La actriz, dramaturga, productora y directora teatral Gabriela Ochoa sostiene que Algodón de azúcar, la primera obra mexicana ganadora del premio Talía 2024, sintetiza sus preocupaciones estéticas y sociales, porque a su juicio “el teatro refleja el entorno social y emocional de una cultura”.
Poco antes de adjudicarse este lunes 22 de abril el premio que le otorgó en el Teatro Español de Madrid la Academia de Artes Escénica de España (AAEE) a Algodón de azúcar a Mejor espectáculo latinoamericano de las artes escénicas, la creadora mexicana conversó sobre su nominación, que compartió con El eclipse e Inteligencia actoral.
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“Estoy muy emocionada, muy contenta ha sido una grata sorpresa. Siempre es muy bonito sentir el reconocimiento. Y cuando viene desde lo internacional es muy importante para los artistas. Hacer teatro es muchísimo trabajo. Nos da una gran satisfacción, que tanto el público como la academia, y en este caso que sea a nivel internacional, nos den este reconocimiento. Es una sorpresa muy bonita, además de que teje puentes entres los países, nos acerca, nos hace crecer”, dijo a MILENIO Gabriela Ochoa, autora, directora y productora de Algodón de azúcar, y fundadora de la compañía Conejillos de indias.
Coproducida por Teatro UNAM, Conejillos de indias y Sempiterno Theatrum, Algodón de Azúcar se estrenó el 23 de marzo de 2023 en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz; justo este lunes 22 de abril que se llevó el Talía 2024, el Goya de las artes escénicas, la obra se reestrena en el Teatro El Galeón Abraham Oceransky del Centro Cultural del Bosque, para una temporada hasta el 11 de junio, en funciones lunes y martes (20 horas).
La obra consiste en un viaje dentro de un universo onírico que raya en lo macabro, en donde el protagonista se reencuentra con su pasado, con tres payasos, y se le revela un trauma olvidado que lo había acompañado toda su vida nublando su existencia. Una vez recuperado el recuerdo, el desafío que le plantea su jornada es enfrentarlo para finalmente hablar de aquello que de niño no pudo porque no lo entendía. Una historia llena de momentos dolorosos, pero también de libertad y plenitud.
En este abril, Gabriela Ochoa volvió con su compañía al Centro Cultural Universitario de la UNAM para estrenar El Alma buena de Szechwan, de Bertolt Brecht, con funciones sábados y domingos.
—¿Cómo concibió Algodón de azúcar?
Llevó casi 20 años dirigiendo y escribiendo; escribo menos de lo que dirijo. Esta es la cuarta obra que escribo y dirijo; es una obra en la que se maduraron muchas cosas a nivel artístico, tanto en la escritura como en la puesta en escena; es compleja a nivel técnico, incluye muchísimos elementos, el uso de máscaras, el uso de video, una gran cantidad de personajes, unos cambios de espacio muy rápido y múltiples. Estoy muy contenta y muy orgullosa, sobre todo porque uno de los grandes logros de esta obra es el equipo, es un elenco talentosísimo, que ha entregado todo, lo mismo que el equipo creativo,
“Todos estuvimos muy conectados con ganas de ponerle todo a la obra, para expresar muchísimos. El proceso de ensayos fue muy cercano con todo el equipo; íbamos trabajando los actores, actrices y yo, y el equipo creativo venía a los ensayos, hacíamos juntas con todo el equipo creativo e íbamos avanzando e incorporando de ida y vuelta las ideas y todo lo que iba sucediendo en el proceso. Y eso se va reflejando en el resultado”.
—¿Por qué le preocupó el tema de la infancia?
Es un tema que es muy urgente tratar en este país; el índice de abuso infantil es altísimo. Y lo más triste es que la familia sigue solapando estos hechos y estos acontecimientos. La escritura fue muy intuitiva, a partir de imágenes, que surgían y después fui dando coherencia a esta trama. No fue un tema que pensé a priori sino que surgió de todas estas imágenes que se iban tejiendo y que al final desembocaron en esta historia.
—Esta basada en alguna historia real?
La obra tiene un montón de aristas. Está, por supuesto, el tema final. Todos ponemos en nuestra escritura cosas personales, pero no es una obra autobiográfica. Por supuesto, tiene un montón de momentos que conjugan y sintetizan este estado de vulnerabilidad, de osadía y de todo lo que conforma ser un niño, una niña dentro de esta historia, para que el público se sienta identificado.
