La alternancia es una práctica arraigada en el Estado de México, en especial en los palacios municipales, que siempre tienen turno en la disputa por la gubernatura.
A partir de la memoria electoral local puede trazarse la trayectoria de esa incesante batalla: de 1990 a 2021, el PRI pasó de controlar el 100 por ciento de las 121 alcaldías que conformaban la entidad, a retener ahora sólo 41.6 por ciento (52) de las 125 actuales, 30 de ellas obtenidas en alianza y 22 en solitario.
Pero de hecho, los partidos de la alianza Va por el Estado de México controlan en total 62.4 por ciento (78) de los 125 municipios, mientras que Morena pasó de 57 en la elección anterior a sólo 28 (22.4 por ciento) para el periodo 2021-2024, un retroceso de 52.63 por ciento de su efectividad electoral: ganó tres con sus propias siglas y 27 de ellos en alianza con el Panal y el PT. Este último se quedó con dos. Los 17 palacios restantes están en manos de otros partidos.
A lo largo de los sucesivos procesos, la contienda por las alcaldías no fue siempre pareja, ni siempre cerrada, ni siempre tersa: la maquinaria tricolor también era renuente a la observancia de la ley si eso era preciso para seguir ganando y reteniendo ayuntamientos.
No obstante, una reforma creó el órgano electoral local en 1995, el cual posibilitó que la oposición de izquierda y derecha fuera arrebatando piezas, paulatina y crecientemente, al decano político.
El punto de quiebre fue 1996, cuando el PRI perdió, por primera vez, 51 municipios frente a otros partidos. Hasta entonces, en ninguna elección había cedido más de una docena.
Conforme avanzaba la partida, la permanencia opositora en las alcaldías por varios períodos propició formaciones de corte caciquil de signos distintos al PRI, tanto del PAN como del PRD ―muchos de ellos hoy trasvasados a Morena― que disputaron a los tricolores el dominio municipal y hasta regional, emulando con fidelidad sus prácticas: apoyo a las campañas con recursos de los propios ayuntamientos, compra de votos, creación de clientelas con padrones de programas sociales, entre otros instrumentos extralegales.
Así se solidificaron formaciones perredistas de corte caciquil, por ejemplo, en Nezahualcóyotl, Texcoco y Tultepec, por mencionar a los más duraderos. O en Tlalnepantla y Naucalpan por parte del PAN, por referir los más relevantes.
Pero en la ruta también se alcanzaron extraños fulgores de normalidad democrática, como en 2000, cuando el PAN consiguió 30 alcaldías, varias de las cuales conformaron su célebre “corredor azul”, un grupo de municipios entre los más ricos y poblados del Valle de México, que después perdería para recuperarlo hasta 2018.
O como en 2006, cuando los partidos de izquierda sumaron 46 ayuntamientos.
La encarnizada batalla no ha tenido tregua, pero dio el tiempo al PRI de recuperarse tres veces: en 2009 consiguió el 77.6 por ciento de las presidencias municipales, en 2012 obtuvo el 75 por ciento, y en 2021 ―después de haberse quedado con e1 l6 por ciento en 2018― retornó a 41.6 por ciento.
Fue justo cuando el tricolor rompió un bloque de 57 ayuntamientos obradoristas para reducirlos a sólo 28. Pero si algo ha dejado el largo proceso, es la certeza de que, con órganos electorales independientes del gobierno, no hay derrotas ni triunfos permanentes.
Antes de las alternancias
En 1990 estaba aún fresca la cuestionada elección presidencial de 1988, en la que el candidato del opositor Frente Democrático Nacional (FDN), Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, había obtenido una gran cantidad de votos precisamente en el Estado de México y en su natal Michoacán.
La elección se había resuelto bajo la sospecha de fraude electoral a favor del priísta Carlos Salinas de Gortari, pero también como punto de despegue de la consolidación de los partidos opositores como opción electoral real.
Dos años después, la gubernatura mexiquense era ocupada por un mandatario sustituto: Mario Ramón Beteta, a quien el presidente Miguel de la Madrid había movido de la dirección de Pemex, en 1987, para ocupar la gubernatura. Fue retirado por el presidente Salinas, quien instaló en el cargo a Ignacio Pichardo Pagaza, un político con mayor aceptación que su predecesor en la cúpula tricolor estatal.
