Los viajes, como las obras literarias, guardan un encanto al develar algo nuevo en aquello que creíamos conocido y, más aún, en el descubrimiento de lo desconocido. Por eso, yo vine a Sayula, al sur de Jalisco, porque me dijeron que aquí nació un gran escritor: Juan Rulfo.
En sus calles iluminadas por un sol que abrasa, el abrazo lo da el kiosco, con sus lazos de colores decorando el techo y esa plaza donde hace muchos, muchos años, se reunieron sus habitantes para celebrar la fundación de la ciudad, capital de la Provincia de Ávalos. Era el 22 de diciembre de 1522, y Sayula pasó a ser dependencia de la Nueva Galicia hasta que en 1580 fue asignada a Guadalajara.
Desde entonces comenzó a forjar su historia, rodeada de cascadas, pastizales y montañas detrás de las cuales, al atardecer, el astro solar se apaga, dejando el cielo lleno de fuego.
Aquí nació el autor de Pedro Páramo, cuyos primeros años estuvieron marcados por la desgracia: huérfano de padre y madre, en 1929 se trasladó a San Gabriel para vivir con su abuela, pero terminó en el orfanatorio Luis Silva de Guadalajara. Esas ausencias, marcadas por los mitos y leyendas de la tierra que lo vio crecer, inspiraron su obra en buena medida.
Para Ana Luz Rodríguez, directora de turismo municipal en Sayula, la obra de Rulfo permite conocer el paisaje de esa región, "de Tonaya, Tecomán, de la parte más caliente, donde pueda ser que se encuentre El llano en llamas”.
Y tal vez los pasos de Juan Preciado se escuchen aún en la casa que habitara el escritor, que aún pertenece a su familia. Con un patio central con una fuente, rodeado de flores, se siente una encantadora frescura en sus habitaciones, que no han olvidado el paso de quien se volviera figura esencial de Sayula.
El ánima animada
En la Casa de Cultura Juan Rulfo, recordé a otro gran literato de Jalisco: Juan José Arreola. Y como el niño que acude con el sacerdote en su novela La feria, acúsome de haber leído los versos del ánima de Sayula, poema picaresco escrito por el poeta y abogado Teófilo Pedroza en 1871, que se convirtió en antecedente de los mexicanísimos albures.
Hasta mis oídos llegó la historia, hecha por el guía Luis Hernández tras contar la historia de Apolonio Aguilar, quien sin dinero para mantener a su familia, buscó al ánima que se aparecía en el panteón local para hacerle el favor requerido a cambio de unas talegas llenas de monedas. El espectro se identificó como Perico Zurres y confió su orientación sexual al asustado hombre: era gay, y a cambio de su dinero, debía recibir satisfacción erótica. Apolonio huyó, pero siempre que le preguntaban sobre el difunto, se cubría las posaderas con una mano.
Por ello, la moraleja dice: “Si por azares del destino te vieres como Apolonio en tan crítica situación, por precaución cristiana lleva la cruz bendita en la mano y en el fundillo un tapón”.
Acúsome también de haber bailado al son del mariachi tras comer cajeta artesanal de leche de cabra Lugo etiqueta naranja, colocada en su cajita de madera tallada a mano, y haber probado la raicilla, que no es ni tequila ni mezcal, pero sí bebida tradicional. De haber comido pacholas, tostadas raspadas, sopitos y enchiladas dulces mientras la suave brisa de la tarde acompañaba el refulgir una colección de cuchillos Ojeda recién pulida en exhibición.
Pero me fui de Sayula, recordando lo escrito por Juan en El llano en llamas: "Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo"... y hacia él me dirigí.
Los rumores de Tlaquepaque
Así llegué a Tlaquepaque. Como en novela de Agustín Yáñez, encontré casas de las que escapan rumores, risas, gritos y llantos, como la de cultura “El refugio”, viejo hospital hoy habitado por fantasmas.
En sus casi mil metros cuadrados de extensión se guarda la historia de un convento, un hospital y una casa de retiros espirituales. Caminar por sus pasillos es como volver al pasado, aunque el ulular del viento al cruzar entre sus paredes ponga la piel de gallina, pero no tanto como bajar a sus catacumbas, espacios antes sórdidos y ahora preservados en donde se cree que se enterraron a los muertos del sanatorio de monjas que fue.
Por fortuna, la blancura de la ciudad vista desde sus terrazas aligera el alma, borra las leyendas, traslada al paseante a una suerte de Grecia estilo Jalisco, cual birria con aceitunas negras y aceite de oliva.
