Hasta hace pocos años, el turismo era una actividad que estaba reservada para una pequeña parte de la sociedad. De acuerdo con la Organización Mundial del Turismo (OMT), en 1950 se registraron apenas 25 millones de llegadas de turistas internacionales.
La generalización de las vacaciones pagadas, una importante estabilidad económica y el surgimiento del estado de bienestar, así como los avances en las tecnologías del transporte y un aceitado modelo de distribución, propiciaron un fantástico boom que multiplicó por 27 aquella magnitud para el año 2000, cuando se alcanzaron 680 millones de llegadas.
Los primeros años del siglo en un nuevo entorno mundial, supusieron enormes desafíos para el turismo y la velocidad de crecimiento se desaceleró notablemente. La recuperación de la economía mundial, la digitalización de la industria con un consecuente cambio de paradigma en la distribución de los viajes y, sobre todo, la evidente condición de que los viajes se han convertido en un ingrediente del estilo de vida de las sociedades contemporáneas, relanzaron el fenómeno y hubo un segundo boom, en el que se rebasaron los 1,400 millones de turistas internacionales el año pasado.
Los años recientes
Es difícil imaginar un tiempo de mayor bonanza para el turismo mexicano que el que se vivió en el periodo 2012-2017. Los astros se alinearon y luego de la triple crisis que padeció el país al final de la primera década de este siglo —inseguridad, influenza y una recesión económica—, la mayor parte de las variables mostraron un inusitado crecimiento. Las llegadas de turistas internacionales y los ingresos que aportaron al país crecieron a un ritmo superior a 10%. De esta manera, México pasó del sitio 15 en el ranking mundial de turistas (2012) a un histórico sexto peldaño en 2017. Entre las razones que explican el crecimiento, destacan la recuperación económica de Estados Unidos (EU), la perseverancia de los empresarios, un mejor mensaje a los medios internacionales en cuanto al tema de seguridad —lo que no quiere decir que el problema de fondo se haya resuelto— y un consistente esfuerzo en materia promocional.
Densos nubarrones a la vista
Es claro que la pregunta del momento no es si nos adentramos en un periodo turbulento —eso está ya fuera de discusión—, el quid está en asimilar el tamaño del tropiezo y, sobre todo, en plantearnos cómo es que podemos salir avantes, minimizando los daños.
La actividad turística responde a los ciclos económicos y el gran problema del episodio que se vive en el turismo mexicano es que la contracción del mercado ocurre fuera de este patrón. EU representa alrededor de 60% de las llegadas de turistas aéreos y, prácticamente, la totalidad de los terrestres y fronterizos.
Aunque el flujo de viajeros de aquel país al exterior mantiene el ímpetu de los últimos años —en 2018 el número de turistas creció 6.3% y su gasto aumentó 7.4%—, México empezó a perder participación de mercado desde agosto de 2017, lo que coincidió con el endurecimiento del Travel Advisory del gobierno norteamericano, e incluso presenta números rojos desde diciembre del año pasado.
Para empeorar las cosas, la falta de promoción parece cobrar factura de manera más acelerada de lo que se podía imaginar. Así, en el periodo enero-agosto 2018, el volumen de asientos aéreos disponibles en rutas entre EU y México se redujo en 1.7 millones, lo que se traduce en una pérdida para el país estimada en 360,000 turistas. En contraste, la oferta de asientos aéreos entre República Dominicana y EU se ha incrementado en un millón de asientos durante el mismo lapso, esto es, alrededor de 400,000 pasajeros.
Los retos
Ciertamente se vive un momento difícil, pero esta no es la primera vez que sucede. La fortaleza estructural de la actividad es una importante herramienta para soportar el vendaval; sin embargo, no es suficiente. Evitar una afectación mayor requerirá de un esfuerzo en el que se deben sumar todos los actores de la industria.
En este orden de ideas, identifico algunos aspectos a tener en cuenta en una definición de la agenda para la actual coyuntura. Los participantes en la industria turística no ignoran la importancia social y económica que tiene el turismo.
Se ha repetido, reiteradamente, la capacidad del sector para captar divisas, generar empleo y propiciar el desarrollo regional. No obstante, hay que reconocer que este discurso no ha logrado conmover a la sociedad y por extensión a los tomadores de decisiones.
De cara a un perfil gubernamental que —con razón, por cierto— prioriza el tema social, es necesario reinventar la narrativa sobre la importancia del sector, usando como argumento las enormes contribuciones que realiza en esta dimensión: su crucial papel en el combate a la pobreza; la probada capacidad de generación de empleos —especialmente los que ocupan jóvenes y mujeres—, así como su condición incluyente, pues 93% de las cerca de 500,000 empresas turísticas son microempresas en donde laboran menos de 10 empleados.
Al mismo tiempo, es necesario resaltar cómo el turismo realiza una importante contribución a los equilibrios macroeconómicos y a la captación fiscal.
Un nuevo rumbo
Las primeras acciones del actual gobierno en materia de turismo no son alentadoras: la cancelación del proyecto del aeropuerto en Texcoco, el desvío de los recursos que financiaban la promoción turística del país para la obra del Tren Maya, la eventual desaparición del Consejo de Promoción Turística de México, así como la supresión de los apoyos presupuestales con los que el gobierno compartía obras de infraestructura y equipamiento con los estados, y que permitían la operación de programas como el de Pueblos Mágicos.
En contraparte, se debe aquilatar la inversión para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de algunos destinos turísticos, y la importante obra de infraestructura del Tren Maya, sin olvidar que su financiamiento tiene un enorme costo de oportunidad que afecta a todos los destinos del país.
Mini CV
Francisco Madrid Flores es director de la Facultad de Turismo y Gastronomía de la Universidad Anáhuac México.
Durante 23 años trabajó en la Secretaría de Turismo y fue representante regional para las Américas de la OMT.
En la estrategia nacional de turismo que se presentó a finales de febrero en Chetumal, se observan elementos pertinentes y su definición completa podrá perfeccionarse en la medida que avance el proceso de discusión pública propio de la conformación del Programa Sectorial de Turismo. Sin embargo, la carencia de instrumentos para inducir que otros actores públicos y privados abracen las definiciones de dichos planteamientos parece ser una realidad que pone en una difícil posición a la Secretaría de Turismo.
La naturaleza de los productos turísticos implica una amalgama de bienes y servicios públicos. El hecho de que estos últimos sean proporcionados por una enorme multiplicidad de agencias gubernamentales de distintos ámbitos de competencia, requiere un liderazgo firme, que debe estar cimentado en el reconocimiento pleno de la trascendencia del turismo para el país, respaldado por decisiones y presupuesto.
Aunque la inseguridad sigue siendo el ancla que inhibe el pleno despegue de las capacidades del turismo, el entorno crítico coyuntural que se verá enrarecido en la medida que el ciclo económico de EU vaya desacelerándose, requiere una reconsideración en la que se asuma una realidad: la promoción turística es un bien público y por ende demanda recursos presupuestales gubernamentales. Esta es la normalidad en la que operan los países en el mundo y, especialmente, los que gravitan en nuestro entorno competitivo.
México, con su enorme riqueza turística y con una actividad que significa cerca del 10% de su economía, que ocupa a cuatro millones de personas, merece una promoción turística digna.