A pesar del poderoso precedente de 1988, la cosecha tricolor siguió prácticamente íntegra en 1990: el PRI obtuvo 116 de las 121 alcaldías, si bien el PAN consiguió dos triunfos entonces relevantes: ganó Cuautitlán y San Martín de las Pirámides; mientras que el recién nacido PRD se quedó con tres ayuntamientos: Chiconcuac, Tequixquiac y Cocotitlán.
Las denuncias perredistas de fraude eran previsibles para el gobierno estatal que, sin embargo, no esperaba mayores problemas. No obstante, en el sureño municipio de Tejupilco las protestas escalaron, y el 12 de diciembre perredistas se enfrentaron con la policía que resguardaba el palacio municipal. El saldo fue de cinco muertos ―un policía y cuatro civiles―, y 17 heridos, 15 de estos uniformados y dos manifestantes.
La gravedad de aquellos hechos no redundó en un avance opositor mayúsculo en la elección siguiente, de 1993, en la que fue electo además, para la gubernatura Emilio Chuayffet. El PRI se adjudicó 109 de los 121 ayuntamientos; al PAN le correspondieron seis, al PRD tres, al PFCRN dos y al PARM uno.
1996: punto de quiebre
Pero fue en la elección de 1996 cuando la oposición logró la primera victoria contundente. El propio Chuayffet había impulsado una reforma electoral en 1995 para crear el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), un organismo autónomo de los partidos políticos y con consejeros ciudadanos.
La reforma propiciaba un terreno de competitividad electoral que a su vez redundó en la primera caída drástica para el priismo mexiquense en elecciones municipales.
El tricolor conservó 71 de las 122 alcaldías en aquel 1996. Perdió en 51 municipios. Para el PAN fueron 23, entre los más poblados y con mayor economía: Naucalpan (con José Luis Durán Reveles, cuya familia política hoy juega en el ala obradorista), Tlalnepantla (con Ruth Olvera, hoy morenista también), Atizapán, Cuautitlán Izcalli, Cuautitlán y Coacalco, entre otros.
El PRD obtuvo 25, entre los de mayor padrón: Nezahualcóyotl, Texcoco, La Paz, Zumpango, Tultepec, y Teoloyucan. En este último municipio resultó electo como presidente municipal Pedro Zenteno Santaella, actual director del ISSSTE.
En adelante, sería cada vez más difícil para el PRI contener el avance opositor en las alcaldías. Por lo pronto había retenido la mayoría de los municipios ―58.22 por ciento del total―, además del municipio con el mayor padrón de la entidad, Ecatepec, y la capital:Toluca.
La hora azul
Los comicios de 2000 quedaron marcados por el ascenso del panismo y la avalancha foxista. Ya en la elección de gobernador del año previo había quedado marcada la tendencia: el PAN había captado casi el 35 por ciento de los sufragios, la más alta votación opositora en renovación del Poder Ejecutivo local hasta el día de hoy.
Las elecciones de ayuntamientos fueron concurrentes con las federales, y en gran medida determinantes para el triunfo presidencial de Vicente Fox: el Estado de México aportó 2.23 millones de votos a su victoria. La diferencia entre el primero y segundo lugar de esa elección presidencial fue de 2.4 millones.
El PRI mexiquense no quedaría indemne frente a aquella avalancha en la disputa de ayuntamientos.
La derrota no era significativa en términos numéricos: el tricolor pasó de controlar 71 a 69 municipios, pero cualitativamente era contundente. El PAN se hizo del control de 30 palacios municipales, entre ellos los de Toluca y Ecatepec.
Además, refrendó y amplió su “corredor azul”, es decir, los municipios del Valle de México que rodean a la capital del país: Naucalpan, Tlalnepantla, Huixquilucan, Tultitlán, Atizapán, Cuautitlán, Cuautitlán Izcalli, Coacalco. El PAN no volvería a acercarse a ese número sino hasta 2018.
