Valentina Rizzi nació en la periferia de Roma. Desde niña le gustaron las marionetas y escribir diálogos para sus muñecas, pero su vocación se definió realmente a los 13, cuando la lectura de El barón rampante, de Italo Calvino, la hizo comprender “el poder y la fuerza de la escritura”.
En su primera visita a México, Valentina tuvo dos encuentros con estudiantes de italiano en la capital del país y el pasado domingo presentó en la FIL de Guadalajara su álbum ilustrado Naso Rosso (Nariz roja), que acaba de salir en español; mañana hablará de dos “álbumes” ilustrados por el mexicano Fer Quirarte y firmará ejemplares de Nariz roja y L’insolito destino di Gaia la libraia, una historia ejemplar de la que habla en esta entrevista, en la que también refiere la experiencia con su editorial Bibliolibrò.
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—¿Desde cuándo tienes tu editorial?
La Editorial Bibliolibrò nace en 2014 en la calle de una colonia de la periferia de Roma, en una furgoneta de época con tres ruedas, una Apecar, del mismo modelo del pequeño motocarro tambaleante que nuestros abuelos usaban después de la Segunda Guerra Mundial para transportar las provisiones y moverse, pues no podían darse el lujo de tener un auto pequeño. Los tiempos que estamos viviendo no son muy distintos de los de la posguerra, y la nuestra es una historia neorrealista, una historia de grande esperanza, pero también de pobreza y de resistencia. Empezamos en la calle, en medio de la decadencia, sin dinero, en tiempos de una crisis oscura, llevando nuestras historias de papel, a donde el papel ya no llegaba. Junto conmigo hay dos profesores del Instituto Europeo de Diseño de Roma, Barbara Brocchi y Francesco Giuliani, y un diseñador gráfico muy joven y talentoso, Federico Baldassarre. Los libros que se publican en Bibliolibrò son álbumes ilustrados.
—¿Cuál es la importancia de los libros ilustrados, tanto en tu editorial como en tu propio trabajo como escritora?
Es de una importancia muy grande. El álbum ilustrado es diferente al libro ilustrado. Hay algo de enigmático que escapa a cada definición y que me atrae irresistiblemente. La relación entre texto e imagen en el álbum ilustrado se asemeja a la de dos amantes. Se buscan, se acercan por momentos para después alejarse. Convergencias y divergencias de sentido conviven en la misma página y hay algo que va siempre más allá: lo que me fascina por su capacidad de construir mundos alternos y caminos imprevistos son los detalles, que crean otras historias y distracciones. En el álbum ilustrado los autores son dos: quien escribe y quien ilustra. Ambos son protagonistas de la mínima unidad que no es la página individual, sino la página doble y ambas contribuyen de forma autónoma a la creación de la historia. La imagen ya no es algo que deriva del texto o un apéndice. La imagen tiene la dignidad de ser autónoma y de abrir destellos de vida, que para quien escribe no habría ni lejanamente imaginado. El texto dentro de la imagen asume un ambiente, una atmósfera completamente diferente de la del inicio. El dialogo, el encuentro y el desencuentro entre estos dos lenguajes, crea el valor del álbum y su fuerza. Mientras más caminos abiertos deje, se vuelve más interesante para quien lee. El lector del álbum ilustrado es un sujeto libre puesto a prueba: busca nuevas pistas, ve más allá de lo que está dicho o ilustrado, sigue falsas pistas para después regresar y se vuelve artífice de su propio destino hasta la interpretación final. Para cada mirada distinta, hay una narración diferente. Durante mis encuentros con estudiantes en las escuelas, me encanta escuchar las muchas historias que logran sacar de mis álbumes. Cada uno ve cosas distintas en ellos, algo en lo que nunca habría pensado y siempre me sorprenden.
Los álbumes ilustrados son una centella, un punto de partida. El fuego lo enciende la mirada de quien lee no sólo el texto, sino también la imagen y el texto dentro de la imagen.
