En el prólogo de La enfermedad del amor (Debate, 2016), Jesús Ramírez Bermúdez escribe que el nuevo libro del patólogo y ensayista mexicano Francisco González–Crussí “es un organismo literario poblado de grandes pensadores arrinconados en los límites de la racionalidad: un museo de anormalidades y relatos de todas las épocas, donde se distingue el triángulo malsano conformado por los hechos del cuerpo y contradicción con la cultura, ante la figura del médico que solo puede ver a medias la estructura lógica del problema”.
Sobre este libro en el que plantea nuevas interrogantes sobre el amor y, para hacerlo, recorre la historia de las ideas, el autor, entre otros títulos, de Remedios de antaño. Episodios de la historia de la medicina (FCE, 2012) y El rostro y el alma (Debate, 2014), conversa con nosotros.
El cuerpo, el alma, la muerte, son asuntos que usted ha tratado en sus libros. ¿Por qué abordar ahora la enfermedad del amor?
Se puede decir que la mayor parte de mi labor de escritor gira alrededor del cuerpo, sus poderes y sus limitaciones. “Grandeza y miseria de la corporeidad” podría ser un título general de mi trabajo, y suena como eco de Balzac —aunque desgraciadamente no tengo ni el talento ni la imaginación de un novelista, y debo conformarme con producir uno que otro esmirriado ensayo—. El amor estremece y sacude al cuerpo. Como médico, el fenómeno fisiológico me intriga; pero además toda emoción vehemente nos obliga a preguntarnos qué relación puede haber entre mente (o “alma”, si se prefiere) y cuerpo, tema complejísimo y debatido desde siempre. En fin, es un tema que, dada mi orientación, me pareció muy natural abordar.
¿Qué es el amor para usted?
En mi libro hago hincapié en las enormes dificultades que existen para definir satisfactoriamente tanto el amor como la enfermedad. Peor todavía cuando se pretende determinar si el amor es, o no es, enfermedad. Yo prefiero atenerme a una definición muy general, tan general que puede que se me acuse de estar tratando de escamotear el problema: veo el amor como una fuerza universal, inefable, incomprensible, engendradora y renovadora de las cosas, cuya acción junta y armoniza a dos seres. Esto no es nada original. Es fama que entre los filósofos pre–socráticos, Empédocles explicaba todo, hasta el origen del universo, como resultado de dos fuerzas, que llamó el Amor (Filia) y el Odio o Lucha (Neikos): aquel juntando las cosas, y éste escindiéndolas, separándolas. Lo que hoy los físicos llaman atracción electrostática entre átomos de cargas opuestas, para Empédocles era amor; y la repulsión, debida a cargas iguales, odio. Parecerá que todo esto es “andarse por las nubes,” es decir, hablar de conceptos filosóficos de poca relevancia para la vida práctica, sobre todo la vida amorosa. Pero entrar en los detalles requeriría disertaciones tan largas y tan aburridas, que prefiero dejar aquí mi respuesta.
¿El amor es una enfermedad del alma?
Ya me referí a esto en mi respuesta anterior. Mi libro La enfermedad del amor examina el problema de si el amor es, o no es, una enfermedad. Me disculpo por no dar una respuesta directa a esta pregunta. Descubrir mi opinión al respecto sería tanto como anunciar prematuramente mi solución personal al problema que planteo con mi libro a los lectores: algo así como gritar “¡El mayordomo es el asesino!” a la fila de gente que está esperando entrar al cine para ver una película de suspense o un misterio policiaco.
¿De qué manera el amor se inscribe y determina el rumbo de la civilización?
Con la amplia, global, exhaustiva definición filosófica mencionada, es fácil contestar a su pregunta. Si hablamos de amor a la patria, amor a la justicia, y hasta de amor maternal y amor filial como variedades del amor, entonces todos los actos de heroísmo y de auto–sacrificio que la historia registra son resultado del amor. Pero si hablamos solo del amor entre hombre y mujer, entonces la respuesta no es tan fácil. Viendo los escándalos amorosos que a cada rato estallan entre los líderes mundiales, parece evidente que el curso de la historia seguramente ha cambiado según que el corazón de reyes, emperadores o grandes potentados se haya inclinado de un lado o de otro. Hay ejemplos en que secretos de Estado fueron revelados a amantes que resultaron ser espías. Hay casos en que serios crímenes de Estado se cometieron para acallar posibles denuncias de amores ilícitos. Pero qué tan frecuente ocurra esto es imposible de determinar.
¿El amor ha estado siempre presente en la historia del hombre?
Creo que sí. Al menos desde el principio de la historia escrita, pues hay antiquísimas narraciones que así lo atestiguan.
