y a veces te dan una hora de descanso. En esa hora de descanso vamos a cuidar a los animales, vamos a ver las plantas, y después se regresa nuevamente a clases.
—¿Hasta qué hora?
—Depende, hay días que terminan a las 2:00, a veces a las 4:00 de la tarde.
—¿Y luego en la tarde?
—Igual. A veces ya en la tarde descansas las dos horas, y después te vas a las guardias, hacemos guardias también en el portón, guardias con los animales…
—¿Y a qué hora se acuestan?
— Je, je, je, ahora sí que…
—Tarde, ¿verdad?
—Tarde. Cuando toca hacer guardia a veces no duermes.
—¿No duermes de plano?
—No, pues tienes que estar al pendiente. Te echas una pestañita por ahí. Aquí, como ve, se está reconstruyendo nuevamente esta parte.
Las guardias. Porque siempre hay normalistas de guardia. Porque esta no es una escuela cualquiera. Esta es una escuela sitiada. Pero ¿por qué? Lo que hay que recordar. Hay que recordar las fechas. Las fechas de las matanzas, el 12 de diciembre, el 26 de septiembre. Ni siquiera es necesario decir el año. Ahí están los rostros de los mártires, de los caídos, de los que fueron compañeros y ahora son ejemplo, inspiración.
Ahí está Julio César Mondragón. Malilla casi seguía sin enseñarme bien el rostro de ese compañero mártir. No sabe que lo conozco. No sabe que hace años estuve escuchando el relato y las lágrimas de su joven esposa que quedó viuda, Marisa, en una feria del libro en el Morro de La Habana. Se le olvidó que iba a enseñarme el mural dedicado al rostro de Julio César, con su gorrito de colores. Se acuerda y corre a quitar unas cajas de fruta acostadas a la pared del mural para que yo pueda tomar una foto mejor, sin estorbos. Sin nada que pueda alterar la majestuosidad del mural en honor del mártir.
—Este es un mural, se me estaba pasando, que es del compañero Julio César Mondragón.
Sí. Lo conozco. Me acuerdo. Julio César Mondragón. El rostro de Julio.
El mural de los caídos
Después del primer ataque, llevado a cabo desde las 21:30 horas hasta las 22:30 al menos, los estudiantes sobrevivientes se reagruparon y llegaron otros desde la escuela de Ayotzinapa, junto con algunos maestros y periodistas. Julio César se encontraba en la rueda de prensa a las 00:30 ya del día 27 (informes I y II Ayotzinapa, GIEI).
En su huida del lugar para protegerse, Julio César Mondragón salió corriendo solo y fue interceptado por sus captores, quienes lo golpearon y torturaron brutalmente, siendo posteriormente asesinado y su rostro desollado, además de sufrir posteriormente heridas por fauna de la zona.
En el mural, Julio César Mondragón sonríe. Este no es el único mural en el que está su rostro sonriente. Sonriente y vivo, no desollado como en las imágenes de los periódicos en los días siguientes.
Hay otro mural en el que aparece, junto con los otros nueve mártires. Le dicen el mural de los diez caídos.
—Estás en una escuela que es blanco de una represión tan fuerte por parte de las fuerzas de seguridad. Compañeros tuyos han sido asesinados, han sido desaparecidos. ¿Cómo vives todo esto?
—Pues, es medio fuerte… fuerte pensar que en cualquier momento que tú ni siquiera… yo creo que ellos ni siquiera se lo esperaban. Nadie se lo espera. Sin embargo, algunos arriesgaron su vida para defender a sus mismos compañeros. Y lamentablemente fallecieron, y ahorita solamente quedan de recuerdo.
Quiso decir quedan “en el recuerdo”, lo sé. Pero dicho así, por un momento, se forma otra imagen en mi mente. Suena como si fueran souvenirs. Una imagen grotesca.
—Uno no se lo espera. Pero tú eres inteligente, eres consciente… Sabes también que esto puede llegar a pasar…
—Sí. Pues… ahora sí que… pedimos que… que ojalá no vaya a suceder todo este proceso en estos años en los que vamos a estar aquí. Pero la lucha la tenemos que hacer, porque las siguientes generaciones… si no la hacemos, las siguientes generaciones pueden ser más débiles, y por parte del gobierno pueden cerrar la misma escuela. Porque al mismo gobierno no le conviene que nosotros estemos en pie de lucha.
Se mezclan las consignas en la confusión de su respuesta. Malilla intenta construir una frase sensata con pedazos de frases escuchadas y repetidas muchas veces en los pocos meses que lleva aquí.
¿Por qué al Estado le molestan tanto las Normales?
—¿Qué es lo que tú dirías que es lo más importante en términos de propuesta política que tiene esta escuela, que no tiene otro lugar?
—¿Lo más importante? Pues prácticamente lo más importante para mí es la aplicación a lo que es tener una escuela… Algunos edificios están viejitos, entonces… una nueva remodelación a la escuela.
Pero yo hablo de las enseñanzas políticas. Reformulo la pregunta, aunque ya me parece interesante su primera respuesta. Lo que le gustaría, lo más importante, es que se pudieran arreglar las instalaciones, para que los estudiantes tuviesen una vida más digna.
—¿Qué es lo que tiene esta escuela y por qué al Estado le molesta tanto que existan las Normales?
—Más que nada porque seguimos el ejemplo de lo que en su momento el revolucionario Lucio Cabañas también hizo. Lo que él protestaba es que no había igualdad por parte de las personas… gente con dinero que no iguala a la gente campesina. Entonces lo que él buscaba era una igualdad. Por eso inició toda una revolución. Y seguimos su ejemplo, de que el gobierno sí se centre en la educación. Se cerraron lamentablemente otras Escuelas Normales rurales, que las escuelas daban la posibilidad de que las personas, los hijos de campesinos, estudiaran, sin pagar, porque en la escuela aquí no pagas nada.
Todo es gratis, la comida, la estancia. Nos da vestimenta la misma escuela. Entonces por parte del gobierno yo creo que haría más falta eso: hacer más escuelas donde verdaderamente te den la posibilidad de que tengas… —se distrae un momento, pierde el hilo, se queda pensando—. No solamente por parte de la escuela. Sino que apoyamos también las demás escuelas… Mira, aquí es la cancha de voley, estos son los talleres de artes plásticas, carpintería, ahí estaba el de herrería.
Murales con los rostros de los caídos. Murales con la historia del movimiento, con las consignas. Para no olvidar. Para no ser olvidados. Si tiene que tocarme a mí, espero no terminar desapareciendo, como los recuerdos. Como un souvenir olvidado.
A propósito de olvido. En el afán de hablar de las tortugas de Ayotzinapa se me estaba olvidando la razón de ser de esta historia. Hay que resolver un misterio. Hay que armar el rompecabezas. Entonces es necesario mirar las cosas con calma y empezar por el inicio. Hay que empezar por los hechos.
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* Este es un adelanto del libro ‘Ayotzinapa y nuestras sombras’ (Grijalbo, 2024), de Federico Mastrogiovanni, que edita Penguin Random House.
GSC/ SF/ CMOG