Entre los nopalitos y el chile de árbol con un poco de carne de res se consigue un guiso picosito, a la mexicana. O si se prefiere la tuna, el nopal no se capa, es decir, no se corta para ver crecer la flor y luego de que se posa la abeja o el colibrí en ella, se disfrutará del fruto.
Poco antes de comenzar la pandemia la promotora cultural, Martha Rosales, decidió renunciar a un trabajo formal para regresar a la región. Años atrás había comprado un terreno así que con el finiquito que recibió decidió colocarle las bardas.
Las disposiciones sanitarias la confinaron como a la mayoría en su domicilio, situación que le generó estrés, pues aunque tenía ya otro empleo, la inmovilidad social derivó pronto en ansiedad.
Una forma de ocupar su mente y activar su cuerpo fue volver a ese terreno. Acondicionó el suelo y comenzó a sembrar. Y se dio cuenta al cosechar repollo, tomate, calabaza y espinaca, que no sólo abastecería a su familia sino que también podría compartirlos con muchas personas más.
La alfalfa y la estevia las sembró luego, visualizando así la ingesta de productos del campo que fortalecen el sistema inmunológico. Las pencas grandes de las sábilas las procesa su madre para extraer el jugo. “Aquí hemos sembrado acelgas y espinacas. Chile, betabel, papas, elotes. Tenemos árboles de granadas y limones, que hoy están muy caros. Los protegemos para que no se malogren con el frío”.
“Yo no utilizo químicos porque matan a las abejas, este es un guayabo y ya da fruto, el romero lo usamos para el shampoo; mi mamá los hace. La espinaca la comes cruda en ensaladas. Y la alfalfa la consume la gente que tiene leucemia o las defensas bajas”.
Martha fue invitada a participar en la estación de la salud del corredor cultural de Moorelear. Y su agua de alfalfa endulzada con estevia fue un éxito.
Dicen que recordar es volver a vivir y mucha gente reparó en que hace cuatro décadas atrás aún los carromatos se conducían cargados de alfalfa por los barrios; y los chiquillos salían corriendo a comprar un manojo para que sus madres o abuelas les hicieran agua.
El agua de alfalfa purifica pulmones y riñones. En la pandemia mucha gente volvió a comprarla y después del covid se recomienda que se tome agua de alfalfa en la terapia alternativa. Además hidrata mucho mejor que un suero.
Martha Rosales ha visto el fruto de su trabajo en su huerto orgánico al que llamó Génesis. El año pasado cosechó uvas, higos, nopales, limones y otros frutos y verduras.
Como composta utiliza las sobras orgánicas de su cocina, que se combina con estiércol de vaca, chiva o gallinaza.
“Tienen que pasar dos meses para colocar el estiércol porque si lo pones antes se muere el arbolito”.
En la pandemia muchas personas comenzaron a sembrar incluso en macetas y al huerto de Martha, ubicado en Lerdo, la gente acude para llevar tierra y compostaje de estiércol para reparar algún árbol frutal.
“Se ve la diferencia cuando aplicas el abono natural porque también te venden fertilizantes que son químicos para acelerar el crecimiento y sí te dé más fruto pero al final lo que comes son pesticidas. A todo lo orgánico que sale de tu casa le puedes dar vuelta y crear composta”.
La gallinaza y los estiércoles de vaca o chiva, dicen los que saben, calienta la planta y da un fruto más saludable y abundante. Son equiparables a una vitamina para el suelo y su producto y pueden atacar incluso algunas plagas.
Martha retomó los consejos de los abuelos y los puso en práctica. Y también comenzó a leer sobre los ciclos y los cuidados de los frutos.
La ciudad jardín
En Lerdo el suelo es generoso y el agua aún no escasea como en otros municipios de la zona metropolitana de la Comarca Lagunera. Es por ello que sus viveros son reconocidos.
Sin embargo hay uno que no está en el radar colectivo y donde su propietario, Julián Aguilera, señala que la jardinería es una excelente opción en tiempos de contingencia sanitaria pues es un recurso invaluable para mejorar la salud emocional y física al sembrar, cuidar y consumir hierbas frescas que dan sabor y nutrientes a las ensaladas, pastas y pizzas.
“Este vivero ya tiene como unos veinte años, es poco conocido pero tenemos plantas muy económicas que van de los 12 a los 40 pesos. Lo que me piden más son las plantas de olor, la mejorana o la hierba en cruz que tienen la idea de que es para la mala vibra. Y la albahaca, que sirve para dolores estomacales. Buscan remedios caseros desde la pandemia; la salvia la usan para las inflamaciones y la gripe. Igual la hierbabuena y la ruda”.
Si se trata de serenar el pensamiento las personas buscan suculentas o plantas de interior que pueden conservar en macetas. Para exterior las bugambilias, limones, parras, higueras.
El limón ha sido, dijo, una inversión más que acertada pues contiene vitamina C y es un consumible cotidiano que hoy mantiene precios exorbitantes en los supermercados. Tener un árbol en casa representa una pequeña fortuna.
“Mi papá empezó el vivero desde joven, comenzó a poner geranios y todo eso. Empezó a producir un poquito más y a tener un poco más de clientes. Se llamaba Antonio Aguilera y falleció hace dos años, yo continué con el negocio porque siempre estaba pegado a él en el trabajo. Este vivero no tiene nombre pero todo mundo lo conoce como El Vivero del Chícharo y el norte que le dan es que está por la Iglesia de San Isidro Labrador”.
Volver al pasado
Aunque cada día se piensa que hay menos espacio en las ciudades para plantar un árbol y ya no existen los patios o zaguanes como los que tenían las casas de los abuelos llenos de macetas y árboles, en la pandemia la mirada se volcó hacia el pasado.
En el mismo municipio de Lerdo, Francisco Alvarado vive la experiencia de cultivar después de al menos tres décadas de que emigró del país buscando nuevas oportunidades laborales.
En su propiedad ubicada en la colonia El Tiro los lujos no abundan pero su mayor riqueza es consumir apio, espinacas, tomates, cebollas y otros alimentos que recolecta de su suelo.
“He plantado betabel, rábano, repollo, acelga, espinaca y aquí tengo flor de chícharo. Era un terreno de puro caliche pero le comencé a echar tierra buena y mire cómo está, porque antes era pura tierra dura, del cerro. Desde muy joven empecé a labrar. Yo trabajé en Culiacán y fui a un curso de agricultura, de ahí me mandaron a los Estados Unidos. Yo nací en un rancho, Los Ángeles, de Lerdo, pero más de 30 me los pasé afuera de mi tierra”.
Francisco en su juventud recorrió gran parte de los Estados Unidos pero eso no lo limitó para conocer el territorio mexicano, de tal suerte que extrae recuerdos de México, Guadalajara, Monterrey y de las costas pues también fue parte de las tripulaciones navieras.
Amigo de Martha Rosales, en su predio durante la helada negra perdió incluso árboles frutales. Ahora espera cosechar repollo, lechuga, betabel, zanahorias y hasta chícharos.
La planta para la cebolla morada está lista para ser trasplantada. También podrá sembrar frijol, calabazas, sandías y hasta melones.
“Aunque se tenga un espacio pequeño sí es posible sembrar. Se puede hacer hasta en macetas. Sabiendo sembrar en cualquier terrenito tiene para comer y no me lo va a creer pero yo surto en los colegios cajas de verduras, en Villas de Mattel aunque lo mío es para consumo y personas que son amistad. La idea es sembrar para cuando vengan las personas. Este terrenito yo lo compré, no le he hecho nada desde hace veinte años”.
CALE