La exposición de Yvette Mayorga en el Museo de Arte de Zapopan, en Guadalajara, la regresa al lugar del que salió su familia y del que siempre habla. A lo largo de su carrera, ha hecho arte sobre el viaje de su familia desde el estado mexicano de Jalisco hasta Chicago, explorando las dificultades de sus padres inmigrantes para afianzarse económicamente en Estados Unidos, a partir de la década de 1970. Mayorga, de 33 años, también analiza cómo los estadounidenses de primera generación como ella resuelven sus identidades culturales.
El método característico de Mayorga consiste en aplicar pintura acrílica sobre el lienzo con manga pastelera, trazando líneas gruesas y con volantes que recuerdan al glaseado de los elegantes pasteles de boda y cumpleaños populares en México y en las comunidades mexicoestadounidenses. La técnica reconoce las conexiones transfronterizas a la vez que honra el trabajo físico de muchos inmigrantes cuando llegan a Estados Unidos.
La exposición de Guadalajara, la primera individual internacional de Mayorga, se titula La jaula de oro, término que pretende ser una metáfora de las falsas promesas de la inmigración. Curada por Maya Renée Escárcega, presenta pinturas inspiradas en fotos familiares, así como piezas de arcilla realizadas durante una reciente residencia en la famosa fábrica Cerámica Suro de la ciudad.
El museo está bañado en rosa brillante, incluida su fachada y las paredes interiores, que se colorearon a medida para la ocasión. La pieza central de la exposición, una furgoneta Datsun rosa de 1974 fue comprada por internet y decorada por Mayorga con su estilo florido, y simboliza la movilidad de familias inmigrantes como la de la artista.
A continuación se presentan extractos editados de una reciente entrevista en video con Mayorga, quien estaba en Chicago. Esta conversación fue traducida del inglés al español.
¿Cómo haces todas esas capas de pintura ornamental?
Uso pintura acrílica y un medio acrílico que la hace un poco más densa. Luego la mezclo con el color con el que estoy trabajando y la meto en una manga pastelera. Es casi como si dibujara con ella y trazara líneas de la propia pintura, como una guía para saber dónde voy a rellenar y tener más relieve, y luego puedo avanzar y retroceder en esas zonas. Y luego se seca. Por eso suelo trabajar en cuatro piezas a la vez, porque mientras se seca una obra, luego lo hago con las otras.
¿Usas una manga pastelera de verdad?
Sí. Las que más me gustan son las que usan los pasteleros para hacer un borde alrededor de un pastel. Mi segunda favorita es la que hace una textura que parece hierba.
Todo esto me permite tener este tipo de metáfora en mi trabajo, para hablar del sueño americano, y también para hablar del trabajo en mi familia, específicamente. Quería centrarme en los trabajos que hicieron mis padres cuando llegaron aquí. Mi madre trabajó en la panadería de unos grandes almacenes durante, creo, 20 años. También pensaba en el trabajo en función del género y quería explorarlo más en mi práctica. No solo se trata de mi madre. La pongo en primer plano para hablar de nuestra contribución en general, y también para criticar y cuestionar estos roles de género.
Tu trabajo es hiperfemenino, todo es rosa y con volantes, hay flores y moda, y en el autorretrato que muestras, tienes un maquillaje exagerado, uñas y pestañas.
Definitivamente, para mí el arte femenino se ha convertido en una herramienta poderosa dentro de mi trabajo. Este enfoque es, en gran medida, una proclamación de mí misma, de que estas obras están hechas por mí. Me sitúo dentro de esta estructura y de la historia del arte, y de la idea de que los hombres dominan este tipo de retratos y este tipo de posiciones. Me parece radical que pueda afirmar este poder con las uñas así o con las pestañas postizas.
Has expuesto en solitario en Estados Unidos, en el Aldrich Contemporary Art Museum y en el Momentary de Crystal Bridges; esto es diferente. Tus padres son de Jalisco, ¿cómo influyó esa conexión emocional en esta muestra?
Los artistas mexicoestadounidenses no solemos tener la oportunidad de exponer nuestra obra en México, que tiene mucho que ver con el hecho de ser latinx en Estados Unidos. En esas cosas pensaba, y lo que más me entusiasmaba era el hecho de que es el estado natal de mis padres, y pasé mucho tiempo ahí mientras crecía, hasta que tuve unos 18 años. Pasábamos todos los veranos allí, y de hecho fui a la escuela en Zacatecas en tercer grado. Creo que pasar tiempo allí contribuyó a que yo fuera artista.
Conoces bien la región. Es el punto de partida de tu arte…
Para mí era muy importante hablar de mi experiencia de volver. No lo veo necesariamente desde el punto de vista de ser de este lugar, sino de estar cerca de este lugar, de sentir que este lugar de alguna manera también es mi hogar. Al estar en Chicago, haciendo este trabajo durante los últimos 10 años, tenía mucha curiosidad por saber cómo iba a ser recibido, qué tipo de conversaciones iban a surgir. Pensé que quizá algunas de las obras no se entenderían de la misma manera, pero en realidad fue todo lo contrario. Creo que la obra fue muy bien recibida.
Hay una clara influencia barroca en la exposición. Es tan excesiva e indulgente, como esas iglesias coloniales de México. Hay un poco de mal gusto, ¿no?
Creo que al pasar tanto tiempo en México, durante los veranos de mi adolescencia, estuve rodeada de demasiada arquitectura barroca. Pasé mucho tiempo dentro de iglesias católicas. Pasar tiempo con esta arquitectura formó mi gusto porque, para mí, no era solo una iglesia, también veía todas las pinturas del interior de la iglesia, los bordes dorados. Me preguntaba por qué estaban ahí esas pinturas, por qué las iglesias se hacían de esa manera, ya sabes, decadente.
Al investigar el colonialismo y relacionarlo con la historia del arte, empecé a trazar un mapa de las evidentes repercusiones del colonialismo en mi linaje familiar, que también puedo relacionar con la migración y cómo acabamos aquí. Y también puedo relacionarlo con el modo en que incluimos este tipo de decadencia festiva en nuestros cumpleaños y bodas. Para mí, el rococó es una forma perfecta de referirse al sueño americano.
Plantas símbolos contemporáneos de la cultura pop estadounidense en tus cuadros; reconocí a Piolín, a Hello Kitty. Uno de los cuadros está ambientado en un restaurante McDonald’s.
Es una foto mía, de mi hermana y de mi sobrina en el interior de un McDonald’s. Era algo que me resultaba muy familiar y que forma parte de la primera generación de Estados Unidos. En los 90, para mi familia, McDonald’s era el sitio más lujoso donde se podía comer un domingo. Si llegábamos allí no nos faltaba nada. Si íbamos, nos sentíamos como si todo estuviera bien, y al mismo tiempo nos sentíamos muy estadounidenses.
¿Cuál es tu próximo proyecto?
Estoy trabajando en un proyecto de arte público a gran escala con Times Square Arts para otoño de 2025. Y también estoy preparando mi primera exposición individual desde 2017 en Chicago, este junio en Monique Meloche Gallery.