Los crucificados eran esclavos, no hijos del dueño de todo. Esperaban la muerte, no el trámite para irse a gozar por los siglos de los siglos.

Muchos clásicos vienen en versión vegana, pero la soya no sabe a carne.

¿De qué sirve citar a Sócrates diciendo “La vida no examinada no merece la pena ser vivida” si no se hace al menos un intento por examinar la propia vida?

Habría que educar el paladar antes de exigir que cambien las recetas. Lo mismo ocurre en la literatura.

La mayoría de la gente que se presenta a un taller literario por primera vez se desencanta pronto.

El alma se empobrece cuando deja de creer en cosas fantásticas, como el cielo y el infierno, la resurrección o los embarazos vírgenes.

Tal vez san Jerónimo andaba de mal humor cuando aseguró que el número de idiotas es infinito.

Algunos nombres del mundo clásico son más populares que otros.

La religión hace eco a buena parte de la filosofía al asegurar que el dinero estropea el alma; la sociología explica que eso mismo ocurre por la falta de dinero.

La vestimenta deportiva ha evolucionado sumado y restado en distintas épocas. Los futbolistas ya no son tan bellos como lo fueron en los años setenta.