En cuanto a los partidos de izquierda, estos consiguieron 23 ayuntamientos. De ellos, el PRD se quedó con 21, de los cuales los más relevantes eran Nezahualcóyotl, Texcoco, La Paz y Chicoloapan.
La alternancia en los municipios parecía llegar en un camino de sin retorno.
Lenta sangría
En 2003, el país vivía sus primeros años bajo un gobierno nacional de partido distinto al PRI, pero el gobernador del Estado de México, Arturo Montiel, contrastaba con aquella renovación, parecía provenir de otra época y era uno de los mayores pasivos del tricolor en la elección de aquel año.
Aunque lentamente, el PRI siguió perdiendo piezas en el tablero de los ayuntamientos. En términos numéricos, otra vez, el quebranto fue menor: apenas una alcaldía, pues pasó de 69 a 68. El tamaño de las parcelas de poder en cuanto a ayuntamientos dominados tampoco varió excesivamente para los opositores. La nota sobresaliente era que estos últimos consolidaban dominios regionales.
El PAN y la izquierda invirtieron sus cifras casi de manera exacta. El panismo pasó de controlar 30 a 24 palacios municipales, mientras que la izquierda pasó de 23 a 30: 23 para el PRD, cuatro para el PT y tres para Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano).
2006: disputa entre opositores
La alternancia partidista en los ayuntamientos mexiquenses se había normalizado para 2006. El siguiente paso era arrebatar la mayoría de palacios municipales al PRI, un fruto que parecía al alcance de la mano.
Todo era propicio. El año anterior, al tricolor le habían alcanzado las fuerzas para retener la gubernatura: se había beneficiado del desgaste del foxismo y del encono entre el PAN y la izquierda. Además, los priistas habían postulado a un candidato competitivo, el diputado local Enrique Peña Nieto.
Pero cuando llegó la batalla por los ayuntamientos, la polarización había crecido aún más a nivel nacional ―como quedó claro con la elección presidencial de ese año, concurrente con la mexiquense― y había ensanchado los tamaños de las fuerzas involucradas.
Por otro lado, la expectativa de una elección con alta competitividad impulsó la formación de alianzas opositoras amplias e incluso “antinatura”, como se les llegó a llamar debido a que reunían bajo una candidatura a partidos tan disímbolos como, por ejemplo, al PAN y al PT, ubicados en los extremos opuestos del abanico ideológico.
El PRD, por su parte, recurrió a su coalición tradicional: la estableció con Convergencia ―como se llamaba entonces Movimiento Ciudadano― y con el propio PT. Sí, el PT había desarrollado alianzas con izquierda y derecha.
En cuanto al PRI, apeló también a una fórmula probada: armó su alianza con el PVEM. Pero esta vez el resultado no fue el previsto, puesto que el tricolor pasó de tener 68 a 55 presidencias municipales y, con ello, por primera vez tenía menos ayuntamientos que sus adversarios.
Los opositores se habían hecho de 70 de los 125 palacios municipales mexiquenses. El PAN había conseguido 27 alcaldías, muy cerca de las 30 que había logrado en 2000; 24 de sus triunfos los conseguía ahora con postulaciones propias, y tres más encabezando alianzas “antinatura”.
Los panistas refrendaban su hegemonía en Naucalpan, Tlalnepantla, Toluca, Atizapán, Cuautitlán Izcalli, y obtenía municipios intermedios del Valle Cuautitlán-Texcoco como Tecamac o Apaxco, pero también importantes municipios del sur del estado, como Zinacantepec o Santiago Tianguistenco, tierra del ex gobernador Carlos Hank González, emblema del poderío económico de la clase política tricolor de la entidad.
El registro estridente eran los triunfos del panismo en los que, sin miedo al éxito, encabezó las mencionadas alianzas antinatura: Temascalcingo (PAN-PRD-PT), Temoaya (PAN-PRD) y Villa de Allende (PAN-PT).
Del lado de la izquierda el alborozo era aún mayor, pues había conseguido 43 alcaldías, y solidificaba su dominio en municipios del oriente de la entidad: en Nezahualcóyotl hilaba su tercer triunfo consecutivo, el cuarto en Texcoco, pero además expandió su efectividad electoral en Ixtapaluca, Chalco y Valle de Chalco Solidaridad.
