Fingerboard: crece la fiebre por las minipatinetas

Estos artefactos de apenas unos centímetros hacen volar los dedos y la imaginación de cada vez más chicos y adultos.

Fingerboard: fiebre de minipatinetas. (Especial)
Paris Martínez
Ciudad de México /

Ágil y veloz, Andrés, de 24 años, hace que su patineta brinque, rote en el aire sobre su eje y aterrice sobre la pista sin jamás dejar de avanzar, para luego él mismo caer encima de la tabla. Solo que, a diferencia de como lo hacen los patinetos o skatos, Andrés no lo hace apoyado en sus pies, sino con la punta de sus dedos índice y medio de la mano derecha.

Andrés realiza esta proeza rodeado de amigos, a plena luz del día, en la calle San Jerónimo del Centro de la Ciudad de México; luego de consumarla, se dibuja una sonrisa triunfal bajo su bigote tintanesco.

En efecto, para lograr esta acrobacia Andrés no utilizó una patineta normal, sino una a escala, que mide apenas 10 centímetros de largo, la cual hace correr con el impulso de los dedos de la mano sobre una pista en miniatura.

“Me gusta el fingerboarding", explica el joven, "es un excelente hobbie”.

Surgido en la década de los años setenta en Estados Unidos, el fingerboard o patinaje con los dedos de la mano, es una práctica de entretenimiento que replica las técnicas deportivas de las patinetas convencionales o skateboarding, pero en pequeño.

Y aunque aún no alcanza la categoría de deporte olímpico que ya se le reconoce a su hermano mayor, la popularidad del patinaje con los dedos de la mano se extiende a Norteamérica, Europa y algunas calles y barrios mexicanos.

De la mano de un refresco

“A mediados de los noventa llegó a México una promoción que se llamó ‘Sigue la onda Fanta’, en la que tú cambiabas unas taparroscas y te daban una patinetita”, explica DonKhan, promotor cultural y fundador del taller Mictlan Fingerboards, el primero en producir minipatinetas nacionales de forma artesanal.

Fue así como esta práctica de esparcimiento llegó a México, aunque hasta 2012 comenzó a difundirse ya no sólo como juguete, sino como una vía de recreación lúdica y colectiva, que permite desarrollar habilidades para el juego, la convivencia y la coordinación, así como ejercitar la imaginación en el espacio físico, fuera de las plataformas digitales.

El colectivo Mictlan se fundó en 2009, detalla DonKhan, de 36 años y originario del Estado de México. Recuerda que cuando comenzó con eventos culturales de Día de Muertos en las escuelas primarias, organizaba concursos de tapetes y ofrendas de aserrín. 

“Ahí a veces las profesoras me señalaban a algunos niños, me decían: ‘ten cuidado con esos, son muy latosos’, pero eran los niños que más ímpetu le ponían a crear, a desarrollar sus aptitudes artísticas, entonces pensé: ¿por qué no buscamos una actividad que sea muy incluyente, para todos?, y encontré el fingerboard”.

De madera y plástico, como las grandes

Las primeras patinetas miniatura fueron creadas en Estados Unidos con cartón y piezas de carritos Hot Wheels, pero hoy su proceso de fabricación imita en todos sus detalles al de las patinetas convencionales.

“La tabla está hecha de maple canadiense, que es la misma madera que se ocupa para hacer las tablas grandes. Son cinco capas que se prensan igual que una skateboard, el gráfico se aplica con transferencia de calor, las ruedas pueden ser de distintos materiales, hay muchas marcas, y los ejes sí tienen que ser importados, es muy difícil fabricarlos aquí en México”, explica DonKhan.

Una patineta para fingerboard hecha de plástico puede conseguirse por menos de 100 pesos. Una de madera con sus aditamentos básicos cuesta en México unos 500 pesos, aunque el precio, dependiendo de la calidad de los materiales, puede superar los 3 mil.

Pero la industria del fingerboard va más allá de las patinetas en miniatura. También se producen pistas, rampas, obstáculos urbanos, incluso zapatitos y pantalones a escala para ponerlos en los dedos, y practicar.

“Para mí ha sido un gusto enorme haber encontrado esto", cuenta David, un joven de 19 años al mostrar su minipatineta. "Llevo como cinco años dándole y lo tomo como una práctica de desestrés que me ayuda contra la presión cotidiana. Por ejemplo en el trabajo, cuando se acumula el estrés, saco mi tabla y le doy en cualquier superficie, puede ser una engrapadora, una libreta, cualquier cosa, y la imaginación comienza a volar”.

Para promover la práctica del patinaje con la mano, desde 2012 la comunidad de riders, como se denomina a quienes ejecutan suertes con estas pequeñas tablas, se reúne todos los sábados en la explanada del ex Claustro de Sor Juana, en el Centro Histórico capitalino.

Ahí extienden pistas en miniatura, o spots, en donde cualquier persona sin importar la edad, puede practicar gratuitamente fingerboard, hacerle talacha a sus mecanismos de rodamiento y adquirir artículos que ahí mismos se producen y prueban, como obstáculos, tablas o estampados. Aunque, en realidad, lo principal es encontrarse y reconocerse como amigos y amigas sin que importe mucho la diferencia de edad.

Algo más que diversión

Esaú es un rider de 36 años. Cada sábado llega con su hijo Bansi, de apenas ocho, y juntos ejercitan sus destrezas en esa explanada, en donde la estatua de Sor Juana Inés de la Cruz los mira de reojo.

“De grande yo quiero ser policía o bombero, pero aquí lo principal es que esta es mi tabla”, resume Bansi, con la visera de su gorra a media frente. Su pequeña patineta está adornada con un cráneo alado.

El fingerboard, explica, tiene sus reglas y ejecuciones con distintos niveles de dificultad. 

“El truco más básico es el ollie, luego empieza el flip, luego el imposible, el tre flip y así sucesivamente, pero lo principal aquí es divertirnos”, dice el niño.

Es una práctica de esparcimiento, añade su papá Esaú, que también luce una gorra bien calada. Esto le permite compartir algo significativo con su hijo, acercarse a él, demostrarle cariño y, a la vez, cuidarlo. 

“Empecé a comprarle patinetas y a decirle que en vez de estar metido en el celular o en la tableta, esto está padre”.

Comenzaron a jugar, a ver los trucos, pero esta actividad tiene una ventaja adicional. 

“Es sana: mientras juego con Bansi puedo preguntarle muchas cosas, saber cómo está, qué colores le gustan, porque muchos padres no saben ni siquiera eso de sus hijos”.

Cada tres meses la reunión sabatina de minipatinetas se convierte en una jornada cultural gratuita y pública, con sesiones de rap, piñatas, concursos y, por supuesto, muchas tablas y dedos volando.

De continuar la difusión de esta práctica, México podría incrementar la lista de campeones en este tipo de competencias. En esta última década ya hay dos: los jóvenes Joseph Ochoa, que se llevó en 2018 el certamen mundial realizado en Estados Unidos, y Sebastián Vázquez, que obtuvo el octavo lugar en el campeonato internacional de fingerboard de Alemania 2015. Ambos, por cierto, surgieron de esta misma comunidad de riders.

En países como Alemania, Francia o Estados Unidos la actividad ya se practica a nivel profesional. En México, “apenas estamos empezando, estamos en pañales aunque llevamos 11 años promoviendo el fingerboard, pero lo principal no es la industria alrededor de esto, sino la sensación de salir a la calle y convivir con tus amigos”, reflexiona DonKhan

EHR

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