Ahora que Time ha elegido a un puñado de periodistas como “personas del año”, ahora que el radicalismo avanza a paso firme en varias partes del mundo, ahora que proliferan los mesías políticos, ahora que la abundancia informativa acoge y propaga con descaro una sarta de tergiversaciones y mentiras, ahora que los medios de información se reacomodan en el ámbito público, ahora que ocurre todo eso, conviene escarbar en la basura.
Hace ya más de un siglo hubo un grupo de periodistas que se dedicó a exhibir y denunciar las miserias, abusos y corruptelas de una sociedad encaminada hacia la modernidad, mientras un grupo de poder se dedicó a acusarlos de “antipatriotas” y los denostó llamándolos “rastrilladores de basura”. Así los había “bautizado”, en abril de 1906, el presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt, en un discurso típico de su política del palo y la zanahoria: “La paciencia del presidente se había agotado con el inicio de la publicación de la serie La traición del Senado, de David Graham Phillips, en la revista Cosmopolitan, que había comprado W. Randolph Hearts. La carga de profundidad contra una de las instituciones más sagradas y corruptas de la nación fue demasiado para él”, cuenta el editor y traductor barcelonés Vicente Campos, quien ha publicado ¡Extra, extra! Muckrakers, orígenes del periodismo de denuncia (Ariel), una antología contextualizada sobre los comienzos de lo que, en la segunda mitad del siglo XX, se llamaría “periodismo de investigación”, ese que luego se ha visto detallado en películas como Todos los hombres del presidente o las reciente Spotlight y The Post.
Roosevelt comparó a los reporteros con el personaje de una novela de John Bunyan, que se negaba a recibir una corona celestial porque prefería “rastrillar el suelo en busca de inmundicias”. Y había periodistas, dijo el presidente, que imitaban a ese “rastrillador de estiércol” que se niega a ver el progreso y las cosas buenas de la vida y, en cambio, se centra en las vilezas y los asuntos degradantes. Lejos de sentirse ofendido, aquel grupo de periodistas señalados se enorgulleció del calificativo y se dedicó a ahondar con mayor ímpetu en las pillerías de la clase gobernante, en el escrutinio de las finanzas públicas y en la denuncia de la explotación laboral de las grandes empresas.
Varios de los textos incluidos en la antología de Vicente Campos son los que Arthur y Lila Weinberg eligieron para su antología The Muckrakers, de 1961, reeditada en 2001 por University of Illinois Press. Entre los autores está Upton Sinclair, quien se distinguió por sus investigaciones reveladoras. En 1906 se publicó su novela La jungla, escrita después de una visita a los mataderos de Chicago, donde dio cuenta de las condiciones de trabajo en la industria de la carne. El libro dio pie a una averiguación de Roosevelt y del gobierno de Estados Unidos, que culminó con la Pure Food Legislation de 1906, muy bien recibida por amplios sectores de la opinión pública.
No obstante, la labor de este grupo de periodistas solo fue notoria durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX. “Posiblemente los muckrakers, con su ¿ingenua? aspiración a algo siquiera remotamente parecido a contar la verdad —por no decir defender la democracia o la justicia social—, fueron unas víctimas más de su época acelerada: de repente dejaron de ser necesarios y, antes de que se dieran cuenta, la hierba se había marchitado y los ríos desecado. En cuestión de tres o cuatro años el movimiento se angostó y, para cuando acabó la Primera Guerra Mundial, había caído en el olvido”, señala Campos.
¿Cuáles fueron las causas específicas? Según se desprende de su lectura, la consolidación de la prensa como negocio, a la que no le convenía “molestar” a los anunciantes y a las élites de poder (político y económico), las reformas político-sociales cada vez más afianzadas, las demandas por difamación y el crecimiento de una clase media preocupada por “otras cosas”. Parece que ahora, una vez más, hemos recaído en una situación parecida, ya sea porque se están extinguiendo los medios tradicionales o porque matan a varios de nuestros colegas o porque otros se “adaptan” a los cambios haciendo prebendas. Pero nuestra misión no ha de cambiar y hay que seguir hurgando en la mierda tratando de no ensuciarse.