Día de Muertos, una celebración prehispánica llena de misticismo y colorido que este año se ve ensombrecida por las cerca de 90 mil vidas que la pandemia arrebató en México.
El virus no respeta edades, pero vino a ensañarse con nuestra generación más valiosa, los adultos mayores. Se han ido sin despedirse y hoy hacen falta su sabiduría y sus valores. Son los grandes invitados a los altares de este 2 de noviembre, fecha marcada en el calendario para honrar a los difuntos.
México llora también a niños, jóvenes y adultos, cuya partida inesperada hace de esta, una fecha dolorosa pero también plena de simbolismo para las familias marcadas por esta experiencia, porque vuelven a estar cerca de ellos.
En el año 2003 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró esta festividad como “obra maestra del patrimonio cultural de la humanidad”. Se considera uno de los ejemplos más relevantes del patrimonio vivo de nuestro país y del mundo y una de las expresiones culturales más antiguas.
Este año, la contingencia sanitaria por covid-19 trajo desolación y muertes tempranas. El recuerdo de esos seres queridos que se adelantaron en el camino estará presente en los altares de cada hogar enlutado.
Vida y muerte, uno mismo
Para el México prehispánico, la vida y la muerte eran uno mismo. No había miedo o rechazo a perder la vida, pues se creía en la existencia de cuatro cielos, donde no había castigo sino una transición.
La investigadora tampiqueña Talía Olivares explica que el primer cielo estaba destinado a los aztecas que morían en la guerra y aseguraban el paraíso por toda la eternidad. Incluso se les concedía el permiso de ser águila o quetzal para visitar a sus seres amados.
En el segundo cielo estaban las mujeres que fallecieron durante el parto y eran quienes se encargaban de alimentar a los niños que morían antes de ser destetados. En el tercero, estaban los que perecieron ahogados o por alguna enfermedad de la piel.
El complicado era el cuarto cielo, pues ahí llegaban los que expiraban por causas naturales y tenían que atravesar el inframundo librando páramos, desiertos y montañas oscuras.
Altares, una conexión
El altar de muertos simboliza la oportunidad de acercarnos a nuestros difuntos a través de las ofrendas. Volvemos a impregnarnos de su recuerdo y evocamos momentos compartidos en vida.
La ofrenda
La comida favorita del difunto, es parte de la ofrenda como: frutas como naranja, mandarina y caña, agua para calmar su sed tras el largo camino recorrido, pero también cerveza y vino, pues se cree que ellos regresan y disfrutan lo que con esmero se brinda para ellos.
El arco representa la puerta principal al mundo del Dios de la muerte, la mesa es la tierra y al centro debe colocarse la fotografía del ser que se fue. También se ponen velas para iluminar su camino.
Olivares comenta que es un reencuentro entre vivos y muertos en una dimensión que les permite convivir y obtener un poco de consuelo ante la pérdida, entre flores de cempasúchil y copal.
El papel picado no puede faltar.
Es una fiesta de la que hoy somos anfitriones, pero mañana seremos los invitados. El altar de muertos contemporáneo es el resultado de la combinación de creencias religiosas mesoamericanas y europeas que trajeron los conquistadores.
Nace el Xantolo
Cuando un guerrero azteca moría en una batalla se llevaba a cabo un ritual. El pueblo prehispánico permitía a las viudas sacar su dolor y llorar por 80 días, en los que no se cambiarían de ropa ni limpiarían sus lágrimas.
A estas mujeres les era sobrepuesta la piel de sus esposos en su rostro, a manera de máscara, y con música superaban la pérdida, lo que dio origen a las fiestas del Xantolo. “Todo pasa, nada es para siempre.
La pandemia es una lección que debemos aprender, como lo hizo el pueblo antiguo cuando las viudas vivían el dolor de sus guerreros caídos en batalla y se levantaban”, destaca la historiadora, quien ha investigado por más de dos décadas a los pueblos indígenas.
lpr