Andando por sus calles llegué al taller del artesano Rodo Padilla, que con sus famosos gorditos contribuye al resurgimiento de la artesanía en esta ciudad. Me dijo: “Ya los jóvenes están viendo que es algo hermoso trabajar el barro, la madera o cualquier área artesanal. La gente lo valora. Ahora se puede vivir haciendo en estos oficios su labor”.
Comiendo en Casa Luna un muestrario de platillos de estos lares, bebiendo un coctel de tequila con pepino, menta y especies, recordé sus figuras. En realidad no son personitas obesas, sino criaturas con forma de gota, de globo, de cualquier forma circular, que recrean oficios, sentimientos, anhelos y, sobre todo, la esperanza porque este arte que cobra vida por las manos, se instale en el corazón de los paseantes pero, sobre todo, en algún lugar de sus casas, oficinas y hoteles en donde se exhiban como dignos representantes a nivel internacional de un arte primigenio.
Rodando, rondando también, me fui de esos parajes rodeados de colorida nostalgia, deseando volver.
Me dicen "la tequilera"
Vine a Guachimontones para descubrir el origen de la palabra "huachicol" y conocer una zona arqueológica sin igual que nunca había entrado en mis sueños viajeros. Ubicado en el municipio de Teuchitlán, a una hora de Guadalajara, se levanta este asentamiento prehispánico localizado en los alrededores del volcán de Tequila durante el 300 aC.
Su estilo arquitectónico es peculiar: varias edificaciones cónicas escalonadas muestran formas circulares desperdigadas pero con sentido. Algunas de ellas cuentan con restos de palos para voladores. También hay juego de pelota, patios circulares, un anfiteatro y una vista hermosa, marco ideal para hacer un ritual dirigido a los cuatro puntos cardinales y los cuatro elementos a cargo de la guía Liliana Aceves, quien confió que “gracias a las tumbas ubicadas en el sitio podemos tener información, como en el famoso mural que está haciendo Jorge Monroy, porque se han encontrado maquetas de barro que nos hablan de rituales ceremoniales, de cómo vivían y lo que hacían”.
Pero, ¿qué tiene que ver su nombre con el de los tristemente famosos huachicoleros de gasolina? ¿Será que los abuelos de esta zona negociaban desde entonces con lo adulterado? Carlos Hernández, propietario de la tequilera La Cofradía, explica: "Cuando fabrican el tequila y lo revuelven con alcohol de caña, ese es el huachicol. Otra opción era que se robaran barricas o botellas, las rebajaran y las vendieran en el mercado negro a precios más baratos. La gente pedía un huachicol; lo que recibía estaba adulterado".
Y fue precisamente en Tequila donde, como la tequilera de Matilde Sánchez La Torcacita, pensé que borrachita de tequila llevo siempre el alma mía, para ver si se mejora de esta cruel melancolía... que podría subsanarse con una noche pernoctando en la barrica, catando bebiditas.
Matices Hotel de Barricas se convirtió en deseo y tentación. Sus habitaciones, rodeadas de agaves, tienen la forma de barricas. Su interior es rústico pero con todas las comodidades. En los alrededores, La Cava, área de añejamiento donde el tequila reposa en barricas de roble hasta convertirse en reposado, añejo, blanco o extra añejo, depara emociones semejantes a la de una cata de tequila Orendain, a manos de Conchita, maestra catadora, quien reveló: "Al tomar un trago de nuestra bebida, es importante inhalar, paladear y exhalar el alcohol. De esta manera apreciamos el sabor en el paladar y no en la garganta”.
Satisfecha con el sabor de su tequila blanco, me trasladé a Guadalajara para caminar sus plazas, sus avenidas, visitar el Teatro Degollado, comer un tejuino bien helado. Ciudad hermosa y amigable, se aparece de vez en cuando en mis recuerdos, dejándome meditabunda pero contenta.
Aunque, eso sí: para melancolía, la de José Clemente Orozco, uno de los grandes muralistas de México, quien plasmó la conquista, la evangelización, la independencia y al “Hombre en llamas” en el Palacio de Gobierno y el Hospicio Cabañas.
Antes de volver a mi ciudad que es chinampa, comprobé que Guadalajara sabe a pura tierra mojada… y a los deliciosos platillos de los restaurantes Hueso, I Latina, Santo Coyote. Arrullada por la canción de Pepe Guízar, en la blanda cama del Hotel 1970, de Curio Collection by Hilton, pensé: ay, Guadalajara, ¡tienes el alma más mexicana!
VMB