Esculturas miniatura... ¡talladas en hueso! Conoce a los maestros detrás de la artesanía

Especial Fin De Semana

Para conseguir las mejores piezas, José Manuel y Abraham deben ir al rastro deben llegar a las 4:30 o 5:00 de la mañana.

Sus obras son valoradas a nivel nacional e internacional.
Toluca /

Herederos de una tradición que data de hace más de 58 años, los hermanos José Manuel y Roberto Abraham Ruiz Salazar han seguido los pasos de su padre tallando a detalle el hueso y cuerno. Hoy forman parte de un pequeño y selecto grupo de maestros escultores de miniatura en hueso, según la denominación de Carlos Monsiváis, en el país. Sus obras son valoradas a nivel nacional e internacional.

Por su talento y creatividad, en 2012 José Manuel fue acreedor al Galardón Presidencial del Concurso Nacional de Nacimientos realizado por el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart); y Abraham participó en la revista “Reconocer del Estado de México”, con un artículo de sus obras talladas en hueso.

Pese a la pandemia, los hermanos radicados en el municipio de Nezahualcóyotl han “tomado al toro por los cuernos” para salir adelante y exigir a las autoridades que volteen a ver a los artesanos que todos los días ponen en alto el nombre de México.

Sus primeros pasos

Todos los días su padre, Roberto Ruiz, ícono de la talla de hueso en México porque de manera autodidacta retomó el arte que data del siglo XIX, ponía a cocer los huesos de res en su taller para curarlos y el olor despertaba a los hermanos, quienes colaboraban descarnando, limpiando, seccionando o cortando placas, lo mismo que montar las piezas en maderas finas que antes sí se podían conseguir como real ébano o el katalox.

Mientras en la escuela sus compañeros presumían la labor y profesiones de sus padres, ellos estaban acostumbrados a ver a sus padres en el taller. Ahí fue cuando empezaron a tomar cariño y valor al trabajo y la escultura en hueso.

Hoy José Manuel tiene 42 años y Abraham, 46, son los hijos más pequeños de Don Roberto los únicos que siguieron sus pasos y siguen transmitiendo sus conocimientos al hijo de José Manuel que acaba de cumplir 8 años, pero desde que tiene tres pide que lo sienten para “rascarle al hueso”.


Pelean las mejores piezas

Para conseguir las mejores piezas, cada vez que José Manuel y Abraham van al rastro deben llegar a las cuatro y media o cinco de la mañana, para evitar que las jefas de familia se lleven el hueso en forma de chambarete.

Cada vez que llueve o hace mucho frío los huesos escasean y ahora con la venta de tuétano en los restaurantes, donde la gente paga mucho por él, han tenido que hacerse de amigos para conseguir las piezas, las cuales se cortan paralelamente para asar la médula.

También tienen que pelear el hueso con aquellas personas que compran todo el desperdicio de los animales -piel, colas, pezuñas, cuernos, pitones, lo mismo que carne podrida y grasa, todo lo que está en descomposición- para procesarlo y generar shampú, croquetas para perros, gatos, peces y tortugas, así como pasta de dientes, jabón corporal y demás artículos de higiene personal.

Cuando regresan refrigeran los huesos un rato para limpiarlos -cortarlos, quitarles las cabezas femorales y los pedazos de tendones- con formones; posteriormente, con gurbias de medio cañón les quitan el tuétano o médula, y lo ponen a cocer entre 3 o 4 horas, el equivalente a 10 cocciones en la estufa para esterilizarlo.

De no hacerlo así, dice Manuel, con la talla directa corren el riesgo de respirar alguna batería del hueso, lo cual es contraproducente para los pulmones y las vías nasales.

Una vez cocido, reposa a la sombra, nunca al sol, la intemperie o el frío porque se revienta como la madera cuando se humedece. Por tratarse de un material que algún día estuvo vivo, el hueso es apto para trabajar 15 o 20 días después de todo el proceso.


Depende del animal

Al final su calidad depende de las características que tuvo el animal, pues no es lo mismo el hueso de un toro que el de una vaca o el de un buey serrano a un cebú de Tabasco o Yucatán, los cuales son enormes, sanos, firmes y flexibles porque en general salen a pastar.

En Ciudad de México y el Estado de México, por ejemplo, los huesos son muy delgados y pequeños, pues se trata de animales “gordos” que solo tienen la carne expandida. Con todo el envenenamiento que tienen, los huesos son menos resistentes, porosos y se manchan más rápido porque las reses mueren con mucho estrés, pues en algunos casos, lamenta Abraham, los cuelgan por las patas traseras y los desuellan estando aún vivos.

Por ello cada día es más difícil trabajar el material, está por capas y muchas veces se rompe, desgrana, fisura o fractura, aunque por su experiencia suelen usar solo una pieza.

Un fémur de cebú puede llegar a medir entre 60 y 70 centímetros, empero, lo único que sirve son 30 centímetros porque el resto es poroso y la cabeza femoral ocupa mucho espacio. Para una figura tridimensional solo ocupan 3 o 4 centímetros, es decir, la parte más gruesa.