—Ha tenido temporadas en teatros distintos ¿cómo ha recibido el público a Algodón de azúcar?
Sí, son públicos distintos, pero en ambas temporadas tuvimos localidades agotadas en todas las funciones. Mucha gente me escribió de manera privada, gente que no conocía, que me decía que le había conmovido muchísimo la obra, que le había tocado. Mucha gente salía de la obra y no podía aplaudir, se quedaba como con muchas emociones hasta poder digerirla. La respuesta fue muy positiva y creo que eso se vio en las nominaciones que tuvimos en los premios ACPT y los Metro el año pasado.
—¿Cómo trabajó con los actores para encarnar esos personajes en ese ambiente de absurdo?
Hicimos varios laboratorios con los actores y actrices, primero en clown. Yo trabajé el clown de varias maneras en mi formación e hice un primer laboratorio con los tres actores y actrices que hacen a los clowns en la obra. Y a partir de que los actores propusieron en el taller y de cosas que yo les iba pidiendo surgieron estos personajes. Más adelante, hicimos un taller de máscara. Yo hice un taller de máscara hace como diez años, antes de dirigir yo era actriz, y tuve una formación muy fuerte en la máscara con Jean-Marie Binoche, un maestro francés, y di este taller. El personaje principal, que hace Alejandro Morales, se mantiene cerca del realismo. Íbamos como buscando este tono en donde todos los personajes pertenecían a este universo, por decirlo así, pero hay diferentes tonalidades, porque el personaje principal se mantiene en el realismo mientras los otros están en una farsa negra, en donde lo van envolviendo y él no se da cuenta de cómo lo van envolviendo, de cómo lo van engatusando y se hacen pasar por los personajes de su familia en la infancia dentro de este universo clownesco.
—Usted se ha formado en Europa y en España. ¿Cómo ve las diferencias de allá con el teatro mexicano? Su obra es un ejemplo de que a falta de recursos en México crece la imaginación.
Sí, no sé si mucha experiencia tengo. Es difícil comparar, porque el teatro es una de las artes que refleja como el entorno social y emocional de una cultura, por eso es tan particular. Yo pienso que hacer teatro en otro idioma es muy difícil por eso, porque finalmente nos conecta directamente con nuestros idiosincrasia y con muchas cosas así. En Europa los recursos –en general– son muchos, hay muchos apoyos, hay como mucha cancha para la investigación teatral, para la experimentación, en Alemania, por ejemplo. Pero, como dice, en México, a falta de esos recursos, tenemos mucho ingenio, y hay muchísimo talento. En este país donde uno tiene que buscarse la vida día a día, y donde las cosas no están tan resueltas, eso hace también que el teatro refleje esta necesidad de experimentar, de buscar nuevas maneras de contar historias.
—Fundó una compañía, Conejillos de Indias. ¿Por qué se metió también a esto, no la aleja de escribir y dirigir?
Todos en este país tenemos que dedicarle tiempo a hacer carpetas y a la gestión, porque es muy difícil levantar proyectos. La compañía somos simplemente los integrantes que regularmente trabajamos en los proyectos conjuntos, no es una compañía cerrada en el sentido que sólo hacemos obras de esta compañía ni mucho menos, pero sí somos un colectivo en el que coincidimos muchas veces. Genaro Ochoa, mi hermano, generalmente hace la música y el diseño sonoro. He trabajado desde mi primera obra con Romina Coccio, actriz, y con la mayoría de los actores de esta obra he trabajado ya sea como productora o como actriz, en fin. Eso nos hace compañía. Y más que quitarme tiempo es como darme una identidad al trabajo que he venido haciendo y que proponemos y que implica levantar proyectos.
—¿Cuál es la identidad que tiene su compañía y usted como artista escénica?
El teatro que yo hago tiene un sello muy particular y tiene que ver con mi formación de máscara, es un teatro muy gestual, que tiene que ver con lo onírico, con lo absurdo, con lo surrealista, creo que tiene siempre ese sello; aunque no sea un texto mío, mis puestas en escena tienen esas particularidades. Y justamente Algodón de azúcar sintetiza y concentra todo eso, en una obra y en una plástica, en un teatro de imagen que yo tenía muchas ganas de plasmar y que finalmente pude llevar a la escena.
PCL