Concha de abulón, el arte del Valle del Mezquital que llegó al Vaticano

“Las necesidades de la vida nos obligan a aprender muchos oficios”

Mario Gerardo Jahuey, artesano del Valle del Mezquital que trabaja concha de abulón. (Carlos Dayan Aparicio)
Elliott Ruiz
Pachuca /

Mario Gerardo Jahuey ha convertido la concha de abulón del Valle del Mezquital en un codiciado material artesanal, mezclando tradiciones ancestrales con la modernidad.

A los diez años, ya sabía tejer lana en telar de pedal y sembrar maíz, frijol, tomate y chile. En la comunidad de El Nith, municipio de Ixmiquilpan, el campo y las artesanías eran imprescindibles para que existiera la vida.


“Nos invitaron a trabajar como ayudantes en los talleres de los maestros de oficio del pueblo, de la familia Pedraza. Primeramente trabajamos por el pago del día. Con el paso del tiempo me di cuenta que, en aquel entonces, llegaban algunos extranjeros al pueblo a adquirir las piezas. Las familias que trabajaban no se daban abasto, pero cada persona que llegaba a ver esas técnicas se maravillaba”, cuenta Don Mario.

“De aquí soy”, se dijo a sí mismo y empezó a trabajar por su cuenta. Tres o cuatro años después decidió formar su propio taller con mucha escasez de herramientas, materiales y conocimiento. Así nació su marca registrada Arte Joya.

Poco a poco se fue dando a conocer. Pero no fue sencillo. “Las primeras piezas estuvimos tratando de venderlas en algunas tiendas de regalos de Ixmiquilpan. Me decían: No compramos ahora, después. Fue complicadísimo. La clientela conocía a mi maestro, Nicolás Pedraza; siempre llegaba la gente con él y con uno no pasaba”, comenta. Aún así, Mario trataba de mantener surtido para ofertar a los turistas.

Miles de piezas después…

Con la creación de la Secretaría de Cultura, el gobernador Omar Fayad pidió implementar una línea de acción en la que se pudieran combinar las tradiciones artesanales de Hidalgo con tendencias de diseño e innovación. “Hemos estado haciendo ya algunos talleres y workshops con artesanos y diseñadores de alto prestigio, nacional e internacional”, explica Mauricio Campos, director de Arte Popular e Indígena de la dependencia.

En estos talleres, la obsidiana dorada de Epazoyucan cobró gran relevancia, pero Don Mario destacó por su trabajo con la concha de abulón, junto al reconocido estudio de Mónica Calderón. Las vasijas de resina con incrustaciones de concha que resultaron de esta mezcla, fueron exhibidas en el museo Tamayo de la Ciudad de México en 2019.

“Es algo que nos hace falta como artesanos, los nuevos diseños; la misma clientela lo sugiera”, dice Jahuey al respecto. “La técnica de incrustaciones de concha de abulón inició con la hechura de pequeños instrumentos en miniatura. Los clientes comentaban: ¿y ustedes no pueden hacer otras piezas más que instrumentos?

“La gente empezó a decir: necesito esta pieza… estoy forrando un volante de auto antiguo con madera y le voy a incrustar concha… Después de cortar hojas, flores, ramas, tallos, pájaros y letras, nos sobraban siempre algunos pedazos. Mi esposa me dijo: Vamos a tener que ocupar estos pedazos, voy a hacer un alhajero”, narra.

A Don Mario no le convencía la idea, porque su técnica había sido creada para las piezas tradicionales: hojas, flores, ramas, tallos, pájaros y letras… palomas a veces. Pero su esposa hizo el alhajero, y cuando los clientes lo vieron, lo quisieron para ellos. “Fue así como nos ayudó muchísimo a hacer cosas diferentes, nuevos diseños”, revela.

