Parto de la espera, espera que parece no terminar. Es curioso que precisamente este año 2020 suma con exactitud cuarenta; hemos pasado nuestros días de cuarentena en cuarentena. Mi padre murió a los 47 años y este 23 de noviembre se cumplen otros 47 desde su partida. Adelanto que el siete nunca sobra, pues denota la totalidad en movimiento. El 40, por su parte, la terminación de los ciclos.
Me atrevo a afirmar que José Alfredo no murió, aunque se fue en 1973 ha estado presente en la cultura, en la vida de los mexicanos y de los extranjeros que se identifican como nuestros compatriotas al escuchar sus canciones. De modo que cuando entramos en su universo lírico, vamos descubriendo lunas, noches, paisajes, personajes… que se transforman a través de innovadoras grabaciones, como una forma de morir para resucitar en un periodo lozano y mostrarnos el espacio que se despliega entre los versos que ha escrito, ahora, con otras voces, otros ritmos o remasterizando y actualizando sus propios discos.
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Hablar de la muerte durante este año de la pandemia ha sido enfrentarnos con un rostro crudo y contundente, si por algo hemos sufrido, es por el hecho de llorar a los seres queridos que se han ido a lo largo de estos meses que parecen interminables. Acabamos de conmemorar el día de nuestros difuntos y algunos hemos montado ofrendas en su memoria, otros, guardan el recuerdo de sus víctimas a las que no pudieron despedir.
Mi papá tuvo cerca la figura de la muerte desde su niñez. Perdió a su padre a la edad de diez años y a partir de ese momento las pérdidas se fueron acumulando en su pequeño hatillo. Siento que en realidad tomó conciencia del fenómeno cuando murió mi tío Nacho, el mayor de sus hermanos. No vale nada la vida, la vida no vale nada…Iba a cumplir 28 años cuando escribió estos versos. Yo estaba a punto de nacer, mi tío ya no pudo conocerme; dicen que estaba muy ilusionado con la idea de mi nacimiento, él no había tenido hijos. No pases por Salamanca que ahí me hiere el recuerdo… Vivía en Salamanca, trabajaba en la refinería de Pemex. Quizás con estos versos José Alfredo tomó plena conciencia del significado de la muerte. Ya habían pasado 12 años desde la de mi abuelo. El niño, durante ese periodo, perdió a las personas que dan estabilidad a tu vida, se vio obligado a desprenderse de los objetos que te anclan: la casa familiar, la escuela. No sólo se quedó sin padre, salió del pueblo, dejó a sus amigos… su mundo se transformó drásticamente en menos de un año. Tantas destrucciones y cambios dejaron en él una visión trágica de vida y destino.
Rastreando sus letras encontramos que el poeta siempre se está muriendo. Se muere de amor, una y otra vez, porque amar duele, hiere y mata. Un ejemplo que avala mi reflexión es “El jinete”. En esta canción hay un forcejeo entre eros y tanatos que luchan para llegar a la reconciliación. Por la lejana montaña va cabalgando un jinete, vaga solito en el mundo y va deseando la muerte. Estos cuatro versos de la estrofa están cargados de simbolismo y en cada uno el alma tiembla: montaña, cabalgata, vagar, soledad y muerte. Palabras que en su contexto remiten al escucha hacia un entorno de desolación. Quisiera perder la vida y reunirse con su amada… Octavio Paz señala en su libro Un más allá erótico la fascinación que el ser humano manifiesta frente a este fenómeno: “No sabemos exactamente lo que es, excepto que es algo más. Más que la historia, más que el sexo, más que la vida, más que la muerte”.
Después del estribillo se hace luminosa esta idea: Con su guitarra cantando se pasa noches enteras, hombre y guitarra llorando a la luz de las estrellas. Vemos una imagen rebosante de erotismo. Es imposible desvincular a la noche de la muerte pues, como símbolo casi sagrado, la noche es la madre de la Muerte. El sueño es su hermano, por eso mediante el estado onírico la metamorfosis permite al cantor hacerse uno con su guitarra, que por la forma evoca sin duda a la mujer amada. Así, logra perderse en la noche.
De alguna manera, José Alfredo asocia también la idea de la muerte con el camino, no es aleatorio, que siendo quimeras la vida y el camino se vuelvan una sola cosa. Me voy por el camino de la noche dejando que me alumbren las estrellas, me voy por el camino de la noche, porque las sombras son mis compañeras… Siento que en muchas de sus canciones trata de resolver la paradoja, pues él siempre encuentra luz entre las tinieblas. En realidad, esta lucha de los opuestos se refleja en varias de sus composiciones. Encuentro una muerte alegórica en el estribillo de “Que te vaya bonito”: Cuántas cosas quedaron prendidas hasta dentro del fondo de mi alma; cuántas luces dejaste encendidas, yo no sé cómo voy a apagarlas… Quizás eso es lo que desde el principio quiso decirnos en sus versos: la muerte es una alegoría, una apariencia; no es el antónimo de vida, sino de nacimiento. Morir es entrar al tiempo de la espera para llegar a un nuevo ciclo. Padre, ¡cuántas luces dejaste encendidas!
amt