Los 80 años de Monsiváis: un cronista, un género, un aleph

LABERINTO

Monsiváis fue el último de los intelectuales públicos del país, quizá por eso, contrajo el mal de los tiempos modernos: ser un escritor más conocido que leído.

Carlos Monsiváis. | Fototeca Milenio
José González Méndez
Ciudad de México /

La chamarra infalible, la quijada rotunda, el pelo blanco en plena insurrección. Carlos Monsiváis es el intelectual al que la cultura culta despreciaba por "naco"; el periodista que descubrió y rescató a la sociedad civil de entre los escombros que dejó el sismo de 1985, y el interlocutor privilegiado a quien Octavio Paz prodigó uno de sus mejores elogios: “ha leído todos los libros”. Protestante, masón, cuáquero, homosexual, a Monsiváis le bastaba pensarse como un lugar común de la colonia Portales.

Para el ensayista y traductor Adolfo Castañón, Monsiváis fue el último de los intelectuales públicos del país y, quizá por esa razón, contrajo el mal de los tiempos modernos: ser un escritor más conocido que leído. Animador de la vida política, social y cultural en el último medio siglo en México, por su mesa de disección sociológica pasaron Santo, Juan Gabriel, Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Raúl Velasco, Fidel Velázquez, María Félix, Salvador Novo…

Su extraordinaria crónica sobre el sismo de 1985 le valió ser nombrado “padre de la sociedad civil”, aunque también se ocupó de la matanza de Tlatelolco, el nacionalismo bravucón que incuba el futbol y la fe televisada cada 12 de diciembre desde la Basílica de Guadalupe. De hecho, debemos a Monsi una de las críticas al poder más eficaces, no desde la academia o los partidos, sino desde el humor. Su columna “Por mi madre, bohemios” fue por 42 años la “estupidoteca” donde se reflejaron políticos, empresarios y jerarcas católicos.

Esa misma crítica a la solemnidad le permitió derribar el muro entre cultura culta y cultura popular. "Esa distinción no tiene sentido", recuerda Elena Poniatowska. "Tongolele iba a las conferencias de Carlos Fuentes y éste se sentía muy halagado".

Mordaz e irónico hasta la crueldad, Monsi era capaz de lanzar dardos envenenados contra sus amigos e incluso contra sí mismo, asegura el caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón. Esta capacidad de autocrítica permitió a Monsiváis apreciar a las personas que no eran complacientes y hacían señalamientos severos contra él.

"Para ser amigo de Carlos —dice el periodista Braulio Peralta— era necesario ir a su casa, esperar en la calle, soportar sus horarios, tolerar que te dejara plantado. A veces tenías que esperar horas a que se desocupara, porque estaba escribiendo su artículo o su crónica.

"Era manipulador en lo privado y lo público. En los textos que escribía había mensajes para el presidente, para el grupo cultural opositor, para muchos. Nosotros llegamos a tener fricciones por las entrevistas que le hice a Octavio Paz".

Según Rafael Pérez Gay, compañero del cronista en el suplemento La cultura en México, Monsiváis “destruía en privado lo que había elogiado en público” (Nexos, septiembre de 2012).

En su ensayo “Un hombre llamado ciudad”, Castañón refiere que Monsiváis “estaba muy pendiente del público y de ser reconocido por ese público. Le costó trabajo digerir esta crítica y no nos hablamos en seis meses”.

—¿De verdad crees eso? –preguntó el cronista.

—¡Por supuesto que sí!

“La amistad puede ser impetuosa, emotiva, pero no sustituye a la verdad. Creo haberle dicho a Carlos, en vida, lo que pensaba de él”, asegura el integrante de la Academia Mexicana de la Lengua.

Para Poniatowska e Iván Restrepo, Monsiváis era el paradigma del ciudadano: informado, crítico, participativo de la vida pública, defensor de los derechos humanos, impulsor de la secularización del poder, respetuoso de los contrarios... Era nuestro santo laico.