—¿Cuál es tu historia como escritora? ¿Desde cuándo comenzaste a escribir?
Yo escribo desde que era niña y mi historia es justamente una fábula. Nací en una colonia en decadencia en Roma, y tengo que esperar hasta la edad de 15 años antes de que el lugar en el que vivo abriera el primer teatro, otros diez años para la primera biblioteca pública. Mientras tanto escribo diálogos, construyo marionetas con hilos y pedazos de tela, invento historias para mis muñecas. Escribo en la máquina de escribir de mi abuelo y me niego a usar la computadora hasta la edad de 25 años. Escribo también a mano, sobre servilletas, sábanas, papel de regalo o cualquier otro tipo de material que me encuentro delante cuando me siento inspirada, incluso en el papel de baño. Estudio música, piano y solfeo y la música, el ritmo, entran con prepotencia en mi escritura cuando empiezo a bailar. Me gusta escuchar la voz de la gente, los lugares llenos de personas, anotar nuevos sonidos y jugar con las palabras. Me gusta leer y a los 13 años, gracias a la lectura de El barón rampante, de Italo Calvino, comienzo a entender el poder y la fuerza de la escritura.
—¿Puedes hablarme de L’insolito destino di Gaia la libraia, que ha tenido tanto éxito?
Nació cuando la librería en la que contaba historias desde hacía varios años, se vio obligada a cerrar de manera imprevista por la crisis. Era una librería independiente extraordinaria, llena de libros ilustrados y de historias increíbles, y las vendedoras de libros eran competentes y valientes. Me parecía imposible que pudiera cerrar una realidad tan viva y útil para todo el barrio: allí se reunían las familias, había talleres para niños, reuniones para padres, actividades de socialización y de educación para la lectura. En un barrio carente de plazas y de centros de promoción, esa librería era realmente un faro, sin embargo, los costos de administración del local estaban aumentando día tras día y la situación para mis amigas, las vendedoras de libros, se había vuelto insostenible sin el apoyo del gobierno. Después de cerrar empecé a escribir esta historia para consolarme: pensé que escribiendo sobre ella, habría permanecido su huella para siempre. Mientras tanto yo ya no tenía un lugar donde contar historias, pero los niños seguían reuniéndose por decenas frente a las persianas cerradas del local: nos cuestionaban y nos pedían respuestas: ¿Qué pasó con la librería? ¿Dónde acabarán nuestros libros? ¿Nos vamos a volver ver? ¿Quién podía responder? Había un sentimiento de luto en el barrio y yo personalmente lo hice con papel y pluma. Tenía que hacer algo para esos niños, para la comunidad, y así las respuestas las habríamos encontrado juntos. ¡No podía terminar todo así! Me inventé un proyecto de lectura itinerante sobre una furgoneta y empecé a llevar libros a donde los libros ya no llegaban, y así me reuní con los niños en la calle. Un buen día los volví a encontrar ahí, yo traía un megáfono y gritaba: “¡Llegó Bibliolibrò, cuentacuentos itinerante!” Así nació otro personaje de la historia, una furgoneta animada. La historia de Gaia es narrada por un grupo de niños que ven cerrar el lugar de su infancia y ahí abren un local de videojuegos. Los niños seguirán a los libros en la calle, seguirán una furgoneta medio destartalada y una voz amiga, la de Gaia que no deja de contar historias de esperanza. Aún hoy sigo en la calle sobre la furgoneta, de la misma manera que Gaia, y después de seis años de que la librería cerró, yo abrí mi propia librería en un local fijo. Mi furgoneta depende del clima y de la intemperie, tambaleante, símbolo de la precariedad, sin embargo, siempre viva porque a volverla viva son los libros y las historias que trae consigo. Durante dos años Bibliolibrò, la librería itinerante fue la única para niños que permaneció abierta en un barrio de 80 mil personas. ¿Pueden créelo? Una furgoneta destartala con tres ruedas, es ¡increíble! Increíble porque la cultura de un país no se puede imaginar solamente en la calle con la voluntad de algunos cuentacuentos. No habría podía imaginar el significado que iba a asumir esa acción inicial: poner dos cajas de libros dentro de una furgoneta y empezar a contar historia en la calle. Los niños me esperan, están ahí, al borde de la banqueta, con lluvia o sol puedes apostar a que los encontrarás ahí esperando su historia entre montones de basura y de hoyos.
