El 17 de julio de 2020 —en un año y meses que se irán en dos temporadas de aguas—, Francisco Toledo cumplirá 80 años. Precoz —lo que cuece antes—, disfrutó del mundo desde niño, tuvo conciencia pronta de la redondez del fruto, el que pisamos a diario y será osario.
Por encomienda de Candi Fernández, quien fungió como editora, y con el patrocinio de Fomento Cultural Banamex y Citibanamex, el 20 de marzo de 2012 comencé la investigación para realizar una serie de cuatro volúmenes relativos a la obra del maestro Toledo. Para tal cuestión, me cobijé con la compañía y erudición de Jenny Jiménez, quien el lector conocerá por su seudónimo de afamada escritora: Bibiana Camacho.
- Te recomendamos Andrea Marcolongo: “El griego antiguo es el idioma más moderno” Laberinto
Este encargo, debo aclararlo, no era un mero trabajo, una chamba. Nunca he podido laborar con esa perspectiva y cuando lo hice en un par de ocasiones fue un desastre. No encontré el ritmo del proceso. El tema me tiene que entusiasmar y, además, debo compartir una visión del mundo similar a la del autor. En todos los sentidos, este proyecto era un garbanzo de a libra.
La obra de Francisco Toledo es fundamental, sirve como una base significativa y diferente. En una primera lectura, las creaciones del artista oaxaqueño son soporte de una estética que presenta la óptica de una manera que no está fundada por una sola raíz, la occidental, sino que se mira en aquello que a lo largo de América Latina puede verse, eso que nos presenta parientes de las culturas del Pacífico. Y debo puntualizar que esto mismo se puede apreciar en las civilizaciones no occidentales que se desarrollaron —y perduran— en lo que actualmente es territorio de Canadá y Estados Unidos.
Con este primer análisis del mundo que lo rodeaba, Francisco Toledo logró establecer una postura estética propia y local, permaneciendo al tanto de lo que sucedía en la plástica aquí y allá. Toledo comprendió a cabalidad lo que tenía que ser contado: aquella otra realidad que casi ningún autor de la Segunda Postguerra estaba transcribiendo al arte.
La primera exposición individual de Francisco Toledo se llevó a cabo en la Ciudad de México en 1959; tenía 19 años. En ese momento, la crítica e historia del arte internacional se encontraban rindiendo pleno respeto al expresionismo abstracto amarchantado en Nueva York. En Francia estaban a la vanguardia el Art Brut y la Escuela de París, ésta última luchando con un abstraccionismo que hacía todo lo posible por competir con el estadunidense. Al final no lo logró, aunque hay autores de primera línea: Alfred Manessier, Jean Bazaine, Carrade, Arpad Szenes, la brasileña Vieira da Silva o el chino Zao Wou Ki. Quizá en México el más conocido de todos ellos sea Pierre Soulages. En esta lucha geopolítica, París es desplazado definitivamente y hasta el día de hoy por La Gran Manzana. Italia le dio la batalla a los estadunidenses con el arte povera. Alemania no se recuperaba de la derrota. Y en Inglaterra, la voz hegemónica estadunidense hacía pensar al resto del mundo que no pasaba mucho, porque ahí se estaba gestando otra de las grandes perspectivas del arte de postguerra, con Francis Bacon, Lucian Freud y el emigrante David Hockney, quienes cambiarían el rumbo de la estética mundial.
Sin duda, esa era una de las historias que debía ser contada en esta edición (Francisco Toledo. Obra 1957 2017): cómo fue que Francisco Toledo “pegó” —así lo categoriza él mismo— durante su incursión en Francia a partir de 1960, en ese mundo que no estaba tomando en cuenta a las culturas periféricas, probablemente sacudiéndose al surrealismo que tanto énfasis había hecho en el asunto. Esto es parte de lo que se describe en el primer volumen de la edición, que abarca de 1957 a 1970.
