Las personas que se han criado con perros tienen un menor riesgo de padecer esquizofrenia, tal como lo confirmó un equipo de investigadores del Johns Hopkins Medicine (Estados Unidos) en un estudio publicado en la revista Plos One.
Estudios previos identificaron que las exposiciones en la vida temprana a perros y gatos como factores ambientales que pueden alterar el sistema inmune a través de diversos medios, incluidas respuestas alérgicas, contacto con bacterias, cambios en el microbioma de un hogar y estrés inducido por mascotas. Por ello, algunos investigadores señalaron que esta "modulación inmune" podía alterar el riesgo de desarrollar trastornos psiquiátricos en el futuro.
Con el fin de corroborar o no estos resultados, los investigadores analizaron a mil 371 personas de entre 18 y 65 años, de los cuales 396 padecían esquizofrenia, 381 trastorno bipolar y 594 estaban sanos. A todos ellos se les preguntó si habían tenido un gato y un perro, o ambos, durante sus primeros 12 años de vida.
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La relación entre la edad de la primera exposición doméstica de una mascota y el diagnóstico psiquiátrico se definió utilizando un modelo estadístico que produce una relación de riesgo. Los análisis se realizaron para cuatro rangos de edad: nacimiento a 3 años; de 4 a 5 años; de 6 a 8; y de 9 a 12 años.
Una vez obtenidos todos los datos, los expertos comprobaron que los que habían estado en contacto con perros antes de cumplir los 13 años tenían hasta un 24 por cientos menos de riesgo de ser diagnosticados con esquizofrenia cuando eran adultos.
No obstante, esta relación no se detectó en los casos de trastorno bipolar, si bien sí se observó un riesgo "ligeramente mayor" de desarrollar ambas patologías en aquellas personas que por primera vez habían tenido contacto con gatos a los 9 o 12 años.
Toxoplasmosis, posible desencadenante de esquizofrenia
Un ejemplo de un posible desencadenante de esquizofrenia transmitido por mascotas es la toxoplasmosis de la enfermedad, una condición en la que los gatos son los principales portadores de un parásito transmitido a las personas a través de las heces de los animales.
De hecho, durante años, se ha aconsejado a las mujeres embarazadas que no cambien las cajas de arena para gatos para eliminar el riesgo de que la enfermedad pase a través de la placenta a sus fetos y cause un aborto espontáneo, muerte fetal o potencialmente trastornos psiquiátricos en un niño nacido con la infección.
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