Las comunidades mazahuas del Estado de México son reconocidas por sus finos y detallados bordados que pueden cotizarse en miles de pesos y son dignos de ser enmarcados; cada pieza es una obra única, con amplia significación.
Más allá de las servilletas, manteles, fajillas, bolsas, camisas y todo tipo de ropa, el bordado mazahua está presente en paisajes, grabados, joyería y calzado, con alguno de los tres tipos de bordado: el hilvanado, el pepenado y la trencilla, lomillo o dos agujas.
Por décadas, las manos de las mujeres mazahuas, principalmente, han dejado el alma en cada pieza por donde la aguja y el hilo trazan grecas, venados, flores, pájaros, jarros y todo lo que representa su cosmogonía a la perfección.
Presencia
El Consejo Estatal de los Pueblos Indígenas señala que el pueblo mazahua o “jñatjo” es el más numeroso de la entidad. De acuerdo con el censo del 2020 del Instituto nacional de Estadística y Geografía (Inegi) en la entidad existen al menos 132 mil 710 personas hablantes de su lengua.
Su ubicación se centra en 13 de los 125 municipios de la entidad, como son los casos de Almoloya de Juárez, Atlacomulco, Donato Guerra, El Oro, Ixtapan del Oro, Ixtlahuaca, Jocotitlán, San Felipe del Progreso, San José del Rincón, Temascalcingo, Valle de Bravo, Villa de Allende y Villa Victoria.
Realidad
La mayoría de estas localidades tiene algún grado de marginación, en especial nueve, donde las condiciones son mucho más precarias y donde la gente ha ido abandonando sus actividades ancestrales para irse en busca de un mejor destino.
Quienes se han quedado, siguen manteniendo viva la cultura de su pueblo, pasando su sabiduría, lengua y tradiciones a las nuevas generaciones y más allá de vestir la falta de manta blanca con bordados coloridos, la faja de lana, las cuentas de papelillo, las arracadas de filigrana y cintas en la trenza, se esfuerzan por conservar sus tradiciones y las grandes habilidades que les han dado un lugar en el mundo.
De generación en generación
Es el caso de Rosa Elvira Piña Martínez, originaria de la comunidad de San Felipe Santiago, del municipio de Villa de Allende, quien desde los 10 años se interesó por aprender a bordar con solo ver a su madre.
Hizo y deshizo varios hilados, hasta que dominó la técnica, igual que su madre, su abuela y tatarabuela. Hoy, consciente de la importancia de mantener viva esta actividad, enseña a las nuevas generaciones y consciente de presume los mejores bordados por todo México.
"Empecé a los 10. Nadie me enseñó. Yo solita. De solo ver a mi mamá. No me salían al principio y los deshacía, hasta que logré aprender. Ya tengo 29 años cosiendo. He podido llevar lo que hacemos en la familia a distintos puntos de México, he viajado por Pachuca, Hidalgo, Tabasco, Cancún y Monterrey, nos han pedido algunos de Estados Unidos y cuando a la gente le interesa va a vernos a la casa, donde tenemos nuestro taller” indicó.
Rosa Piña explica que tienen tres tipos de bordado: el hilvanado, el pepenado y el de trencilla, lomillo o también conocido como dos agujas que ya sólo domina una de cada cuatro mujeres mazahuas.
Su tía reconoce que por años dejaron el bordado original porque es muy laborioso, un trabajo digno de enmarcar, en el cual se pueden llevar hasta un año en solo un pequeño cuadro, pero también hacen tapetes, colchas y el famoso quexquemetl elaborados a mano.
JASJ