Las puertas de la pulquería se abren y los vecinos toman un lugar frente a la pantalla al aire libre: todo está listo para la proyección del primer corto de la noche en la Liverpulques. Un lugar de juergas y cine comunitario en el barrio de Cuautepec de Madero, el último rincón del norte de la Ciudad de México. Hay más gente de pie que sentada porque las sillas no alcanzan, pero eso los tiene sin cuidado. El frío recio –y eso que apenas son las siete– no quiebra a nadie.
Llegarán al menos cien personas, bien sonrientes, bien conversadoras. Casi todas con su vasote de curado de pulque en mano miran la imagen en la pantalla: una mujer de rasgos indígenas vestida con colores chillones, una suerte de reinterpretación de Tonantzin, a la que acompañan las flores originarias de la sierra de Guadalupe y los glifos de los nueve pueblos originarios de la Gustavo A. Madero: la GAM.
Las letras de grafiti anuncian de qué trata: es el cartel oficial del Festival de Cine de Barrio (Feciba 2024), cuya sexta edición le apostó todo al polo norte de la capital mexicana y eligió a la GAM como alcaldía anfitriona del 16 al 23 de noviembre.
Por ser una de las sedes, la Liverpulques está de manteles largos y las carcajadas del público anuncian un gozo. Para arrancar la noche de este viernes 22 de noviembre, se proyecta Jóvenes al volante, un cortometraje que sigue a conductores de los taxis irregulares del pueblo y que es, también, un documental sobre la vida en Cuautepec: sus calles, la gente que va de un lado a otro, sus retos y triunfos.
Apenas aparecen los créditos, el público grita, aplaude y sacude los vasos de pulque. Más curiosos llegan. Ya no caben en el local, pero se las arreglan para acomodarse afuera, a la espera de la siguiente función. Antes de eso, toman la palabra la directora ejecutiva Yuli Rodríguez y el director artístico Emiliano Escoto, ambos cabezas del festival. Quieren saber la opinión del público sobre el corto. Un hombre en sus treintas alza la mano y resume lo que piensan todos los presentes y que no frenan los aplausos y el festejo.
–Yo estoy muy feliz de ver en la película las calles de Cuautepec. ¡Vi mi lugar de trabajo, a mis vecinos! El ruido y el desmadre de todos los días. ¡Está bien chingón ver a tu barrio en la pantalla!
Quizás sin querer ha dado en el clavo sobre la razón de ser de este festival, sobre la raíz de su corazón: Feciba es un acto colectivo y comunitario. Un retrato grupal de las distintas visiones y puntos de vista de la Ciudad de México. En palabras de Escoto, en una charla que sostendremos al día siguiente del Liverpulques:
–Feciba surge como un espacio que permite dialogar con nuestros barrios desde adentro y hacia afuera. Surge para que la comunidad del barrio se celebre como artistas, verdaderos creadores y protagonistas de sus historias. Feciba es del barrio para el barrio.
Un festival con películas que hablen del barrio
En la Liverpulques se gozaron también Conociendo Cuautepec, que aborda la historia de este barrio, y Rap originario: música e identidades en movimiento, que cuenta la historia de Juan Sant, indígena totonaca, quien para apoyar a su familia migró de Pantepec, en la sierra poblana, a esta punta de la ciudad. Ahí descubrió el hip hop y el rap y, un día, aprendió que él mismo podía contar su propia historia con ayuda de estos géneros.
La dirección es de Mente Negra, un colectivo dedicado a difundir el rap de Cuautepec. Y cuando finaliza la función, cierran con broche de oro la noche: los raperos amenizan y el barrio enloquece. El pulque vuela.
Lo más importante aquí es que este corto de 15 minutos tiene los dos ingredientes que busca el Feciba en su programación: que presenten personajes e historias del barrio y de los pueblos originarios y que se hayan filmado dentro del territorio. Con eso basta. Si tu proyecto tiene ese par de elementos, estás dentro.
La gente que viene a la capital de Puebla, Oaxaca y Guerrero muchas veces construye en la periferia y ahí, enfatiza Escoto, surgen cientos de historias que merecen ser contadas por sus mismos protagonistas en forma de película.
Luego rememora: Feciba surgió en Ciudad Nezahualcóyotl, donde tiempo atrás Juan Meza –también fundador del festival– hizo un documental, El abuelo banda, que cuenta la historia de colectivos culturales en el municipio mexiquense que, con ayuda del rock, quieren construir la paz en un entorno de pandillas violentas. Cuando el documental fue visto por nezahualcoyotlenses, ellos mismos pidieron a los cineastas ver más películas de ese tipo, que hablaran de sus barrios, las vivencias recias o felices de todos los días.
Así se armó la primera edición en Neza en 2019: una muestra de unas cuantas cintas que buscaron cumplir con la expectativa de homenaje al barrio. Los espectadores estaban felices porque –coincidieron– eran películas hechas por sus propias manos, sobre sus propias vivencias, que jamás se verían en festivales. Al menos hasta ese día.
