Aunque los años pasen: ‘Camino de Guanajuato’

La autora desmiente rumores: la canción que José Alfredo le dedicó a su tierra es un canto a la vida, una apología filial y una manera muy poética de mostrarnos su cosmovisión y los avatares del trayecto que emprendemos al nacer.

Paloma Jiménez Gálvez. (Araceli López)
Ciudad de México /

No cabe duda que vivimos tiempos difíciles en donde algunas personas, para ser apreciadas y aceptadas por los demás, admiradas por el público, para conseguir seguidores o un simple like (como si fueran indulgencias), son capaces de opinar, aunque no sepan. Por llamar la atención, se atreven a contar, sin ton ni son, historias sobre algunos hechos que no tuvieron la oportunidad de presenciar, pero tampoco se tomaron el tiempo para investigar. Estamos invadidos de falsos mensajeros, de mesías ilegítimos y bombardeados por un sinfín de noticias embusteras que desprestigian a las personas. Me apena mucho que el oficio de periodista se vea enlodado por escritores que no se preocupan por rastrear la veracidad de los hechos. 

No podemos negar que el mundo de la farándula es carnada fácil para muchos, que se presta para el escándalo o el chisme; no obstante, los personajes que habitan ese mundo de glamur son también de carne y hueso, y objeto de investigación; no necesariamente académica, pero sí formal. Ellos, por su profesión, están más expuestos a la crítica y al desprestigio.

Hace pocas semanas me topé con una nota que decía: “José Alfredo escribió Camino de Guanajuato debido a un reclamo familiar”. Afirma la escritora que mi padre había escrito canciones dedicadas a diferentes estados y lugares de nuestra República, pero ninguna a su propio estado. Falso, muy falso. Quince de septiembre fue escrita en el mes de julio de 1943 y la estrenó el 13 de septiembre en los micrófonos de la XEX, acompañado del trío Los Rebeldes. Estos datos los conservo en su libro bitácora escritos con su puño y letra.

“Ese pueblo de Dolores, ¡qué pueblito!, qué terreno tan bonito, tan alegre, tan ideal; Guanajuato está orgulloso de tener entre su estado un pueblito que es precioso, valiente y tradicional…”.


Foto: Araceli López

Tenía apenas 23 años y llevaba con él la añoranza de su terruño. No hay registro que pruebe canciones dedicadas a otros estados del país en aquellos años. En 1950, por encargo del famoso director cinematográfico Emilio Indio Fernández, compuso junto con Rubén Fuentes Islas Marías, que se conoce también como Enterrado vivo, para la película que protagonizaría Pedro Infante. Fue hasta 1952 que grabó en Columbia Aguascalientes, "Pa’ cantarle a Aguascalientes y a su feria de San Marcos, es preciso que el mariachi suene en todo su esplendor…”.

En 1953 dedica unas coplas a la tierra de mi madre en De puro Veracruz y en ese mismo año compuso El corrido a Mazatlán, que sigue siendo interpretado en distintos ritmos. En el Paseo del Centenario encontrarán una escultura que conmemora a José Alfredo por dicha canción: “Hoy que el destino me trajo hasta esta tierra donde el Pacífico es algo sin igual, es necesario que suene la guitarra (La banda del Recodo) para cantarle un corrido a Mazatlán…”.

Poco tiempo después, apareció: “No vale nada la vida, la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba; por eso es que en este mundo la vida no vale nada…”. Versos cargados de desconsuelo, hay una gran metáfora en esta estrofa, el rostro del autor que revela su cosmovisión, la cruda realidad del sufrimiento. El detonador fue la muerte repentina de su hermano Ignacio Jiménez, el tío Nacho, que falleció en 1953 al reventársele una úlcera gástrica. Aclaro que no padecía ninguna enfermedad en el páncreas. Nacho, al igual que mi padre, comenzó a trabajar desde muy joven y gracias a su hermano mayor, Juan, consiguió una buena chamba en la refinería de Salamanca. Sin embargo, buscaba la ocasión para venir a visitar a la familia al entonces Distrito Federal. La última vez que lo hizo fue a los 34 años.


Foto: Araceli López

Comían todos juntos en el departamento que mis padres alquilaban en Bahía de Concepción, en la colonia Anzures, cuando el tío se puso mal. De inmediato llamaron a la ambulancia que lo transportaría a la Clínica Fleming, porque ahí tenían derecho a ser atendidos los empleados de Pemex.

Los primeros versos de Camino de Guanajuato los repitió muchas veces golpeando con los nudillos en una mugrienta pared de una cantina cercana al velatorio. El recuerdo de su hermano quedó plasmado en la estrofa que canta:

Camino de Guanajuato que pasas por tanto pueblo: no pases por Salamanca que ahí me hiere el recuerdo, vete rodeando veredas, no pases porque me muero”.

El camino es la jornada que el héroe debe recorrer día con día. De alguna manera, esta canción es un canto a la vida, una apología para el hermano y una manera muy poética de mostrarnos los avatares del trayecto. En esta letra José Alfredo dejó plasmada su cosmovisión, indicó el sitio en el que quería descansar y el epitafio que se ve en su tumba. No hubo reclamo, hubo amor filial.

hc

  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.

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