La palabra base tiene su origen en baino, que se traduce como “yo me muevo”. Nuestra base son las plantas de los pies, que nos mantienen erguidos y en ajetreo. Y con esta idea nos encontramos ante otro de los aspectos fundacionales de estos libros. Cada uno de los participantes tiene su historia, su propio recorrido. ¿Cómo fue que conoció al artista? ¿Cuál fue su relación personal con el maestro? Y el viaje principal, el del creador.
Para realizar estos cuatro tomos, los involucrados reunimos más de siete mil imágenes referentes a la misma cantidad de trabajos ejecutados por Francisco Toledo. Para llegar a la selección final, hubo un buen número de metodologías. Una es interesante porque congregó a sus galeros mexicanos —en realidad, de la Ciudad de México— y fue la primera etapa de selección. El maestro nos pidió a Candi y a un servidor que convocáramos a los directores de las galerías —Arte Mexicano, Mariana Pérez Amor y Alejandra Reigadas; Arvil, Víctor Acuña y Armando Colina; Juan Martín (que fungiría además como sede), Graciela Toledo y Malú Block; y López Quiroga, Ramón López Quiroga—. La primera de estas reuniones se llevó a cabo el 23 de octubre de 2014. Para entonces, Jenny y un servidor teníamos ya más de quince carpetas con imágenes de la obra del artista, todas en orden cronológico y con su respectiva descripción, que resultaba ser como el 40 por ciento de la investigación final. Sabíamos que sería imposible discutir obra por obra; al día de hoy, seguiríamos sentados pasando láminas. Decidimos seguir una metodología práctica. Cada galería tendría asignada una mota adhesiva de un color determinado y, en silencio, colocaría su pegote en la obra de su agrado. Para la presentación de los tomos III y IV en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que se llevó a cabo el 29 de noviembre de 2018, tres de los autores de los ensayos ya habían fallecido: el 2 de noviembre de 2016 Dore Ashton, el 30 de enero de 2017 Jorge Albero Manrique y el 10 de noviembre de 2018 Francisco Calvo Serraller. Ellos hicieron el gran viaje.
Lo más interesante de estos volúmenes fue el proceso de apropiación que en determinado punto del desarrollo de los mismos hizo el pintor. En la palabra apropiación nos encontramos con el prefijo privus, privado. Esto me interesa, debido a que fue precisamente desde esa perspectiva que nos entrega su obra. Cuando uno realiza un acto en privado, lo está haciendo para uno mismo, no para los demás, y ese tono es el que encuentro en su transferencia. Ese diálogo que finalmente decidió entablar, con la selección determinada que resolvió integrar a los libros. Los Toledos de Toledo.
Un buen día el maestro decidió que, en vista de nuestro empeño, ya era hora de tomar el proyecto en sus manos, lo que cambió sustancialmente la dinámica que veníamos siguiendo. En este punto el concepto de la edición comenzó a ser otro: dejó de ser un proceso curatorial y editorial para ser una creación más del autor, lo que es fundamental para comprender el resultado del proyecto.
En ese sentido, el artista siguió un proceso idéntico al de la creación estética. Los artistas, los grandes artistas, frente a su obra se encuentran con un dilema. Cuáles son estos dos temas de la producción artística. El primero es la pulsión irrenunciable de crear. El segundo es mostrar los resultados. En este último tramo se pierde totalmente el control que se ejerció en aquella intimidad, en lo privado.
En esa acción está la paradoja del creador. Hace la obra para sí mismo, pero para que ésta tenga efecto debe mostrarla. Para que una pieza cierre su círculo visual, para encontrarse completa, debe estar fuera de la tutela de su hacedor.
Para concluir, no voy a decir que este es un retrato definitivo del artista. Nunca conocemos a nadie, siempre estamos enfrentándonos a determinados rasgos de nuestros interlocutores. Un día nuestra pareja de 30 años decide apuñalarnos y jamás mostró seña de que podría hacer eso y lo hace. Esa es la realidad del ser humano; lo impredecible, lo incógnito, es tan sustancial como lo palpable durante la convivencia. El día que el maestro Toledo entregó estos libros para que se comenzara el trabajo de edición, era el artista de ese día, el Toledo de esa entrega. Estos libros son una fotografía fija de ese instante. Nada más.