En México, la democracia se tradujo en una explosión de la corrupción: Diego Valadés

Con una excepcional trayectoria académica y política, el ex ministro de la SCJN aborda en entrevista los desafíos que plantea nuestro sistema político y los problemas a que deberá enfrentarse México cuando pase la crisis sanitaria.

Valadés admite que se ha hecho más evidente que nunca que la modernización del Estado mexicano es necesaria e inaplazable. (Especial)
Víctor Hugo Michel
Ciudad de México /

¿Cómo modernizar a un elefante que se rehúsa obstinadamente a cambiar? Esa maldición, del Estado y régimen político mexicano que se resiste a mutar, ha regresado, una y otra vez, a las reflexiones de Diego Valadés a lo largo de su dilatada carrera intelectual y académica. Pero ahora, un ente microscópico, un virus, podría ser el detonante de esos cambios, de esa reforma tan aplazada.

En medio de la crisis provocada por el covid-19, Valadés admite que se ha hecho más evidente que nunca que la modernización del Estado mexicano es necesaria e inaplazable. Y hace una interesante conexión entre el virus de covid-19, la historia, la ciencia política y, por qué no, un poco de futurología: la pandemia de coronavirus tiene todos los elementos para hacer explotar entre la sociedad una exigencia de reforma política, similar a la que trajo el sismo de 1985.

“Estamos resintiendo con instituciones muy caducas como las que tenemos hoy. Y entonces, el presidente de la República, el presidente López Obrador, con cuyo programa social yo coincido y me parece plausible, se encuentra que el sistema político está anquilosado”, lamenta.

No tiene por qué ser así.

Han pasado seis meses del inicio de la pandemia de covid-19 y parece que el mundo es otro desde marzo. ¿Qué impresiones le deja lo que está pasando, tanto en México, como en el resto mundo?

Esta es una experiencia, desde el punto de vista del derecho público y de la ciencia política, inusitada e inédita. Veo que en México lo que se ha dado es una clara comprensión por parte de la sociedad, por parte de la población, de lo que significa tener un sistema con un poder muy concentrado. Esto es algo de lo que se viene hablando en el ámbito académico y en el ámbito mediático desde hace décadas, pero una cosa es que lo digan los medios o que lo diga yo en la academia y otra que lo viva la población de manera directa. Estamos viendo que en otros países, aunque se padece la misma situación, los niveles de decisión y las soluciones aportadas son distintas, entre otras cosas porque ahí donde el poder no está tan concentrado como en México, tienen intervención los representantes populares o los representantes nacionales.

De esta manera: uno, se adoptan otro tipo de medidas, como el rescate del empleo, que no se ha hecho en México; dos, hay una mayor supervisión a la veracidad de la información oficial. Y tres, hay intervención de la sociedad en la definición de las políticas públicas.

Esto ha quedado de manifiesto en esta crisis y lo que vemos es que no solo tenemos una crisis sanitaria, sino que también tenemos lo que podrá ser una gran demanda, por lo menos así lo espero, de reforma del régimen de gobierno en el país.

Después del sismo de 1985 se activó en buena medida la sociedad civil. El 19 de septiembre de ese año se marca como uno de los parteaguas que llevó incluso a la democratización de México, al México como lo conocemos en el sistema político actual. ¿Qué podemos esperar de una situación como esta, en la que el impacto es, incluso, más amplio? ¿Podemos anticipar un cambio social?

Tengo la convicción de que así será. En 1985, México se encontraba en un proceso evolutivo de carácter electoral democrático. Se había registrado la Reforma (política) de 1977 y en 1986 el presidente De la Madrid propuso, en el contexto del sismo, una profundización de esa reforma. Ahora tenemos que prever que al terminar la crisis sanitaria comenzarán a sentirse los efectos, de manera profunda, de una crisis de empleo y de una crisis económica. Y es previsible que habrá una mayor exigencia para que las demandas sociales se traduzcan en políticas públicas, y los vectores normales para que esto se produzca son los representantes populares. O los representantes nacionales, los integrantes del Congreso.

Van a ser presionados…

Nada más que tenemos un problema muy serio: los partidos políticos están desarticulados en el país. Este es el resultado de un proceso muy largo en el que los partidos han venido siendo desprestigiados en todos los frentes y se han desprestigiado también en buena parte ellos mismos por haber consentido, sobre todo, acciones de corrupción por parte de las autoridades públicas. Entonces, lo que no podemos prever es cómo se va a canalizar la expresión y la demanda pública por mejores políticas sociales, por mejores políticas de empleo, por mejores políticas económicas que permitan una rápida recuperación del país. Esto muy bien puede ser a través de la expresión en la calle o a través de la expresión institucional por la vía de la demanda que se perfile hacia las elecciones. Eso es impredecible.

Menciona una disyuntiva muy interesante: la calle o las instituciones. Parece que al Estado mexicano se le avecina un reto enorme de cómo conducir esta eventual efervescencia política y social.