Surgieron los dos objetivos del festival. Por un lado, provocar experiencias cinematográficas en el barrio, en territorios donde el acceso al cine es limitado. Por el otro, visibilizar, dignificar y representar las películas que surgen del barrio. Desde entonces, el festival abarca esas miradas alternativas que no encajan o no son admitidas en los circuitos elitistas y de renombre. Se volvió, casi de manera natural, en un festival ambulante o itinerante: de Neza, su segunda edición, Feciba brincó a Iztapalapa, pero apenas con dos proyecciones en vivo –el resto se hizo de manera virtual– porque era 2020 y la pandemia de covid-19 impidió algo más en grande.
Después, con un equipo humano mayor, el festival saltó a Tláhuac, luego a Xochimilco y hace un año dieron un paso gigante: trasladarlo a Tepito. Al Barrio Bravo.
–Brincamos a Tepito porque decidimos cuestionarnos a qué nos referimos con el cine de barrio. Y para eso teníamos que ir a La Meca del barrio –dice Escoto.
Y ahí hubo una nueva unanimidad después de que el actor Pedro Joaquín, originario de Tepito, lo dijera con todas sus letras: a Tepito siempre lo han representado desde afuera como un barrio violento.
–No es que los barrios no sean violentos –aterriza Yuli Rodríguez, la directora ejecutiva– y que debamos romantizarlos. No. La crítica es que siempre es el mismo retrato y los idénticos personajes estereotipados a través de una mirada extranjera.
Sí existe en los barrios una realidad cruda. En ellos hay violencia y hostilidad, pero Feciba busca ahora rescatar la otra cara que nadie ve: que el barrio también genera identidad. Existe en sus calles una cultura. La de la resistencia.
Somos Barrio, la otra cara de la vida en las periferias
El frío del 22 de noviembre en Cuautepec es poca cosa si se compara con el que castigó dos días antes a los espectadores en el Bosque de Aragón, en el otro extremo de la GAM, donde, después de las siete de la noche se proyectó Un cuento de pescadores, largometraje de Edgar Nito. Dentro del bosque, en una oscuridad idónea para una película de miedo, el mismo Nito se lo dijo a su público: qué mejor que un sitio oscuro y frío para proyectar una película del género.
Los tapetes sirvieron de asientos y como cobertores. Ahí también nadie se rajó: las personas soportaron el aire gélido y mucho ayudó la atmósfera de este cuento que reinterpreta una leyenda del folklore rural michoacano que aseguraba que hace tiempo la naturaleza prosperaba en armonía hasta que llegó el mal. La película, fuera de competencia, funcionó además para fortalecer la variedad cinematográfica de Feciba.
El festival se inauguró, por ejemplo, con la película Tonantzin Guadalupe, del director Jesús Muñoz, un viaje por la cultura y espiritualidad mexicana que busca los orígenes de la Virgen de Guadalupe y descubre las raíces profundas del sincretismo. Se presentó en la explanada de la GAM.
En la Universidad Autónoma de la Ciudad de México de Cuautepec se proyectó El Eco, de la cineasta Tatiana Huezo, a donde asistieron personas sordas y ciegas que conocieron esta historia con ayuda de audiodescripción, lengua de señas y subtitulado descriptivo. La columna vertebral del Feciba es, sin embargo, la Selección Oficial ‘Somos Barrio’: una muestra, conformada principalmente por cortometrajes que hacen honor a la razón del festival: 47 proyectos que tienen en común ser de realizadores emergentes de los barrios y periferias. Con miradas femeninas, de la comunidad LGBT+ y de directores que se asumen como parte de pueblos originarios y afrodescendientes, las películas se proyectaron en cineclubes, centros culturales, salas de cine y en espacios al aire libre.
‘Somos Barrio’ se divide en nueve programas. Un ejemplo es “Aquí entre morras”, donde las mujeres abordan la violencia sistémica y los desafíos laborales. “Héroes del barrio”, que mostró historias de personas que enfrentan la cotidianidad con valentía y conexión con el entorno. O, bien, “Las otras periferias”, que presentó historias que revelan los desafíos y las esperanzas en territorios olvidados.
–En el Feciba pasa algo interesante: poco a poco empiezan a aparecer directores que ya han colaborado en años anteriores. Yo le llamo creación de comunidad –dice Escoto.
La diferencia con otros festivales, afirma, es que son personas que vienen de estratos y condiciones muy diferentes, que en su mayoría se dedican a otras cosas y para quienes el cine es una necesidad cultural. Tienen un formulario donde se solicita que los directores pongan de dónde vienen y cuál es la relación de la producción con el barrio.
Yuli Rodríguez secunda: al cambiar de territorio les ha dado la posibilidad de conocer la ciudad de otra manera, a través de las propias personas que trabajan en los barrios y de los propios proyectos que se dedican al cine.