Monsiváis presenta en sociedad a la sociedad

Carlos Monsiváis lo sabía todo. Su memoria prodigiosa le permitía recitar los Salmos y enumerar las películas de Libertad Lamarque; era capaz de aprenderse poemas vulgares para ridiculizarlos e introducir en una plática perlas genuinas de Neruda, Borges o Martí.

Luis González de Alba, líder del 68, escribió que Monsi podía recordar el último bar gay abierto en Tijuana, los baños que debían evitarse en Chilpancingo, la genealogía de la familia Burrón, el cuento de Maupassant que todos confunden con el de Poe. También tenía calibrada la aportación histórica de liberales como Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio Manuel Altamirano, maestros espirituales del nuevo ciudadano, y se enfurecía porque la izquierda mexicana no pudiera o no quisiera reflejarse en ese espejo.

Para Iván Restrepo, su amigo por más de 50 años, Monsi era el eslabón más reciente de esa gran tradición liberal por sus contribuciones al debate sobre la secularización del poder, derechos humanos, diversidad sexual, cultura popular y formación de ciudadanos. En ese sentido, debemos a Monsiváis el rescate del término “sociedad civil”, arrumbado en los viejos anaqueles de la filosofía. Ahí donde los mexicanos vimos edificios derruidos y cuerpos mutilados en el sismo de 1985, el cronista vio una insurrección civil, una sociedad organizada que tomaba decisiones al margen del gobierno. “La gran experiencia del 85 es que transformó la idea que la sociedad tenía de sí misma. Se trataba de salir, ayudar, llevar comida y salvar vidas. Si hoy existe ese deseo de intervenir, de crear esa conciencia cívica, se debe en gran parte al 85”.

Estamos aquí reunidos para anunciar que la masa, la demasiada-gente, el peladaje, deja atrás su inocencia de niña y pasa a convertirse en la señorita sociedad civil.

Monsiváis fue el padrino de la criatura.

El chisme es la guillotina de la espiritualidad

En casa de Carlos Monsiváis amanecía puntualmente a las 5 de la mañana. Antes de que la ciudad lanzara su primer bramido, el cronista inauguraba el día con una ceremonia austera, pero profundamente democrática: descolgar el teléfono y despertar a todo mundo. Insomne crónico, Monsi aplicaba esa tortura fraterna a un pequeño grupo de amigos entrañables. El investigador Iván Restrepo y la antropóloga Marta Lamas respondían el teléfono para leer al cronista las primeras planas de los periódicos.

A las 8 de la mañana, luego de realizar su propia revisión de la prensa escrita, pasaba al reporteo y a la retroalimentación con los colegas.

—¿Ya leíste lo que dijo el diputado Pérez Sánchez? —preguntaba a Elena Poniatowska.

—¿Quién es el diputado Pérez Sánchez?

—¿No sabes quién es Pérez Sánchez?

—No.

—Como periodista es tu obligación saber que Pérez Sánchez viene de Sinaloa y ha dicho tal y tal barbaridad…

—Prefiero leer a Jaime Sabines.

En esa lista de contactos estaba el periodista Braulio Peralta, a quien Monsiváis compartía sus hallazgos mañaneros: "¿Leíste lo que publicó tal diario? ¿Viste que va a haber un nuevo periódico? ¿Ya sabes que murió fulano?".

El teléfono era su herramienta más eficaz como periodista, pero también su mayor fuente de placer. Avanzada la mañana, Monsi inauguraba el chismorreo vital, el relajo como arte supremo, el desmadre total:

"¿Sabes cómo le dicen al poeta que plagiaba versos sin pagar copyright?". "Adivina quién es el nuevo del movimiento gay?". "Ya supe qué dijo La Jícama el jueves". "¿Qué pasa con Sendero Voluminoso que anda muy sensible?".

"A veces quiero ser espiritual, pero es imposible con el teléfono al lado —decía—. Cuando estoy más compenetrado con la música o la poesía, suena el teléfono y uno no puede sustraerse al chisme: el chisme es la guillotina de la espiritualidad".

Sembradas las indiscreciones del día, Monsiváis pasaba a ejercer la cosecha.

