Aunque el número 13 en gran medida está asociado a la mala fortuna, no es así en el caso del maestro Joaquín Achúcarro: a los 13 años debutó con la Orquesta Sinfónica de Bilbao con el Concierto para piano en re menor, de Mozart. Desde entonces no ha parado; ni siquiera mientras se formaba como físico y seguía también la carrera de músico.
La lista de directores y orquestas con los que ha trabajado el pianista español rebasaría este espacio, lo mismo que su amplio repertorio y grabaciones. Muchas distinciones reconocen la labor de un concertista que cuando era muy joven tocó una obra de Ravel para Rubinstein, su ídolo, y éste declaró: “Acaba usted de revelarme esta pieza, gracias”.
Achúcarro sigue revelando la música de Ravel, como ocurrió ayer en el Palacio de Bellas Artes y su actuación con la Orquesta Sinfónica Nacional. Interpretó el Concierto en re mayor para la mano izquierda, escrito por Ravel a solicitud del pianista Paul Wittgenstein, quien perdió el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial y quería seguir su carrera de concertista. Repetirá el concierto mañana a las 12.15 horas.
Amor-odio
Achúcharro asegura que su relación con el concierto de Ravel “es de amor y odio. Primero es como para preguntarle: ¿por qué has escrito esto, Mauricio?, y luego: pero qué maravilla, chiquillo, cómo te ha salido de bien esto”.
Afirma que últimamente siente más la relación de los compositores con su música, lo que no le ocurría antes. “Quiero decir que se puede hacer un estudio psicológico de lo que era Beethoven: de esa energía y esa idea de que de repente se abandona a un sueño y luego dice: esto se acabó, a lo que sigue. O lo que se ve del interior de Ravel en sus obras: es impresionante”.
Hace algunos días, el pianista fue invitado para participar en unas jornadas para atraer nuevo públicos a la música clásica en el Auditorio del Palacio Euskalduna. “Fue una charla para gente que nunca ha ido a conciertos y las dos mil 200 entradas del Euskalduna se vendieron”.
Refiere que los niños estuvieron muy callados y receptivos. “Estuve contado cosas y tocando el piano. Cuando un pequeño se centra, puede oír mucho, ver, sentir y aficionarse a la música. Recuerdo sobre todo que al final había un niño abrazado a mí y no había forma de soltarlo... Supongo que ese niño hará música en su vida”.
Antes de regresar a ensayar, Achúcarro sintetiza su larga relación con el piano. “Primero era de rechazo, cuando era niño y los otros niños jugaban, después de curiosidad, más tarde de amor y, finalmente, de adicción. El piano es como una droga: ahora no puedo vivir sin música y sin piano. Ahora tengo que volver a mi droga!, dice dirigiéndose al instrumento.
En busca del sonido mágico
Hace años, Achúcarro dijo que en música es preciso “buscar la magia debajo del virtuosismo” en un tiempo en que parece que la técnica está sobre la interpretación. Al respecto, ahora dice que “se le llama técnica a tocar muy rápido y a tocar muy fuerte, pero se debería llamar técnica, también, a producir un sonido mágico en el piano, a emplear bien el pedal de manera que una melodía quede perfectamente dibujada y que lo esencial esté en primera línea con esos sonidos infinitos”.