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Trato de llevar belleza y cercanía, crear vínculos entre las personas y luego las escucho. La calle sabe hablar, tiene una voz que cambia según los días. Así la furgoneta se convirtió en un símbolo de renacimiento y resistencia cultural, sin que yo me diera cuenta. Si los lectores no encuentran la librería, la librería irá a ellos, así lo pensé y así sucedió. La cuentacuentos que no se da por vencida y se inventa un modo para hacer frente a la crisis sobre una furgoneta se hizo noticia, muy a pesar mío. Todo esto entró en la historia de Gaia, en un libro, y me convertí en ella, mi destino sobre un raro tres ruedas tambaleante, mi calle, las historias que recogía de la gente que iba encontrando y el destino de muchos otros vendedores de libros que, para defender su independencia y los libros, decidieron no darse por vencidos y seguirme. En Italia somos muchos, somos los vendedores de libros independientes: desde Milán hasta Mesina, desde Roma hasta Turín nos puedes encontrar en la calle con muchos libros, elegidos con cuidado y atención. Yo empecé a escribir en la furgoneta como hacía cuando era niña, sobre las servilletas o las sábanas porque en el fondo soy vendedora de libros solo por casualidad, pero escritora por vocación. Las espléndidas ilustraciones de Natascia Ugliano le pusieron alas a mi texto. Ningún editor italiano tuvo el valor de publicar una historia tan revolucionaria y entonces lo hice yo sola, inventándome un logotipo que es el de Bibliolibrò. Este logotipo me trajo suerte y ahora Gaia ha sido traducida y publicada en diferentes lenguas y en diferentes países. Esta historia se asemeja un poco a la de un loco shakesperiano: un descabellado, un loco que sale a la calle y persigue la utopía de un mundo hecho todavía de papel y de relaciones humanas, de historias, de voces. ¡Y la locura, por suerte, es contagiosa!
—¿Por qué, además de escritora, decidiste convertirte en narradora oral? ¿Podrías hablarme de tu experiencia con el teatro de mesa? ¿Y con tu “apetto”?
En realidad cuento historia desde siempre y el teatro es mi vida. Escribo para no olvidar las voces que viven dentro de mí: primero es el teatro y luego la escritura. El teatro de mesa es un medio apto para dar la vuelta al mundo. Uso personalmente el “Kamishibai”, el pequeño teatro de mesa que nació en Japón hace muchos siglos como forma de arte y de narración. Yo prefiero no leer el texto, improviso diálogos moviendo siluetas de papel sobre escenarios fijos. Lo que hago es muy semejante a la Comedia del Arte Italiana. Improviso partiendo de una trama e interpreto a los personajes con la ayuda de máscaras y del público presente. Mi teatro es un teatro físico. La escena que represento en el pequeño teatro de papel, es continuada con el cuerpo, se dilata en la escena, y va al encuentro con los espectadores que se convierten en espectActores.
—¿Por qué es importante escribir para niños? ¿Por qué decidiste hacerlo?
En realidad yo escribo para todos porque todos tienen un niño dentro capaz de sorprenderlos y de sorprendernos. Cuando se sacude algo desde dentro, persigo un sonido, una voz, una palabra y comienzo a contar por las calles del mundo. La escritura sirve para dejar huellas, no para olvidar, para sobrevivir al tiempo, para inmortalizar estos fragmentos sobre papel.
Firma de libros
En el Pabellón Italia, el 3 de diciembre a las 18:00, Valentina Rizzi presentará los álbumes ilustrados por el mexicano Fer Quirarte
ÁSS