—Cuéntame el chisme de la cena a la que fuiste —alentaba a Marta Lamas.

—¡Carlos, yo no me fijo en esas cosas!

—¿Qué viste? ¿Quién anda con quién?

—¡Oye, yo no soy chismosa!

—No, eres aburrida.

Un momento después, en otra zona de la ciudad, sonaba el teléfono de la escritora Raquel Serur:

—Cuéntame el chisme porque la babosa de Marta no se enteró de nada.

Nunca llegó el momento para salir del clóset

Carlos Monsiváis fue el intelectual que más apoyó públicamente la causa de homosexuales y lesbianas. Desde su trinchera de activista y escritor, impulsó en la Ciudad de México iniciativas como las sociedades de convivencia, la interrupción del embarazo y el matrimonio gay. Marta Lamas, fundadora del Grupo de Información y Reproducción Elegida (GIRE), recuerda que Monsi apoyó gestionando citas con gobernantes, procuradores y secretarios de Estado. Las sociedades de convivencia (2006), la legalización del aborto (2007) y el matrimonio gay (2009) se aprobaron en la gestión de Marcelo Ebrard, aunque estaban listas desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

—¿Por qué López Obrador no impulsó esas leyes?

—En términos personales, Ebrard es un laico mucho más convencido y López Obrador tiene una parte más religiosa —señala Marta Lamas.

Iván Restrepo recuerda que “López Obrador se opuso a esas leyes por su pragmatismo de estar bien con Dios y con el diablo, y por sus creencias religiosas. Esto y su cercanía con Norberto Rivera, uno de los peores cardenales, sacaban de quicio a Monsiváis, aunque nunca se distanció de López Obrador”.

—¿Cabildeó Monsiváis con López Obrador o Ebrard esas leyes?

—Ebrard las apoyó porque su hermano murió de VIH —comenta Braulio Peralta—. Eso es público. La familia se avergonzaba de ese integrante gay y por eso fue valiente su decisión de decir: “En mi familia hay un gay y no lo voy a discriminar”.

El activismo de Monsi en favor de la diversidad sexual comenzó en 1971. Ese año fundó, junto con Nancy Cárdenas y Juan Jacobo Hernández, el Frente de Liberación Homosexual, que inaugura el movimiento gay en México.

En los años setenta redactó la mayoría de los desplegados en defensa de los homosexuales; fundó el primer suplemento sobre sida, y realizó decenas de llamadas a las oficinas del sector Salud para exigir atención digna para los enfermos con VIH. Pese a esas contribuciones, Monsi fue criticado con dureza por una parte del movimiento, entre otras cosas por no declararse gay. En el libro El clóset de cristal (Ediciones B, México, 2016), Braulio Peralta plantea una explicación. “Si salgo del clóset me van a etiquetar como autor gay y no quiero eso, porque me van a limitar en todo lo que hago públicamente”, decía el cronista, según el testimonio de Juan Jacobo Hernández, su pareja en los años sesenta.

Hernández fue siempre partidario de sacar el movimiento gay a la calle, de marchar y defender públicamente sus derechos. Monsiváis no. El cronista avanzaba por otra ruta. Lo suyo eran los desplegados, las denuncias en los medios, la batalla cultural.

En 1978, el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (dirigido por Hernández) salió a la calle y un año después se realizó la primera Marcha del Orgullo Lésbico Gay. “Monsi decía que no era el momento de salir”, recuerda Peralta.

—¿Tiene relevancia que no haya salido del clóset? —se le pregunta a Marta Lamas.

—Él siempre decía: “Octavio Paz o Carlos Fuentes no andan por el mundo diciendo: “¡Soy heterosexual, soy heterosexual!” Están casados. Punto. Yo he tenido mis parejas y no veo la razón de ir por ahí gritando: “¡Soy gay, soy gay!”

Muchas veces Monsiváis miró el paso de la marcha gay desde la mesa de algún restaurante. Para él nunca llegó el tiempo de salir a la calle.

