Si algo han aprendido los cibernautas mexicanos en los últimos tiempos, es que los diálogos en línea se han llenado de insultos, agresiones y rispidez verbal.
Y tanto los estudios como la experiencia personal han revelado que esto ocurre más en las interacciones en línea que en persona, gracias en parte al anonimato optativo que ofrecen las plataformas electrónicas.
Ahora un estudio publicado en Social Psychological and Personality Science [https://mile.io/2DAnze3] ofrece un vistazo a las causas posibles de esta permisividad moral: cuando las personas leen en línea palabras malintencionadas o maliciosas, reaccionan más pasivamente que si las escucharan cara a cara.
Y para alguien que ve un intercambio áspero entre otros dos navegantes, hay la idea de que los insultos causan menos daño que si se dieran en vivo y de manera presencial. En otras palabras, el anonimato, el estar al teclado y no en contacto directo parecen quitarle el filo a las leperadas y agresiones.
Curtis Puryear, autor principal del estudio que trabaja en la Universidad del Sur de Florida, dice que si somos testigos de una agresión en Twitter, tal vez nos sintamos mal, pero si nos preguntan, tendemos a encogernos de hombros diciendo que las palabras digitales no lastiman a nadie.
“Esperamos que las personas se sientan menos lastimadas por palabras maliciosas en ciertos contextos digitales, y respondemos con menos ira”, apuntó Puryear. “Esto puede facilitar el que minimicemos las importancia de las experiencias de víctimas de acoso en línea”.
Puryear y su colega Joseph Vandello hicieron cuatro estudios para probar las reacciones de las personas a comentarios y situaciones negativos, tanto en formato presencial como en varios ambientes en línea.
Entre las variantes que probaron hubo situaciones embarazosas en persona, en ambientes en línea pero con pocos datos, y en ambientes en línea con algo de información social, por ejemplo los nombres y fotografías de las personas.
La constante fue que las personas reaccionaron más y con más preocupación ante comentarios negativos hechos en línea que a comentarios similares hechos en ambientes digitales.
Y en el caso de los ambientes digitales, hubo reacciones más intensas cuando los testigos tuvieron información social que cuando los datos eran menores.
Puryear dijo que en contextos de comunicación siempre hay pistas que convierten a los interlocutores en individuos con los que se puede empatizar, pero en los ambientes en línea estas pistas se ven atenuadas y ocurre una especie de despersonalización.
Los niveles más bajos de reacción ante los comentarios inflamatorios también pueden deberse a un efecto de saturación o adormecimiento de la indignación moral, causado por una exposición excesiva a comportamientos abusivos en línea: el volumen de estas conductas agresivas “normaliza” la agresión y polariza a los públicos.
Si esto es así, ¿sería posible reducir el nivel de agresión y lograr que las personas sean más civilizadas, como ocurre cuando se ven a la cara?
Puryear y Vandello sugieren que sí, a condición de que en el ámbito digital se personalice a los usuarios y se definan normas que conviertan en negativas las participaciones malicioas o agresivas.
“Si nuestras normas y expectativas empiezan a reflejar que los mundos digitales en verdad importan, entonces la disparidad entre el modo en que reaccionamos a la victimización en el espacio digital y el espacio físico podría reducirse”, dijo Puryear.