“No solo se traducen las palabras; también el alma”

La traductora Luisa Fernanda Garrido recordó que su vocación comenzó cuando descubrió a escritores croatas, serbios y quería compartirlos con más personas.

Garrido Ramos con su esposo el croata Tihomir Pištelek.
Israel Morales
Monterrey /

Luisa Fernanda Garrido Ramos (Madrid, 1959) tiene como referencia a la ex Yugoslavia como territorio casi virgen para su labor como traductora, una empresa que no tardó mucho tiempo en conjugar, gracias a que traduce junto con Tihomir Pištelek, su esposo de origen croata.

De esta manera escritores croatas, serbios, bosniacos, eslovenos, integran el universo de la llamada vocación silenciosa en Garrido Ramos, una inquietud que devino cuando estudiaba en Zagreb, de ahí en adelante le ha compartido al mundo hispanohablante a autores como el premio Nobel Ivo Andric, Miljenko Jergovic, Zoran Zivkovic, Dževad Karahasan, entre muchos otros.

Licenciada en Geografía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y profesora de Lenguas y Literaturas Yugoslavas por la Universidad de Zagreb (Croacia), en España fue galardonada con el Premio Nacional a la Mejor Traducción correspondiente a 2005 por su traducción de la obra El Kapo del escritor serbio Aleksandar Tisma, editada por Acantilado.

Entre sus recientes traducciones al lado de su esposo se encuentra El cementerio de los reyes menores, del croata Zoran Malkoc, editada por la española Rayo Verde Editorial, y ya disponible en México a través de Lecturalia.

Dirigió el Instituto Cervantes de Sofía, en Bulgaria.

La biblioteca del Instituto lleva el nombre de Sergio Pitol, difundiendo la lengua y cultura española de la comunidad hispanohablante. Desde septiembre de 2014 está al frente del Instituto Cervantes de Túnez.

Usted ha comentado que se debe traducir no solo un texto, sino una ideología, una cultura, una forma de narrar, por lo que se requieren conocimientos que van mucho más allá de la lengua. ¿Pero cómo abrir esa gran gama de significados?

La traducción no consiste en ir trasladando palabra por palabra de un texto. Porque no solo se traducen las palabras, se traduce todo, se traduce el alma. Para poder traducir hace falta conocer la civilización de la lengua de partida y la de la lengua de llegada. Conocer la cultura, las hablas. Y ¿cómo conseguir ese conocimiento? Supongo que la vía de adquisición es siempre subjetiva, pese a que se den unas premisas objetivas como son los estudios de traducción, etcétera. En mi caso, aparte de mis múltiples intereses por conocer otros mundos, me resultaron fundamentales los mecanismos del lenguaje, la lingüística, la gramática, los mil misterios que abarca la lengua y, a partir de ahí, creo que una buena base filológica es la llave de muchas puertas.

¿Podría contarnos cómo entró en el mundo de la traducción y comentarnos algo de sus trabajos? ¿Son todos a partir del croata, serbio, francés, italiano, o traduce otros idiomas?

Siempre me ha interesado el mundo de la cultura, en particular la literatura y la historia. Cuando estudiaba en Zagreb descubrí a los escritores croatas, serbios, bosniacos, eslovenos, y quise compartirlos con otras personas. Como apenas los habían traducido al español, comprendía que si quería compartir esa magnífica literatura con los españoles tenía que empezar a traducirlos y así descubrí mi vocación. Mi principal labor de traductora ha sido con escritores de Croacia, Serbia y de Bosnia y Herzegovina, aunque he traducido algunas cosas del francés y del italiano.

¿Qué le ha dejado esa labor de traducir obras de autores importantes con un gran aporte y desde luego en un idioma poco explorado en nuestros países de habla hispana?

Me ha dejado mucho, pero sobre todo una gran curiosidad por conocer más, leer más y traducir más, una curiosidad que por el momento no tiene visos de aplacarse. No me queda más remedio que recurrir a una frase muy manida: el traductor es un puente entre culturas. Entre todas las culturas, ya sean más, o menos conocidas. Es cierto que las lenguas minoritarias le deben mucho a traductores entusiastas que han hecho llegar las joyas de la literatura de un pequeño país a uno grande, pero ¿no es lo mismo con el español, que lo hablan casi 400 millones de personas? Y si no fuera por los traductores no habría llegado a muchos millones más. Lo importante, en mi opinión, es mantener entre todos la curiosidad por la cultura en general; que los grandes productores de cultura se interesen por la de los pequeños y viceversa, como un bien de toda la humanidad, no solo como un producto de mercado.

¿Cómo ha logrado mantener la esencia de obras de autores importantes al traducirlos, teniendo en cuenta los dialectos y marcas lingüísticas de cada uno, incluso los conceptos?

Creo que se consigue respetando al autor al máximo. Es cierto que algunos matices se pierden, sobre todo en lo que señalas respecto a dialectos y marcas lingüísticas, pero todo esfuerzo merece la pena si el resultado es bueno.

¿Hasta qué punto hablamos de la visión del traductor en una obra?

Es inevitable que siempre se filtre algo del autor que traduce, que no es otro que el traductor. Se filtra una palabra, un sinónimo que prefieres sobre otros, todos correctos y adecuados. Esa palabra quizá la usa más un traductor que otro, y por eso aparece, y, sin embargo, el respeto al escritor permanece.

¿Podría darnos su opinión personal sobre la traducción a nivel internacional, su situación actual, perspectivas, autores?

Es una pregunta muy ambiciosa. Estaría satisfecha con el papel de la traducción literaria en el ámbito internacional cuando en todo el mundo se considere a los traductores literarios igual que a los intérpretes musicales. Cuando el público sea consciente de que el traductor literario es el intérprete de la literatura, habremos alcanzado una meta importante en el marco del trabajo y del esfuerzo que realizamos.

¿Llama la atención que dirigió el Instituto Cervantes de Sofía, cuya biblioteca lleva el nombre de Sergio Pitol?

Dirigí del Instituto Cervantes de Sofía, Bulgaria. Era un trabajo magnífico, variado y enriquecedor. La biblioteca del Instituto lleva el nombre de Sergio Pitol. Nos sentimos muy orgullosos de ello y eso nos hace estar ligados de forma especial a México. El Instituto Cervantes realiza una gran labor difundiendo la lengua y cultura española de la comunidad hispanohablante. El haber formado parte de esta institución es un privilegio que permite tender más puentes de cultura. 

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