“Soy biólogo por accidente, yo quería estudiar la fisiología del cerebro”: José Sarukhán

Considerado uno de los pensadores más importantes de México, el investigador busca retomar la práctica de la pintura y de la escritura pero, sobre todo, tener tiempo para disfrutar a sus nietos...

En mayo pasado recibió el Premio Tyler para Logros en Medio Ambiente, equivalente al Nobel de Medio Ambiente. Araceli López
Ciudad de México /

Las circunstancias del momento son las que te abren una puerta u otra; uno toma esa oportunidad y lo puede hacer muy bien, pero si hubieras elegido la otra, también (...) Somos polivalentes, tenemos la capacidad de hacer más de una sola cosa, lo llamamos vocación”, reflexiona el doctor José Sarukhán Kermez (Ciudad de México, 1940).

El investigador emérito del Instituto de Ecología y ex rector de la UNAM recibió en mayo pasado el Premio Tyler para Logros en Medio Ambiente, equivalente al Nobel de Medio Ambiente.

Además, por sus aportaciones al conocimiento del capital natural de México, Sarukhán es considerado uno de los pensadores más importantes del país. Ha recibido doctorados honoris causa por parte de universidades nacionales y extranjeras, y desde 2010 dirige a la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Se trata de una eminencia; sin embargo, a él le gusta definirse como un simple investigador.

¿Pensó en dedicarse a algo diferente a la investigación?

Sí, me hubiera gustado hacer un montón de cosas. Tocar un instrumento me hubiera encantado, pero lo más que llegué a tocar por un tiempo fue el acordeón; aparte de la biología, la arquitectura me llama la atención, porque tengo cierta capacidad de visión espacial, me encantaba ver mapas en la revista National Geographic, era como un viaje.

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Sarukhán regresa en el tiempo para hablar de finales de los 50 y sus épocas de universidad, cuando no estaba interesado en la ecología, hasta que se abrió una puerta.

“La razón por la que entré a biología no fue para hacer ecología, fue para estudiar la fisiología del cerebro: neurobiología. Quería entender cómo el cerebro transforma señales físicas, auditivas o de colores en cosas que comprendemos, que gozamos y odiamos.

“Para estudiar neurobiología había que entrar a medicina o biología, y medicina no me atraía... estoy en el campo en el que estoy por circunstancias accidentales, porque no había neurobiología y porque por primera vez en México, al menos en la carrera de biología, se otorgó una beca”, explica.

En esa época, la industria farmacéutica comenzaba a explotar el barbasco, la planta de la que se obtienen hormonas esteroideas para producir píldoras anticonceptivas, y el gobierno mexicano condicionó los permisos de explotación a cambio de recursos para la investigación, a cargo del biólogo Arturo Gómez Pompa (1934), uno de sus primeros tutores.

“Eran 359 pesos al mes, pero era la oportunidad de ir al campo, tener recursos para viajar que, de otra manera, no podría haber hecho. Ahí empezó mi incursión en el área de la biología tropical y de los estudios de flora”, detalla.

Tiempo después, casado y con dos hijos, se fue becado a la Universidad de Gales para realizar su doctorado en Ecología, a su regreso, la UNAM lo acogió como investigador del Instituto de Biología, del cual fue director y posteriormente rector.

¿Ahora, cuál es su meta?

Una de las primeras es no estar más frente a la Conabio, me tocó idear su creación y las bases de su operación, pero ya estoy viejo, hay gente joven y capaz. Mis planes son ayudar a que continúe lo más posible mientras yo viva y que tenga la estructura para no depender de alguien. Así tendré la oportunidad de convivir más con mis nietos y mi familia.

¿Cómo es su papel de abuelo?

Me echan mucha bronca porque no los voy a ver; quisiera remediar eso en algún momento no muy lejano. La mayor ya está en la universidad estudiando Ciencias Políticas en Francia; el siguiente, el único hombre, cumple 15 años y está acabando el bachillerato, vive en Barcelona. Mi hija está casada con un francés con el que cursó al mismo tiempo el doctorado y es inmunólogo. Y el hijo, que vive en Washington, tiene dos hijas, una de 12 y una de nueve años, están en sus estudios de secundaria y primaria.

Además de sus obligaciones, ¿cómo lleva su día?

Camino, porque tuve un problema de cadera, pero ya me arreglaron, soy medio biónico. No puedo jugar squash o frontón como antes, así que trato de caminar tres veces a la semana, a veces una, depende del humor y del cansancio.

¿Tiene un hobby?

Sí, he tenido varios muy intensos, uno lo tuve que dejar porque o hacía un cambio en mi vida, o ponía un negocio. Me gusta mucho la carpintería, pero no puedo estar haciendo muebles. Ya lo dejé, tengo un taller muy lindo y reparo cuando hay necesidad de hacerlo.

Tampoco he pintado hace mucho y quiero volver a hacerlo, son las cosas que me gustaría. También regresar a escribir algo como Las musas de Darwin (2013), que fue un trabajo que me encantó.

¿Está leyendo?

No, estoy en la redacción de un recuento de cómo Conabio contribuyó a tener una herramienta que México nunca había tenido y que ningún país tiene para definir, como indica la Ley de Desarrollo Forestal Sustentable, cómo se deben, a quiénes, dónde y qué tipo de subsidios agrícolas se pueden dar en función de la conservación de la diversidad biológica: son 5 millones de solicitudes al año.

  • Fanny Miranda
  • Reportera de MILENIO, fan de la naturaleza y cazadora de atardeceres. Por sus trabajos sobre medio ambiente, ha ganado el Premio Aleman de Periodismo Walter Reuter 2022 (2do lugar) y Premio Nacional de Periodismo de Ciencia, Tecnología e Innovación en 2016, entre otros.

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