Ángeles Mastretta (Puebla, 1949) era apenas una jovencita cuando comenzó a alertar a los extraños con los que viajaba en el transporte de Puebla a la Ciudad de México sobre la posibilidad que tenía de sufrir un desmayo, de perder el conocimiento o de tener una crisis de epilepsia, trastorno del sistema nervioso central que desarrolló debido a una cisticercosis.
“Llevaba dulces en la mano para poder decirle a la gente: hola, ¿cómo está usted?, ¿sabía que me puede pasar esto? Mire, soy epiléptica, no se vaya usted a asustar si me da un ataque... la gente me veía como diciendo '¡Y a mí qué!, ¡vaya lunática!'”, recordó la autora de Arráncame la vida (1985), novela traducida al menos a 15 idiomas.
La estrategia que mantuvo en esa época le permitió trasladarse sin complicaciones de Puebla a Ciudad de México, adonde finalmente se mudó a la edad de 16 para terminar sus estudios.
¿Qué sentía?
Tenía migraña, dolores de cabeza tres veces a la semana. Las crisis epilépticas que aparecieron a los 14 años solían anunciarse a través de música lejana y hermosa que nunca pude disfrutar porque de inmediato tenía movimientos involuntarios y pérdida de la conciencia.
¿Una música?
Sí, pero no se puede cantar ni tararear; me alertaba para ponerme a salvo de fuertes caídas.
¿Recuerda su primer ataque?
Sí, fue justo a los 14 años, después de salir con la familia a Chapultepec, a La Villa y a varios lugares. Ese día estaba cansada y a la medianoche tuve una fuerte crisis. Estaba dormida y, durante el ataque, pude despertar a mi hermana Verónica, con quien compartía recámara. Fue tan impactante aquel episodio que lo incluí en el guión de la película Arráncame la vida, donde la protagonista Catalina Guzmán de Ascencio —interpretada por Ana Claudia Talancón— espanta a su hermana con una escena de masturbación. En realidad quería registrar aquel ataque. A menudo despertaba con la ropa mojada. Eso sucede, aunque algunos piensen que es una impudicia.
***
La epilepsia también propició que el pretendiente de Mastretta, cuando tenía 16 años, considerara que “ya no estaba disponible”.
La enfermedad tenía aterrados a algunos familiares; sin embargo, su padre, Carlos Mastretta, le inculcó mucha seguridad.
¿Cómo fue crecer con ese trastorno?
Crecí siendo una niña muy sobreprotegida y, aunque estaba muy asustada, mi padre me decía que (mis crisis epilépticas) no tenían importancia y que tenía que salir adelante. Entendí que a mi cerebro le pasaba algo extraordinario, por eso viví una vida excepcional. Me iba hasta de aventones.
A pesar de que tomaba medicina, nada controlaba los terribles dolores de cabeza ni las convulsiones, solía despertarme en el suelo después de una crisis, me levantaba a veces sola y otras rodeada de curiosos, me sacudía y seguía mi camino.
***
Egresada de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM (1975) y becada por el Centro Mexicano de Escritores(1974), Mastretta también trabajó con destacadísimos autores, como Juan Rulfo, Salvador Elizondo y Francisco Monterde.
En 1985 publicó su primera novela Arráncame la vida, con la que ganó el Premio Mazatlán de Literatura en 1986; después Mal de amores (1996), que ganó el Premio Rómulo Gallegos en 1997, y Ninguna eternidad como la mía (1999).
A la distancia, ¿cómo recuerda a aquella jovencita?
Era muy valiente, además en aquellos tiempos no había tanta inseguridad, jamás fui atacada. Ahora veo que era valiente, pero en ese momento no lo veía, nada más era. No me sentía desprotegida. Mi mamá claro que se preocupaba. Solía preguntarme, ¿dónde te caíste?, ¿te lastimaste?, pero se olvidaba pronto del tema, su silencio me salvó del miedo de salir y vivir.
Cuando las crisis me daban en casa veía su cara de qué barbaridad, muy afligida, por eso decidimos reducir todo a desmayos. Y cuando decidí dejar Puebla, ella me dijo adelante, pero sabiendo que estaba sola y lejos siempre conté con su apoyo.
***
Mastretta también ha incursionado en el periodismo, se casó con el también literato y analista político Héctor Aguilar Camín y ha escrito varios cuentos y relatos, como Mujeres de ojos grandes (1990), Puerto libre (1993), El mundo iluminado (1998) y Maridos (2007), entre otros.
Con el tiempo, los médicos lograron atinarle a la dosis exacta para controlar su padecimiento y hasta la fecha no ha presentado crisis convulsivas, tampoco desmayos ni pérdida de conocimiento.
Su enfermedad, cuyo origen sigue siendo algo desconocido, le abrió aún más la imaginación que cultivó desde niña, cuando solía escuchar en la sala las historias familiares, así como a apoyar muchas causas feministas, inclusive, a casas dedicadas a respaldar a personas con discapacidad, como en APAC.