Naranja dulce,
limón partido:
dame un abrazo
que yo te pido…
Me atrevo a afirmar que, al leer la rima anterior, te acordaste de la tonadilla con la que la cantabas, probablemente en la escuela, con los compañeros de clase y la maestra; o quizá en tu barrio, con vecinos y parientes. En mi caso, el recuerdo llega de la mano de mis primas mayores, las mismas que me enseñaron después a maquillarme y a coquetear, qué caray. A veces damos por hecho este tipo de recuerdos y asumimos que las rondas, estos juegos infantiles que pasan de generación, siempre han estado ahí; o nos vamos al otro extremo: pensar que fueron un fenómeno exclusivo de nuestra generación y que “ya no existen” o que los niños y niñas de hoy “ya no los entienden”. Pero ambos extremos, como cualquier otro extremo, nos estaría desencaminando: la infancia de hoy sigue aprendiendo y reconociendo estas letras y melodías, así como las reglas con las que se juegan. A lo mejor ya no es tan frecuente que se aprendan en el propio hogar (mi madre, por ejemplo, las jugaba con sus vecinitas en el patio de la vecindad en la que vivía, mientras que a mis sobrinas se las enseñaron en el club de tareas al que van por las tardes cuando mis primas no pueden salir temprano del trabajo para ir por ellas), pero siguen presentes. Con cambios, por supuesto. Por ejemplo, yo cantaba:
Toca la marcha, mi pechonora.
Adiós señora, yo ya me voy
a mi casita de sololoy…
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Yo no sabía que era una pechonora, pero mi imaginaba a una mujer muy opulenta de carnes. Fue mucho después que supe que la canción decía mi pecho llora; pero es que la cancioncita la aprendí de oído, mucho antes de aprender a leer. Además, aunque hubiera sabido leer, jamás habría estado en la situación de que alguien me diera la letra impresa de la canción, o la notación musical, con la consigna de memorizarla… no es así como funcionan esas cosas. Lo que sí llegué a preguntar es que qué era eso de sololoy, y mi mamá me explicó que era una deformación de celuloide, un material que, en mi infancia, ya ni se mencionaba, pero que en generaciones anteriores había sido el no va más de la tecnología. ¿En qué momento se le añadió al cantito la casa de sololoy? Misterio. Y a ese misterio se suma otro:
Adiós señora, yo ya me voy
a mi casita de sololoy
a comer tacos, ¡y no te doy!
La parte de los tacos la cantábamos con mis primas, pero no en la escuela. Y me imagino que en otros lugares y en otros tiempos, la canción ha cambiado de otras formas. Y es que, ahí, frente a nosotros, como un elemento cotidiano que damos por sentado, tenemos un ejemplo de historia oral viva que se perpetúa gracias a la sensibilidad y la memoria infantiles. Me explico: Naranja dulce, junto con muchas otras canciones “de ronda” tienen una larga historia. Muchas de ellas han podido ser rastreadas ¡hasta la Edad Media! Y, como podrás sospechar ya, varias de las que consideramos “100 por ciento mexicanas” vienen de otros lugares del mundo, particularmente de España. Por ejemplo, hace muy poco tiempo que yo me enteré de que La víbora de la mar, ese juego que habla de “la mexicana que fruta vendía”, tiene su origen en la España del siglo XVII (con influencia romana, por cierto), cuando en lugar de víbora hablaba de “bígaros”, una especie de caracol comestible. La mutación de “bígaro” a “víbora” es similar a la de mi pechonora: la transmisión oral hace que la letra cambie de acuerdo con el entender de los usuarios (de acuerdo, lo de la víbora es mucho más sensato que la pechonora).
Lo más sorprendente de todo es que la mayoría de estas cancioncitas no fueron creadas pensando específicamente en la infancia: muchas eran romances, canciones de boda, rituales comunitarios. Una teoría al respecto es que los niños asistían a las fiestas con sus padres y se aprendían las canciones, mismas que emulaban y repetían en sus juegos, pasándolas a las siguientes generaciones infantiles ya en independencia del ritual adulto (incluyendo los cambios de modas y de intereses de los mayores). Así, los juegos infantiles se convierten en un testimonio vivo de un tiempo que ya se fue. ¿A poco no pica la curiosidad? La próxima vez que te toque cuidar al grupo de sobrinitos o a los amiguitos que llegaron a la fiesta infantil, recuerda esto y contribuye: enséñales una ronda o haz que te la enseñen a ti. Y si quieres saber más al respecto, te recomiendo muchísimo Lírica infantil de México, de Vicente T. Mendoza. Es un libro antiguo, pero hay reediciones nuevas ¡y vale muchísimo la pena!
ÁSS