En algunos municipios del Valle Cuautitlán-Texcoco también solidificó cotos, como en el municipio industrial de Tultitlán, en Chicoloapan y en Tultepec. Además conseguía municipios del sur de la entidad y, sorprendentemente, Metepec, en la zona conurbada de Toluca.
Pero sobre todo, el PRD coronaba años de construcción de una red de grupos corporativos urbanos ―tianguistas, transportistas, demandantes de vivienda, liderazgos de asentamientos irregulares que colonizaron desde el oriente del estado hacia el Valle de México― con su triunfo, por primera vez, en Ecatepec, la mayor reserva de votos del estado.
El PRI, por su parte, se había quedado con sólo 55 presidencias municipales, el 33 por ciento del total, la mayor caída de su historia hasta ese momento. Su suerte parecía la de una lenta extinción; y la de la oposición, el triunfo en la siguiente disputa por la gubernatura.
2009-2015: el regreso
En 2009, el boomerang de la polarización política del país retornaba por el lado opuesto. El electorado parecía inclinarse por opciones menos virulentas, además de que la estrella política del gobernador Enrique Peña Nieto ascendía en el firmamento de los presidenciables.
Al mismo partido al que le habían cantado exequias tres años atrás, ganaba esta vez 97 de los 125 municipios y en 23 más había quedado en segundo lugar.
El tricolor retornó a Ecatepec, Naucalpan, Tlalnepantla, Toluca, Metepec, Huixquilucan, Atizapán, Tultitlán, Coacalco, Cuautitlán, Cuautitlán Izcalli, Chalco, Valle de Chalco e Ixtapaluca. Además volvió a dos palacios municipales donde los cacicazgos de izquierda parecían muy sólidos: Nezahualcóyotl y Texcoco.
El PAN se quedó con sólo 13 alcaldías, la más relevante de ellas, Zumpango; y los partidos de izquierda con 15, la de mayor importancia, Tultepec.
De modo que, contra las salmodias de tres años atrás, el dominio tricolor había regresado al Estado de México.
Para 2012, con el popular Enrique Peña Nieto, se cumplía la profecía del retorno de la clase política tricolor mexiquense a la Presidencia de la República, que había tenido su primera oportunidad con Adolfo López Mateos entre 1958 y 1964.
En la contienda local, la magia se replicaba: el PRI se quedaba con 94 palacios municipales. El PAN apenas lograba 16 ayuntamientos, entre ellos el de Valle de Bravo.
La nota más relevante en la esquina de la izquierda era el retorno del PRD ―en alianza con Movimiento Ciudadano y acompañado también por las poco conocidas siglas de Morena― a dos alcaldías emblemáticas y con dos personajes que serían claves en el futuro de la entidad: a Nezahualcóyotl, con el roquero trocado en político, Juan Zepeda; y a Texcoco, con la entonces desconocida profesora ―copropietaria de un colegio privado en realidad y ex lideresa magisterial― Delfina Gómez Álvarez.
Todavía en 2015, a pesar de que la popularidad del presidente Peña Nieto se hallaba ya en declive tras el caso Ayotzinapa y los escándalos de corrupción, el PRI retuvo 84 ayuntamientos, aunque sólo 26 de esos triunfos los obtuvo en solitario, y el resto en alianzas.
Después, la marea de la popularidad peñista retornó mansa a aguas más serenas.
2018: la ola obradorista
En 2018 fue otro el tsunami que ahogaría a la República: la aplastante ola obradorista de la elección presidencial de aquel año, cuyo efecto alcanzó al Estado de México.
En la cúspide de su influencia electoral, Andrés Manuel López Obrador alcanzó la presidencia de México y se hizo del control de las dos cámaras del Congreso de la Unión.
Su efecto en el Estado de México le dio a Morena 56 ayuntamientos ―en alianza con PT y PES, la mayoría de ellos―, el techo histórico de la izquierda en elecciones municipales hasta ahora. Entre las alcaldías mexiquenses que obtuvo el partido de López Obrador se hallaban varias de mayúscula relevancia económica y electoral como Ecatepec, Tlalnepantla y Toluca.