Sus principales firmas

El diablo y la muerte son de sus obras más representativas, pero la catrina, tal como la veía José Guadalupe Posadas, también forma parte de sus obras, ya sea sentada en un parque o recibiendo una flor de parte del diablo tratándola de enamorar; así como pasajes de la vida cotidiana de Oaxaca, de donde son originarios.

Alguien que vende barro, pan, chocolate, las yuntas con los sarapes, revolucionarios y los arados también forman parte de la gama que su padre siempre plasmó en hueso; sin dejar de lado el arte sacro y los nacimientos, o bien la sagrada familia.

En el Premio Nacional de Nacimientos, comenta Abraham, siempre ha representado a José, María y Jesús, pero también llegan a hacer ángeles, querubines o serafines con toda la gama del Antiguo Testamento, incluyendo al diablo, que se ha convertido en la firma de la familia Ruiz.

De dónde viene la inspiración

Solo con ver el material ambos hermanos imaginan lo que harán y no hacen ningún bosquejo, todo va directo a la talla. Solo lo que tiene en la mente o la imaginación, asegura Abraham, es lo que plasma, en particular, sus sueños.

Su padre, aseguran, tuvo su técnica y creó cinco escuelas, en su caso, llevan dos y cada alumno tiene la suya, pero con la misma línea de trabajo, autodidacta. Nunca dibujar, siempre plasmar, si una pieza se rompe, hay que tomar otro hueso.

Con una pieza con dificultad media, los hermanos pueden tardar entre cuatro a cinco meses, y el precio depende del diseño, el tamaño y el trabajo que empeñan en él. El precio de una pieza milimétrica puede ser del doble de una de 10 centímetros de altura con una sola figura y tiene una temática muy simple. No es el tamaño sino la dificultad de la pieza.

Cada trabajo es único y nunca han dado el mismo precio, pero si alguien quiere unos aretes de 50 pesos, los hacen. Una puede costar 80, pero otra del mismo tamaño 200 pesos, la diferencia está en los detalles.


Crisis por pandemia

La pandemia ha sido un golpe severo, pese al valor que tienen los artesanos en general, falta apoyo y atención de parte de las autoridades, pues si para unos han sido muy duros los últimos 18 meses, para otros ha sido peor.

Hay maestros que cambiaron sus piezas por despensa o vendieron sus herramientas para poder comer. En su caso, recalca Abraham, no han tenido una sola venta y cancelaron las salidas que tenían programadas a Norteamérica. Su alternativa para salir adelante ha sido la restauración de piezas de marfil, madera y arte sacro, así como vender tamales y pozole los fines de semana.

Aunque han exhortado a diversos secretarios del gobierno federal a generar una mesa de diálogo y exponer la realidad por la que están atravesando los maestros en el país, no ha habido apoyo real para un sector que siempre pone en alto el nombre de México y pasa desapercibido.

Recientemente pidieron a las autoridades estatales que sigan incentivando las ventas de los artesanos mexiquenses en redes sociales como Facebook, Instagram o WhatsApp o generar una red de ventas para asegurar sus ingresos y tengan que comer, y a su vez sigan produciendo.


Toda una trayectoria

Por sus piezas únicas, José Manuel y Abraham forman parte de los 150 Grandes Maestros de Fomento Cultural Banamex, con quien han trabajado desde hace 26 años; así como de la segunda edición 20 años después 150 Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano.

También cuentan con el nombramiento de Maestros de Maestros de Iberoamérica, del cual hay tres libros. Han tenido participaciones en los libros de la Biblioteca Bicentenario y Centenario del Estado de México, y son de los cinco escultores reconocidos en el país por la de talla de hueso.

A nivel nacional, solo son reconocidos los hermanos Hernández de Tabasco, uno de ellos premio nacional; un maestro de Xochimilco; también está Miguel Ángel un joven originario de Oaxaca que también es premio estatal, y José Manuel y Abraham. Aunque hay otros que también trabajan el hueso, pero no están oficialmente reconocidos.

Además de contar con varios reconocimientos obtenidos en concursos, con primeros lugares y menciones honoríficas. En su momento fueron los encargados de fundar el Centro Municipal de Artes Aplicadas de Nezahualcóyotl, donde impartieron clases por cuatro años y medio, en dos turnos y en talleres de cuatro horas. También dieron un curso que duró tres meses y medio a 20 grandes maestros en San Antonio la Isla.

Recientemente los hermanos participaron en la Feria Internacional del Libro del Estado de México 2021 como parte de la “Plática entre amigos: maestras y maestros artesanos de hueso y cuerno”.

KVS

  • Alondra Ávila
  • alondra.avila@milenio.com
  • Comunicologa por el CUSXXI y con 16 años de experiencia en medios de comunicación. Desde 2012 colabora en Milenio Estado de México en la sección de Negocios. Ganadora del 9o Premio al Periodismo sobre Innovación Científica y Tecnológica en 2018.

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