"Si quiere vivir tiene que hacer algo con sus gatos"

Más de 250 gatos conviven en un inmueble de 200 metros cuadrados en la parte montañosa de la delegación Xochimilco. Es la Asociación Gatos Olvidados A.C., fundada por Carlos Monsiváis y Claudia Vázquez. La identidad de ella cobró relevancia tras demandar a la familia Monsiváis por haber supuestamente dormido a varios de los doce gatos el mismo día en que murió el escritor. La activista había llamado a casa del cronista para pedir la custodia de los felinos.

—¡No hay gatos! ¡Hoy se durmió a la mitad y mañana se duerme a los demás —respondió Beatriz Sánchez, prima de Monsiváis, según la activista.

En el juicio, la autoridad ratificó la custodia de los gatos a la familia. Marta Lamas asegura que cuatro murieron de enfermedad y ocho se dieron en adopción de manera legal.

El vínculo de Claudia y Monsi era Catástrofe, un gato feral que ella donó al cronista meses antes de su muerte. Con el argumento de vigilar el desarrollo del animal, ella regresó varias veces a la colonia Portales.

Carlos Monsiváis llegó a tener más de 20 gatos. Foto: Nelly Salas

* * *

En la edición 2005 de la FIL de Guadalajara, Carlos Monsiváis pudo dimensionar por primera vez la gravedad de la enfermedad que provocó su muerte en 2010. El último día de la Feria fue internado de emergencia bajo la responsabilidad de su amigo inseparable, Iván Restrepo.

Cuatro días después fue dado de alta. El director del hospital habló con Restrepo y Nelly, su esposa:

—El maestro Monsiváis tiene graves problemas pulmonares. ¿Ustedes conocen a alguien que pueda atenderlo en la Ciudad de México?

—Sí.

—Llévenlo cuanto antes.

Ya en la Ciudad de México, Monsi fue evaluado por el doctor Fernando Cano Valle, director del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias (INER). Un mes después, en enero de 2006, el especialista llamó a Restrepo.

—Invítame a comer con Carlos. Quiero platicar con él, contigo y con Nelly.

Cano Valle llegó con su pareja, la actriz Nuria Bages. La comida transcurrió con normalidad, pero en los postres el director del INER soltó la bomba:

—Carlos, si quieres vivir un poco más hay que detener la fibrosis pulmonar que tienes. La solución implica a tus gatos, que son una de las fuentes de lo que tienes en los pulmones, y tus libros. El pelo de unos y el polvo y hongos de otros son fatales desde el punto de vista médico.

El cronista quedó paralizado. Volvió a la realidad un momento después con chistes sobre la vida y la muerte. Fue la primera llamada de atención a Monsi sobre la fragilidad de su salud, pero eligió los gatos y los libros.

—¿Al final los gatos sí le hicieron daño? —se le cuestiona a Restrepo.

—¡Claro! ¡Claro que influyeron! No provocaron su muerte, pero fueron parte de un problema general que se agravó con el tiempo. Los gatos gobernaban esa casa.

Monsiváis no tiene ideas, tiene crónicas

Carlos Monsiváis participó en múltiples polémicas y su plumaje no siempre salió indemne. La discusión pública más llamativa la tuvo con Octavio Paz, en diciembre de 1977 y enero de 1978, a partir de una entrevista del periodista Julio Scherer García al poeta mexicano:

Paz: “La izquierda mexicana sufre una suerte de parálisis intelectual. Es una izquierda murmuradora y retobona, que piensa poco y discute mucho”.

Monsi: “Es casi penoso recordarte que la izquierda, por más limitaciones históricas que tenga, sigue siendo la alternativa más coherente y valiosa para el país”.

Paz: “Monsiváis no es un hombre de ideas, sino de ocurrencias”.

Monsi: “Paz no es un hombre de ideas, sino de recetas”.

Según Restrepo, no hubo distanciamiento. “Luego del desencuentro, Paz tenía con Carlos largas pláticas e incluso se quejaba con él de la forma en que lo trataba la izquierda”.

Unos meses después, Paz expresó su gran elogio al cronista: “Monsiváis ha leído todos los libros, todos los cómics y ha visto todas las películas. Es un nuevo género literario”.