Antes de la pandemia, en el taller Arte Joya trabajaban de 20 a 25 personas, la mayoría familiares de Mario Gerardo, quienes como él, han ganado varios concursos con sus piezas. “Mi hija ganó con un baúl grande, un diseño totalmente diferente a lo tradicional. Mi esposa ganó un segundo lugar con un diseño que no fue de ramas y flores. También mi hijo ganó con una vasija grande, mezclando un poco de diseño con lo tradicional, fue un primer lugar nacional”, presume.

Habla primero de su familia porque es modesto, pero él ganó en 2018 un importante premio con una cabeza de jaguar que posteriormente vendió, y bien vendida. “Esto nos ha ayudado muchísimo a abrir puertas para colocar piezas y que nos conozcan. Cuando un cliente necesita algo especial siempre dice: Vamos con Don Mario, con Arte Joya, ellos tienen cosas diferentes”.

En el taller hay una variedad de 400 a 500 piezas. Lo mismo hacen licoreras que culatas de escopeta. Pero también elaboran sujetadores para el celular y memorias USB. “Estamos tratando de hacer las piezas que sean más de uso cotidiano, con el fin de colocarlas mejor. Cuando se trata de alguna pieza para concurso es diferente, ahí hay que esmerarse con la técnica”, aclara.

Arte Joya ha enviado piezas a El Vaticano y ha presentado sus obras en países como Estados Unidos y España. “Me dieron una beca para representar la artesanía, todo por haber ganado algunos concursos. Me dicen: Vas a tal lugar”. Mario recuerda que su primer premio lo recibió en Puebla, de manos del mismísimo Carlos Salinas de Gortari.

Su currículum le ha valido ser invitado a los eventos de los Grandes Maestros. “Tengo una mención honorífica. Apenas hace dos años iniciamos, por cuestiones de edad todavía no entraba. No soy tan joven, pero decía la convocatoria que era para mayores de 50 años. El premio fue en el estado de Tlaxcala. Ahí estuvimos con la compañera Martina”, dice, refiriéndose a la Gran Maestra hidalguense, Martina García Cruz.

Don Mario también ha presentado piezas en el Centro Cultural Banamex y el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México. “La idea nada más era trabajar y trabajar, y con el paso del tiempo, vimos que se abrieron las puertas, por la técnica, por lo rara que es la concha de abulón en pleno Valle del Mezquital.

“Mucha gente de otros estados nos dice: Y ustedes, ¿dónde tienen su mar? ¿De dónde sacan su concha? Nosotros de relajo les decimos que se produce en los canales de riego”, bromea.

Para él, ser artesano ha sido muy satisfactorio. Gracias a su oficio, ha podido conocer muchos lugares del mundo y muchos compañeros artesanos a nivel internacional. “Estuvimos conviviendo con muchos de ellos en las Islas Canarias, fue una muestra iberoamericana de artesanías. Estaba todo el continente americano. ¡Unas piezas finísimas!”, recuerda. “Cada vez que veo alguna pieza, aunque no sea mi técnica, me asombro y me pregunto: ¿Cómo le harán?”

¿Cuánto vale el arte?

Cuando Mario emprendió con su taller, calculaba el valor de una pieza por jornadas trabajadas. “Esto me costó dos días”, se decía. “Va a costar 400 o 500 pesos”. Pero ahora su trabajo es cotizado, sobre todo porque la incrustación de concha es cara, así como la herramienta que se utiliza. “Ocupamos mucho unas sierritas que son de Suiza, especiales para joyeros”, indica.

Gracias al apoyo del Gobierno del estado, los artesanos se han capacitado y ahora saben calcular sus costos según el tiempo, los materiales y la utilidad de cada obra. “Con el reconocimiento que nos ha dado la Secretaría de Cultura, ya le ponemos un poco más de precio a nuestras piezas. Las personas que nos hacen el favor de visitarnos ven que la técnica es laboriosa. Inmediatamente compran y hasta se pelean por las piezas”, se divierte.

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