Desde pequeño Pepe Cabrera amaba el ambiente de su barrio, recuerda la convivencia con los vecinos, los chicos jugando en las calles y el aroma de las cenadurías que al caer la tarde invadía el ambiente.
Creció entre el barrio de San Juan Bosco y San Andrés en Guadalajara, asistió en su infancia al Centro Escolar Guadalajara, una escuela con más de cincuenta años de historia.
Recuerda que ahí se forjaba un espíritu nacionalista, había comités de niños, junta de gobierno de niños, se vivían los valores. Su familia materna provenía del norte y su familia paterna del sur de Jalisco, de extracto campesino, modesto.
Por entonces, venían algunos familiares y recuerda que lo hacían en búsqueda de un buen licenciado, porque decían, los buenos abogados son de Guadalajara.
Sus padres, siempre fueron muy solidarios con los vecinos, asumían las situaciones de los otros como responsabilidad colectiva, buscaban como ayudarlos, conocían a muchas personas y tenían siempre amigos en todas partes.
Esos recuerdos de problemas agrarios familiares y el ejemplo de sus padres solidarios con los vecinos, son lo que inspiró a Pepe y pensó desde entonces, que deseaba ser abogado. Y así fue, ingresó al
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara para cursar la licenciatura en Derecho.
Desde mitad de la carrera empezó a tomar materias de derecho social, derechos humanos, derecho laboral y derecho agrario. Comenzó a tocar puertas, ofreciendo su apoyo como colaborador con la única intención de aprender.
Se acercó a los juzgados familiares, a la procuraduría agraria, y estuvo también en la junta local de conciliación y arbitraje.
Fue en la Procuraduría agraria donde encontró el verdadero sentido de su carrera. Ahí alguien le dijo: “para aprender hay que salir”, lo asignaron con una abogada y comenzó a acudir a las asambleas agrarias a municipios fuera de Guadalajara. Observaba cómo se comunicaba ella con los campesinos, aprendió que en el derecho agrario había una gran obligación, ser franco con la gente.
“El día que te burles y juegues con un campesino se terminó tu carrera”, le dijeron.
Ahí se convenció de que tenía que ser abogado agrario. En 2011 cuando se tituló, experimentó una sensación de vacío, fue como comenzar de nuevo, primero a construir la confianza con la sociedad, sin ninguna firma que lo respaldara y cargando a cuestas con el desprestigio social que ha tenido últimamente la carrera.
Era una tarea difícil. Había que salir a buscar los casos, pues los campesinos no viven en la ciudad.
Comenzó en la zona Norte de Jalisco, en Colotlán, una región particularmente difícil por su geografía. Ahí llevó asuntos laborales de trabajadores de las minas, luego ya recorría todos los municipios, incluso Jerez y Tlaltenango que pertenecen a Zacatecas.
Durante su estancia en Colotlán, comenzó el contacto con indígenas de la etnia huichol, lo invitaban a asistir a la Sierra Norte por gusto, los amigos que hizo lo llevaron a ceremonias tradicionales, y llegó a participar en la mayoría de las fiestas, Cambio de vara, Semana santa, Fiesta del tambor y realizó el recorrido con ellos a Real de Catorce.
La convivencia que se generó, lo llevó a comprender y valorar la cultura; luego ya lo comenzaron a buscar para que les ayudara con asuntos, los primeros casos ahí fueron de situaciones penales; los huicholes eran acusados de abigeato y las acusaciones venían de personas ajenas a los indígenas.
Posteriormente su trabajo fue en temas agrarios, en San Sebastián, Tuxpan de Bolaños y Mesa del Tirador. En todos estos casos el idioma representa una desventaja, pero no solamente respecto a la comprensión literal del lenguaje, sino la comprensión de su visión como culturas originales con una percepción distinta de la tierra.
Para este abogado, no se trata solo de conflictos jurídicos, son conflictos sociales entre las culturas y en su caso ha sido vital involucrarse con las comunidades, comprender su visión para conseguir una defensa integral.
En muchos de los conflictos indígenas no hay intérpretes o traductores, se les juzga sin conocer su versión y esas son las cosas que generan mucha injusticia. La región Norte es la que más ha trabajado y la que le ha permitido especializarse en el derecho agrario.
Pepe es un abogado itinerante, disfruta de aparecer en un tribunal de Chihuahua, en uno de Guadalajara o de Zacatecas, significa medirse con otros abogados y aprender nuevos procedimientos, pero también le representa la oportunidad de tener contacto con la gente.
–Soy abogado de rancho”, dice. Como abogado lo que busca es defender lo justo sin hacer pleito. La gente lo que quiere es resolver problemas no que se generen más, y resolverlos representa un triunfo.
-Yo no sé qué se sienta cuando un médico salva una vida, pero ha de ser increíble, en mi profesión siento eso cuando obtengo la libertad de alguien que injustamente estaba en la cárcel-.
En su corta trayectoria ha obtenido ya la libertad de tres hombres y una mujer. Uno en Zacatecas y tres en Puente Grande, la mejor recompensa es haber devuelto la paz y la justicia a las personas y sus familias.
Con dos despachos, uno en Guadalajara y otro en Jerez y a punto de terminar una Maestría en Derechos Humanos en el ITESO, el licenciado Pepe vive itinerante, entre las carreteras de nuestro estado y las calles a veces empedradas de los pueblos; hablando con la gente, explorando la riqueza cultural de cada rincón.
Con sus padres como ejemplo y Vicente Lombardo Toledano como inspiración, este joven abogado está convencido de que seguro habrá muchos licenciados en derecho conocedores de las leyes, pero pocos abogados comprometidos con la justicia.
“No es lo mismo ejercer el derecho que pretender la justicia”, afirma. Pues lo que más duele a la gente es la ausencia de justicia en una sociedad constantemente cambiante; y Pepe lleva siempre consigo un principio básico, buscar la justicia por encima del derecho.
MC