Pero también en importancia simbólica, como Atlacomulco, cuna del grupo político que dio más gobernadores mexiquenses en el siglo XX y alcanzó su clímax con la presidencia de Peña Nieto.
En el extremo opuesto, el PRI tocó su piso histórico, al quedarse únicamente con 21 ayuntamientos, Ixtapaluca el de mayor importancia; el resto eran de baja densidad poblacional y escasa relevancia económica.
Bajo cierta penumbra quedó entonces una noticia digna de mayor atención: la alianza del PAN, MC y PRD conquistó el segundo sitio de la contienda, con triunfos en 29 municipios como Huixquilucan, con la reelección de Enrique Vargas del Villar, que en el actual proceso aspiró a la nominación aliancista por la gubernatura; y Nezahualcóyotl, imponiéndose sobre un competitivo Morena.
En tanto, el PAN ganaba en solitario Apaxco, Melchor Ocampo, Tonatico e Ixtapan del Oro.
2021: retroceso obradorista
Tres años después, el obradorismo alcanzaba el punto más alto de su dominio y de competitividad electoral.
En junio de 2021, las coaliciones obradoristas consiguieron 12 de las 15 gubernaturas disputadas entonces: Baja California, Baja California Sur, Colima, Guerrero, Michoacán, Nayarit, Tlaxcala, Sonora, Sinaloa y Zacatecas, Campeche, en alianzas encabezadas por Morena. Mientras que San Luis Potosí quedó en manos de la coalición entre PVEM y PT.
Pero el Valle de México marcó la nota discordante. Por un lado, en la Ciudad de México se había registrado una clara derrota al obradorismo, oculta bajo la euforia de los resultados en las gubernaturas. Morena se quedaba únicamente con siete de las 16 alcaldías disputadas. El mapa capitalino se partía: todo el oriente fue para Morena, todo el poniente para la alianza opositora.
Algo semejante había ocurrido en el Estado de México. Como si no hubiese fronteras, el voto se repartió entre oriente y poniente en la zona conurbada a la capital del país. Para Morena fue el oriente: Chalco, Ixtapaluca, Texcoco, Chicoloapan, Chimalhuacán, Tecamac, Acolman, Nezahualcóyotl, Atlautla, Ozumba.
Para la alianza Va por el Estado de México (PRI-PAN-PRD), el poniente: Atizapán de Zaragoza, Tlalnepantla, Naucalpan, Huixquilucan, Coacalco, Cuautitlán.
De hecho, fue una derrota aún más contundente que la de la Ciudad de México: los partidos de la alianza Va por el Estado de México (PRI-PAN-PRD) ganaron, coaligados y en solitario, 78 de los 125 municipios.
Morena pasó de tener 57 presidentes municipales a sólo 28. Sumó 30 con su único asociado local, el PT, que se quedó con dos. Es decir, en las elecciones de 2021 los partidos obradoristas perdieron 52.63 por ciento de su efectividad electoral.
Su mejor cosecha, nada desdeñable, fue Ecatepec, donde los partidos de la alianza Va por el Estado de México contendieron por separado.
De manera desagregada, el PRI consiguió 52 palacios municipales, 30 en alianza y 22 en solitario (entre ellos, Atizapán, Amecameca, Lerma, Teotihuacan, Tianguistenco y Villa del Carbón).
En tanto, el PAN obtuvo 18 alcaldías, 14 en alianza y sólo cuatro con sus siglas (Huixquilucan, Tezoyuca, Temascalapa y Nopaltepec). El PRD obtuvo ocho ayuntamientos, seis con alianza y dos en solitario.
Por su parte, Morena ganó tres ayuntamientos con sus propias siglas: Nextlalpan, Jaltenco y Xalatlaco, y 27 coaligado con el PT y Nueva Alianza (Panal). El PT, al final, le restó dos.
De los 17 palacios municipales restantes, seis fueron para MC ―Tepotzotlán, el de mayor relevancia―, seis para el PVEM ―Malinalco, el más importante―, y cinco distribuidos entre Fuerza por México, PES y Redes Sociales Progresistas.