Google celebra los 200 años del Museo del Prado con un doodle

El museo incluye obras de maestros españoles como El Greco, Francisco Goya, Diego Velázquez, entre otros artistas del resto de Europa.

El Museo del Prado cumple 200 años y Google lo celebra con un doodle. (Google)
y El Mundo MX
Ciudad de México /

El Museo del Prado, inaugurado el 19 de noviembre de 1819, cumple 200 años de abrir sus puertas y Google decidió celebrar el aniversario de este museo con un doodle que deletrea el nombre de la compañía con algunos cuadros.

Google señala en la explicación del doodle dentro de su blog oficial que el Museo del Prado cuenta con miles de cuadros de artistas españoles de entre el siglo 12 y el siglo 20, incluyendo obras de maestros como El Greco, Francisco Goya, Diego Velázquez, entre otros artistas del resto de Europa. 

¿Qué es el Museo del Prado? 

El 19 de noviembre de 1819 abría el Museo del Prado con fondos procedentes de las colecciones reales. Era viernes. Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, 1746-Burdeos, 1828) había adquirido en febrero de ese año la Quinta del Sordo, un caserón cercano a la orilla del Manzanares. En verano comenzó a pintar en las paredes los murales que se conocen como Pinturas negras. 

El Prado reúne hoy la mayor colección del pintor, con 150 pinturas, 500 dibujos y la correspondencia con su amigo Martín Zapater. Goya es el más representado de los artistas españoles. Y en ese tiempo de 1819, el más visceral. Aquella estampa de columpios y juegos de campa, de praderas, majas en galanteo y dulces vendimias, eran ya una idealización aplastada de esos años en que la Ilustración pudo ser más que un principio de progreso. La España feroz había ganado el sitio, aplastando cualquier sueño posible.

Sin embargo, cuando el Museo del Prado abrió su portón (siglo XIX), la pintura española no tenía un sitio claro fuera del país. Las primeras obras que se expusieron eran de artistas de España. Y las adquisiciones eran de aquellos que estaban mal representados en las colecciones reales. En años más o menos cercanos se inauguraron la National Gallery de Londres (1824) y la Pinacoteca de Berlín (1830). España comenzaba a reivindicar su patrimonio artístico y el Prado era la condición necesaria, incluso con sus vacíos y ausencias. Aún se estaba forjando una personalidad propia, un canon, un tener algo que decir.

Dentro acogía desde el Cristo crucificado de Velázquez a La visión de San Pedro Nolasco de Zurbarán. Con notas esenciales como la Sagrada Familia del Cordero de Rafael. Después de muchos años de abstinencia pictórica de lo español fuera de aquí, comenzó el deshielo, el descubrimiento en Europa de lo nuestro, también por vía de un desastre más: la rapiña de la Guerra de Independencia (1808). 

El siglo XIX fue el de la dispersión, otro de los aspectos de estudio de esta muestra. Las medidas liberalizadoras como la Desamortización de 1835 o los traspiés de la economía propiciaron, además, la diseminación masiva de cuadros y otros artefactos de patrimonio a colecciones particulares y a instituciones de fuera. Una pequeña red de museos locales logró mantener algunas piezas a salvo. Entre ellos estaba el de la Trinidad de Madrid, que acogió centenares de telas, tablas y esculturas que quedaron liberadas desde la desamortización. Así hasta que en 1872 se fusionó con el Prado, al que aportó más de mil obras de gran calidad. Entre muchas, buena parte de la colección que aloja de El Greco.

Este siglo XIX tan de barrizal, que comenzó desentendido de la pintura de aquí, acabó siendo el de la internacionalización del arte español. La revolución liberal de 1868 provocó la nacionalización del museo, hasta entonces de titularidad real. Esto activó una nueva política de depósitos, después de algunos años de abstinencia y el Museo del Prado se convirtió en eje de las instituciones culturales del país. En 1898, al vaivén del espíritu de una generación de narradores, poetas, filósofos, músicos y demás, el Prado ya adquiere un tono real y verdadero. 

El arte español entra en el canon extranjero. Manuel Bartolomé Cossío saca a El Greco de los galpones, los altillos y los gallineros. La veta brava de la pintura nativa asoma no como un desvío instintivo, sino como cristalización de un genius loci que transfigura lo visible en mejor. Se modula la imagen descuidada de lo español. Velázquez salta como un artista extraordinariamente moderno que influye en Manet, Sargent, Chase, Rosales, Sorolla, Picasso. 

Y en ese momento Velázquez asume condición de cóndor. El tercer centenario de su nacimiento, en 1899, le dio sitio en la más noble de las salas del museo. Y desde entonces, otros espacios importantes se dedicaron a El Greco y Zurbarán. A Murillo, Ribera o Goya. El Prado había dejado atrás la sincera provisionalidad de un museo articulado sobre los vacíos y asume desde 1912 un real patronato, nuevas técnicas historiográficas, incrementa su actividad investigadora y nombra su primer director, Aureliano de Beruete (hijo).

Ya está el siglo XX entrando en la pinacoteca por su propio pie, aún graciosamente en vilo. Pero a mitad de la década de los años 30, que todo lo acelera, también todo lo detuvo. En 1933 se promulga una avanzada Ley de Patrimonio (base de la vigente) y la República pone en marcha el Museo circulante para llevar a todos los rincones de España copias de algunas obras maestras de la institución. Y sólo tres años después ya no fueron copias, sino los originales los que salieron del Prado por culpa de la Guerra Civil. Primero a Valencia y después a Ginebra (Suiza). Es el momento más dramático de la pinacoteca. Pocos meses antes Azaña firmó el decreto por el que se nombraba a Picasso director del Prado, cargo del que nunca tomó posesión. Algunas fotos, documentos y ciertas obras relacionadas dan cuenta de esta aventura en la exposición.

Las obras regresaron al acabar la Guerra Civil, en 1939. Entonces el museo se configuró como uno de los lugares más destacados de la cultura occidental. Escritores e intelectuales utilizaron sus salas y su mercancía para reflexionar sobre cuestiones que trascendían lo artístico. Y muchos artistas contemporáneos atraídos por lo que dentro sucedía hicieron de algunos maestros parte de su búsqueda y su porqué. 

Pollock acercándose temerariamente a El Greco. Motherwell seducido por el perro eternizado en la arena de Goya. Antonio Saura con la obsesión por Velázquez como centro de un todo que fuese mucho mayor que la vida. El Desnudo reclinado de Picasso que en la exposición aparece melodioso y arrobado junto a la Maja desnuda de Goya. En Las meninas insiste Richard Hamilton. Y Oteiza hace también homenaje a Velázquez con un gesto de cierta autoridad redentora. Es la parte más intensa de la muestra, con cabos en el filósofo francés Michel Foucault y en el dramaturgo español Buero Vallejo. Porque en el Prado cabe todo: desde el arte a la secuencia de la Transición, la democracia y el imaginario colectivo de un país que trajina, estudia y manosea extrañamente su historia.

Este museo convoca dentro y fuera de sus salas una historia compartida en muchas direcciones. Eso es lo que esta ambiciosa muestra explica, sugiere, despeja, teoriza, confirma, propone. Porque el Prado es un instrumento de diálogo. Y de consenso. Y de memoria. Y de mañana. Porque el Prado no es un lugar de trabajo ni de acalorado carnaval, sino de vida.





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