¿Cómo se relacionan el amor y la filosofía, el amor y la historia, el amor y la literatura?
Es un lugar común que todas las literaturas del mundo se han ocupado del amor, y que los poemas de amor (como toda obra maestra sobre el tema) parecen ser intemporales; es decir, contemporáneos entre sí y contemporáneos con nosotros. Todos describen emociones que hombres y mujeres han sentido al margen de la época y la cultura en que viven. En cuanto a la filosofía, a ella le toca el análisis: distinguir cómo se definen sus clases y variedades —amor fraternal, filial, conyugal, sexual, amistad, etcétera—, cómo deben ordenarse jerárquicamente uno respecto al otro, y qué significa cada uno en el difícil quehacer que es la vida.
¿Cómo se relaciona el amor con el arte y la música?
Lo que dije sobre la literatura puede hacerse extensivo a todas las artes.
¿Cómo ha sido tratado el amor por la medicina?
Este es el tema central de mi libro La enfermedad del amor. Para simplificar: los médicos antiguos, carentes de la biotecnología moderna, pero viendo al enamorado–apasionado pálido, distraído, ojeroso, insomne, inapetente, perdiendo peso, y con otros síntomas, no dudaron en diagnosticarlo como enfermo. Los médicos modernos, al no poder detectar alteraciones significativas (en el marco de la teoría médica actual) con sus aparatos tecnológicos, tienden a declarar que no se trata de un estado patológico. Tanto los antiguos como los modernos saben que una pasión vehemente puede perturbar el estado mental de quien la sufre. Los médicos antiguos hablaron de melancolía, manía, histeria, y otros estados, y no dudaron en atribuir la causa principal al amor contrariado. Los médicos modernos han descartado casi enteramente esta terminología. Reconocen que un desorden mental puede seguir a una decepción amorosa, pero piensan que esto ocurre en individuos que tienen un padecimiento preexistente, y que el amor infeliz juega un papel secundario, tal vez como factor precipitante, no como la causa principal. Este resumen es una simplificación, pero describe las cosas a grandes rasgos.
¿Quiénes son más susceptibles de morir de amor, los jóvenes o los viejos?
Imposible saberlo con certidumbre. No hay estadísticas. El amor no figura como causa de muerte en las autopsias, ni en los certificados de defunción.
Escribe usted: “Hoy día el amor incomprendido destila su ponzoña en correos electrónicos, en redes sociales y por todo el mundo a través de internet.” ¿Los celos y la ponzoña amorosa son más peligrosos en la actualidad que en otros tiempos?
Difícil pregunta. En el siglo XVII, el gran escultor y arquitecto romano Gian Lorenzo Bernini se entera de que su amante lo traiciona. Furioso, le manda unos esbirros que le hacen lo que los italianos llamaban un sfregio, y los mexicanos “charrasqueada,” es decir, una cortada en la cara. Quiero pensar que 400 años más tarde las costumbres se han suavizado un poco, y que las instituciones sociales ofrecen mayor protección a los ciudadanos. De ahí colijo que las venganzas violentas no son ya automáticas, como en la Italia de Bernini. Por otro lado, las pasiones no han cambiado, y en algunas naciones, como la estadunidense, cualquier hijo de vecino puede hacerse de un arma de fuego altamente letal —mucho más letal que el arma punzocortante usada en trazar el sfregio—. Tal vez la mejor respuesta sea que la peligrosidad depende del nivel general de violencia que prevalece en la sociedad de que se trata.
¿Tiene cura el amor obsesivo?
Un médico moderno respondería diciendo que depende del padecimiento principal, puesto que el amor obsesivo, aun cuando alcanza proporciones alarmantes, no es una enfermedad en sí; es solo una manifestación de una enfermedad mental subyacente, y ésta es la que debe ser tratada.
La enfermedad del amor es un recorrido por la historia de las ideas. ¿Qué lección le deja haber escrito este libro?
Esta pregunta se me ha hecho repetidamente, y mucho me temo que mi respuesta sea cada vez decepcionante. Mi propósito deliberado al escribir es suscitar ideas y reflexiones en el lector. Sobre todo en este libro, donde me esforcé por contrastar puntos de vista opuestos, sin inclinarme por ninguno. No tengo una preciosa “perla de sabiduría” que ofrecer. Fue para mí un verdadero deleite intelectual hacer ese recorrido por la historia de las ideas, y nada me gustaría más que lograr reproducir esa deleitosa experiencia en los lectores. Tal vez alguno, más apto y mejor dotado que yo, logre destilar esa sublime lección que tanta gente espera.