El Estado mexicano enfrenta desde hace ya por lo menos un par de décadas dos problemas muy serios: uno, un problema de carácter social; otro, un problema de carácter político. El problema de carácter social se traduce en la extrema concentración de la riqueza en el país y la amplia difusión de la pobreza. México es uno de los países en los que el coeficiente de Gini indica una mayor concentración y que está a la vista con el porcentaje de pobres, que supera la mitad de la población nacional. La contención o la conducción de ese proceso social fue posible, entre otras cosas, gracias a que la sociedad veía en el entonces aspirante a la presidencia y hoy presidente de la República una opción y creyó —y eso me parece que fue una gran contribución a la estabilidad del país— que era por la vía electoral por la cual se podía llegar al poder. Pero también tenemos la otra vertiente, el otro gran déficit que es el político. Construimos en México, a partir de 1977 y con sucesivas reformas, un sistema electoral confiable que abrió las posibilidades de que tuviéramos una democracia electoral robusta. Podemos sentirnos confiados en cuanto a que nuestras instituciones electorales funcionan razonablemente, pero del otro lado encontramos que todo nuestro proceso electoral culmina en la posibilidad de elegir a nuestros representantes y a nuestros gobernantes, pero luego ellos quedan con las manos libres para hacer del poder claramente aquello que le resulta más ventajoso, que no necesariamente ha sido lo más ventajoso para el país.

Carta blanca para hacer lo que quieran, pues

Vimos esta enorme paradoja de que la democracia en México se tradujo en una explosión de la corrupción. En el periodo de la hegemonía, ante la convicción de que no había legitimidad de origen, se procuraba que la hubiera en el ejercicio. Se entendía que al menos se tenía que preservar este nivel de legitimidad en el ejercicio del poder para no sumar la falta de legitimidad en el origen con la falta de legitimidad de su ejercicio. Cuando se legitima el origen del poder, se da la impresión de que es una carta blanca, un cheque en blanco para quienes ganan y se dedican a medrar sin recato, porque siempre hubo corrupción en el país, pero se trataba de contener y se trataba de que no fuera tan ostensible. Y no es que se haya hecho ostensible porque tuviéramos derecho de acceso a la información: se hizo ostensible porque ya no había recato. Había que ver la forma en cómo se presumían los automóviles, las mansiones, los viajes, el dispendio generalizado y nunca había consecuencias. Entonces, construimos un pluralismo pero sin consecuencias.

Ahí usted aborda de raíz la descomposición del sistema político mexicano y cómo parece habernos llevado a un agotamiento. ¿Va a tener que cambiar el sistema a partir de esta crisis en la que nos metió la naturaleza?

Sí tiene que cambiar, aunque no necesariamente de una manera intempestiva, subitánea. No veo que se dé un cambio radical en el orden político a partir de 2021, pero aquí hay que retomar un proceso evolutivo que usted refiere: la Reforma del 77 es producto del problema del 1968 que generó elementos muy graves de descomposición social, como inclusive fue la aparición del fenómeno de la guerrilla, lo que obligó a que se buscaran válvulas para que, sobre todo, las expresiones de izquierda que estaban totalmente contenidas y que se habían visto rechazadas y reprimidas, tuvieran una expresión. Por eso ya a partir del 77, el Partido Comunista volvió a ser una fuerza política que se orientó por la vía de la institucionalidad electoral. ¿Pero qué pasó? Ese proceso evolutivo se interrumpió cuando menos se esperaba, en el 2000, cuando el presidente Fox entra con un ofrecimiento de Reforma del Estado y designa para que se modifiquen los patrones establecidos a una figura muy respetada y con un gran ascendiente en la opinión pública y el ámbito político como Porfirio Muñoz Ledo. Se construye un proyecto muy ambicioso de Reforma del Estado, cerca de 500 propuestas fueron las que se elaboraron en esa gran forma de combinación de fuerzas y de ideas de imaginación a la que convocó Muñoz Ledo y... no ocurrió nada. El presidente Fox frenó todo intempestivamente. Lo había desencadenado y luego lo frenó y la Reforma del Estado está frenada desde hace 20 años.

El Presidente llama al Estado un elefante reumático…

Es un eufemismo: es un elefante paralítico. No se está moviendo y no hay nadie que esté ofreciendo opciones: ni el propio gobierno de la República, que no nos ha convocado a los mexicanos a pensar una reforma del régimen del gobierno, no para que se aplique en 2021, ni el 22 ni el 23, pero sí para que tengamos un horizonte hacia el 24. Fíjese usted la paradoja que tuvimos: al gobierno anterior se le consiguió arrancar con muchos esfuerzos la posibilidad de que hubiera gobierno de coalición en el país, pero luego se bloqueó la opción de reglamentar el gobierno de coalición. Esta detención de la Reforma del Estado tiene que remirarse, tiene que replantearse. Y a los mexicanos, ya sea con los partidos, sea con el Congreso, por alguien con autoridad, se nos tiene que convocar para que entonces sí entren en sintonía la reforma social y la reforma política y que podemos ver hacia el futuro salidas razonables.

De no ocurrir así, entonces el desconcierto de México va a ser muy grande, porque la sociedad no se va a sentir entendida y, por el contrario, se va a sentir sorprendida de que habiendo intenciones de progreso social haya decisiones de regresión política.

Frases

“Al terminar la crisis sanitaria, comenzarán a sentirse los efectos de una crisis de empleo y de una crisis económica”

“El Estado mexicano enfrenta desde hace un par de décadas dos problemas muy serios: uno de carácter social y otro de carácter político”

“Había que ver la forma cómo se presumían los automóviles, las mansiones, los viajes, el dispendio generalizado y nunca había consecuencias”

Perfil

Diego Valadés

Investigador emérito del IIJ de la UNAM.

Nació en Mazatlán, Sinaloa, en 1945. Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, entre otras instituciones, es miembro de El Colegio Nacional, El Colegio de Sinaloa, la Academia Mexicana de la Lengua y el Sistema Nacional de Investigadores. Es autor de libros como El control del poder, Constitución y democracia y Constitución y política.

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