–La red se empezó a extender hacia Ecatepec –dice Rodríguez–. Nos piden llevar el festival a Durango, Chihuahua o Oaxaca. “Hagan sus propios festivales”, les digo. O sea, gracias por el reconocimiento, pero lo que queremos nosotros es incentivar.
En cada lugar, celebra, Feciba deja algo: una comunidad que se va tejiendo con diferentes actores. La gente de Tláhuac, Xochimilco y de las sedes pasadas sigue al equipo en su nueva aventura. ¿Qué otra prueba así de contundente de la conformación de una comunidad?
Los ganadores, a la Cineteca Nacional
La clausura fue el pasado 23 de noviembre en la Sala de Conciertos Tepecuicatl. Además de la ceremonia de premiación, se proyectó el corto documental El sueño de Kamal, que cuenta la historia de Shadi Abed, un refugiado palestino que intenta traer a su familia de Gaza a México para salvarla del genocidio y cumplir el sueño de su padre, Kamal. Tras la proyección, el mismo Shadi relató su lucha contra la burocracia institucional para unirse con sus familiares.
Feciba premió y reconoció diversos trabajos. Algunos fueron: El Retiro, que sigue a Miguel Ángel El Apá, un jubilado que, tras la desaparición de un alcalde en la colonia El Retiro, recorre las calles con una videocámara, entrevistando a los vecinos para hacer un documental y descubrir la verdad. Otro trabajo ganador fue RE, un corto que ensambla vivencias sobre Ecatepec y que cuestiona cómo resignificar el estigma hacia al municipio.
También se llevó un premio Enter the breaking: la historia de Other Side Crew, un documental que, ambientado en Ecatepec, explora el impacto del break dance en México a través de uno de los colectivos más representativos. Son jóvenes que forjan lazos comunitarios en medio de lo adverso.
Yuri Rodríguez explica que Feciba tiene dos programas de exhibición y promoción del cine mexicano: “Tirando barrio” y “Del barrio pa’ llevar”: algunas de las películas ganadoras se llevan a espacios como la Cineteca Nacional.
–Para que la banda sienta que sí puede estar en ese espacio, que sí se los merece, que sí son suyos. Los reconocimientos son para personas que tomaron una iniciativa y que quisieron hablar de un punto de vista –dice Rodríguez, oriunda de Culhuacán, un barrio en la frontera entre Coyoacán e Iztapalapa, muy cerca del cerro de La Estrella.
Estudió una maestría en Cine Documental en la Escuela Nacional de Artes Cinematográficas (antes CUEC) y se integró al proyecto tras su paso por Iztapalapa. Por su origen, sabe lo complejo que es referirse al barrio, sobre todo desde el cine.
–El cine crea imaginarios colectivos, crea identidad. Es representación y si todo el tiempo te representan de cierta manera, a veces te la crees: que tu entorno es violento, que tu cultura es violenta. Nunca puedes ver reflejado realmente quién eres, ni con personajes que tienen tu misma fisonomía, pues están encasillados en ciertos papeles.
La siguiente parada podría ser Azcapotzalco
El mismo día de la clausura, horas antes, se proyectaron los cortometrajes del programa “Aquí entre morras” en el Centro Cultural Futurama. De las cinco películas, se llevó la tarde ¡Métele Candela!, que presenta a Candela, una joven luchadora enmascarada que quiere ser la nueva ídola de niñas y mujeres.
Emiliano Escoto, quien nació en Azcapotzalco, creció en Santa María la Ribera y estudió filosofía en la UNAM, sabe que algunas películas de este programa funcionan como un espejo porque están contadas por las comunidades mismas. Con la edición de este año concluida, lo que viene, dice, es un ejercicio de retroalimentación para mejorar, apuntalar y tomar decisiones para la siguiente edición. En el norte les fue bien. Coquetean con Azcapotzalco, vecina de la GAM, pero por ahora nada es seguro.
Lo que él y todo el equipo tienen por hecho es que quieren fortalecer una red de espacios culturales de exhibición cuya intención sea pensar en el cine como herramienta de transformación social.
–Un espacio que nos permita dialogar con nuestros barrios. Estamos creando cultura. Desde nuestras trincheras, calles y colonias inventamos este mundo. Vernos en la pantalla es como decir: “Yo también soy artista, también salgo en la pantalla y me gusta mi barrio”. La gente se empieza a juntar y crea proyectos.
Tras el paso del festival por Tepito se fundó el Cinema Tepito y se proyectan películas todos los viernes en la Galería José María Velasco. En Tláhuac, surgió un festival que se llama Miradas Alternativas MX. En Xochimilco también hay una red de exhibición. Está sucediendo.
–Estos proyectos no tienen ya que ver con Feciba, cada quien está trabajando en su barrio. Hubo repercusiones y sigue siendo una red: si la banda necesita equipo, apoyo de gestión, lo que sea, apoyamos. Eso es hacer barrio y eso es hacer comunidad.
GSC