Brote de Covid-19 suprimió hasta el placer de acariciarse el rostro

Palparse la cara es una conducta cultural y repetitiva a nivel neurológico; sin embargo, los científicos aún no dan con la razón exacta que origina dicho acto.

La OMS recomienda usar crubrebocar. (AP)
Ciudad de México /

Tocarse la cara. Un placer perdido por el brote de coronavirus en el mundo. Dejar de llevarse los dedos a la boca o los ojos es lo primero que se aconseja después de la recomendación de lavarse correctamente las manos con jabón. ¿Por qué? La respuesta es simple: sin darnos cuenta, lo hacemos más veces de las que miramos el celular (y esta nota no es sobre la adicción a la pantalla).

Lo hacemos desde que nacemos. Pero de todos los comportamientos que nos diferencian del resto de los animales, este no es uno. Los simios y los roedores hacen lo mismo que nosotros: se tocan el rostro.

¿Por qué nos tocamos la cara? ¿Por qué nos resulta imposible no hacerlo? ¿Podemos dejarlo? Nunca nos hubiésemos preguntado esto antes de la pandemia global. La ciencia sí lo hizo y aún no tiene la respuesta definitiva.

Eso sí, contra el imaginario colectivo —ese que grita “¡Es imposible no tocarse la cara!”—, está demostrado que se puede.

Tocarse la cara no es un reflejo. Es una conducta cultural y repetitiva a nivel neurológico. Así que a partir de un cambio de hábito —que puede ser especialmente problemático durante el brote de una enfermedad— podemos modificar nuestro cerebro.

“No tocarse la cara de la manera que lo venimos haciendo ahora requiere de una reorganización cerebral. No está medido, implica años. Pero si de manera racional, a conciencia, hoy dejamos de hacerlo, nuestro cerebro, que aprende constantemente, de manera evolutiva hará que, por ejemplo, para una próxima pandemia no sea necesario explicarle al mundo que no se toque la cara. El mundo ya no se estará tocando la cara”, explica Maximo Zimerman, director medico de Cites-INECO, Instituto de Neurología Cognitiva de Argentina.

El hábito de estornudar en la mano es cultural. “Ponte la mano para estornudar”, escuchamos desde la infancia. Ahora el speech cambió. Se debe estornudar en en un pañuelo desechable y luego tirarlo en una bolsita cerrada que terminará con el resto de la basura indebidamente separada. Según Zimerman, tocarse el rostro también es cultural, pero ya es carne en nuestro cerebro.

“Tienen que ver con la cultura, sí, pero a la vez con cierta frecuencia de movimientos, conocidas como conductas repetitivas”.

Mientras que la mayoría de las especies se tocan la cara como un ejercicio de aseo —nuestro gato que parece así bañarse— o como una forma de ahuyentar a las plagas, en las personas (y los simios) aún no está especificado. 

Entonces, ¿por qué lo hacemos? “No tiene un propósito. Una hipótesis es que puede ser un mecanismo en que se repite para calmarnos la ansiedad, como señala un estudio de la Universidad de California, Berkeley, en Estados Unidos”, sentencia.

¿Por qué algo que parece tan simple no se sabe con certeza? Eso quizá representa la misma dificultad para que, mientras lees esta nota, antes y después, tus dedos no estén en tu cara.

ledz

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