No fue el único pleito del cronista en el seno de la cultura mexicana.

En 2014, el periodista Vicente Leñero escribió: “Monsiváis no sabía de teatro; sin embargo, enviado por Jaime García Terrés, regañó en la Revista de la Universidad de México a Jorge Ibargüengoitia por haberse burlado de dos obritas de Alfonso Reyes que Juan José Gurrola montó en la Casa del Lago. Ibargüengoitia lo detestó desde entonces”.

En su libro Nada mexicano me es ajeno. Papeles sobre Carlos Monsiváis (Bonilla Artigas Editores, México, 2017), Castañón revela el ninguneo que la academia infligió a Monsiváis: “El cronista era amado por la cultura popular y, secretamente, por la otra, que sólo lo dejaba entrar con recelo, disfrazado de honoris causa, a sus altares”.

—¿La cultura culta lo excluyó?

—Lo despreciaba. Carlos no entró a la Academia Mexicana de la Lengua, aunque hay constancia de que fue electo. Tampoco entró a El Colegio Nacional, porque no era detentador de un discurso científico. Era el mal portado.

Restrepo señala que la entrada de Monsi a El Colegio Nacional “fue vetada por algunos lacayos de Octavio Paz que lo consideraban frívolo por ocuparse de la cultura popular”.

En la misma polémica con Paz, el poeta llamó a Monsiváis maestro de lo “difuso, lo confuso y lo profuso” por su prosa abigarrada, alambicada y barroca.

Algunos académicos aseguran que esa forma de observar los hechos sociales, en la que confluyen crónica, ensayo, poesía, teatro, narrativa, cuento y haikú, era una forma de reinterpretar, de crear una nueva realidad.

En El género Monsiváis (INAH, México, 2017), Juan Villoro también hace una revisión crítica de las crónicas monsivaítas: “Rara vez Monsiváis fue un narrador que se concentrara en los sucesos. Sus escritos no destacaban por las tramas o los personajes, sino por sus opiniones. En la mayoría de sus crónicas acude a voces sueltas, rara vez identificables. […] ¿El cronista oye o inventa? Sus informantes anónimos se parecen mucho a las almas en pena de Juan Rulfo o a los heterónimos de Pessoa”.

Sin humor nos suicidaríamos como los lémures

Para Carlos Monsiváis, el humor y el sarcasmo fueron la forma de criticar la solemnidad del poder. La ironía fue su moral. Ya desde su primer libro, Antología de la poesía mexicana del siglo XX (1958), señalaba que el sentido del humor era la asignatura pendiente en las letras nacionales.

Citando a Groucho Marx, Rafael Barajas El Fisgón, sostiene que sin humor los seres humanos nos iríamos a suicidar al mar como los lémures. “El humor es una herramienta de supervivencia, un mecanismo de autoconsuelo. Si no existiera no podríamos enfrentar tragedias como el terremoto”. El caricaturista de La Jornada resalta la importancia de la columna “Por mi madre, bohemios”, publicada por Monsiváis durante 42 años. “Su gran acierto era presentar como parodia lo que alguien había dicho en serio. Eso convertía automáticamente al declarante en una caricatura”.

Para Castañón, la columna fue la “estupidoteca” que registraba las tonterías dichas por “paquidermos, plantígrados, parásitos y equinodermos de la clase política y empresarial”.

A Monsi no le alcanzó el tiempo para ver el regreso del PRI al poder, pero hubiera gozado al editorializar las siguientes joyas:

“A mí me indigna la corrupción”. Los que huyen a Morena “son prietos pero ya no aprietan”, Enrique Ochoa Reza, presidente del PRI (14 de mayo de 2017 y 10 de febrero de 2018).

“El hombre no está diseñado para recibir, sino para expeler” (semanario Desde la fe, 27 de junio de 2016).

“México se ha volvido referente de otras naciones”, Enrique Peña Nieto (12 de diciembre de 2017).

¡Pinche Monsi, cómo haces falta!

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