Vivió lo suficiente para convertirse en villano. Este viernes 8 de julio murió a los 100 años el más longevo de los ex presidentes de México: Luis Echeverría. Fue acusado de genocidio por su participación como secretario de Gobernación en la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968, uno de los últimos populistas en Los Pinos, heredero de la Revolución que llamó jóvenes de “ideas exóticas” a quienes buscaban una nueva revuelta y que inició la llamada Guerra Sucia contra la guerrilla y cualquier expresión de desacuerdo con el régimen priista.
Un populista que se bajaba de su camioneta para escuchar las demandas de la gente y que recordaba el nombre de todos quienes hablaban con él. Que, de acuerdo con quienes lo conocieron de cerca, entrecerraba los ojos al escucharlos y analizar sus propias palabras y la de sus interlocutores, y que tuvo un gobierno voluntarista en donde sólo él tomaba las decisiones, a pesar de estar rodeado de las mentes más lúcidas de ese tiempo como Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, cuando todavía existía la Unión Soviética, que pretendía disputar sin éxito la hegemonía a Estados Unidos.
El populista que siempre fue institucional y cargó junto con Gustavo Díaz Ordaz el estigma de la matanza de estudiantes en Tlatelolco y a pesar de ello, logró llegar a la presidencia de la República sorteando las propias reservas y objeciones del Ejército; que todavía con desaparecidos y la herida muy abierta de lo que fue el 68, se atrevió a pararse en Ciudad Universitaria, para recibir una pedrada que le abrió la cabeza.
Pretendió una amnistía sin llamarla de esa manera, pues nunca aceptó que había una Guerra Sucia emprendida por su gobierno y liberó a presos políticos que aún estaban vivos. Era una ironía que el Presidente que se asumía de izquierda, haya sido el verdugo de quienes aún pedían un cambio democrático en México y a los que sólo dejaron el camino de la clandestinidad.
Con fuertes diferencias con los empresarios creó incluso la Secretaría de la Reforma Agraria para continuar con el reparto de tierras que la Revolución no había cumplido; expropió latifundios y empresas como la telefónica y la del cobre, y pretendió facturar al presupuesto federal toda la inversión pública para generar desarrollo, generando la primera gran crisis económica en México, quiebras que después se volvieron recurrentes por los errores de juicio y manejo de las finanzas públicas.
Esas descompuestas decisiones económicas abrieron paso en el propio sistema priista a una nueva generación de economistas que después se volvieron gobernantes y que ya poco o nada tenían que ver con la identidad revolucionaria del partido y después de que el sucesor de Echeverría, José López Portillo, rebasó todos los límites de los errores, vino la generación de los neoliberales al gobierno con Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo en lo que fue el fin del régimen construido entre Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas.
DMZ