Aquellos recuerdos de la obra Los grandes discos de rock 1951-1975 (editorial Planeta) vienen cuando José Agustín leía breves relatos rockeros acompañado con la banda de blues local Triciclo en la FIL Monterrey. Dos de sus guitarras: Jano y Simón Tamez (QEPD) más otros músicos de gran calidad. La primera vez que un servidor entrevistó a José Agustín y la primera con una música de fondo hace casi 19 años. “Ese blues espeso de Simón, no conozco en el norte otro requinto como él”, comentó el escritor, el primer crítico de rock de la historia en México. Triciclo duró poco tiempo, una banda fregona que aspiraba blues instrumental, solamente; pocos afortunados los vimos, pocos atestiguamos ese memorable momento de José Agustín en concierto.
Hay que comentar que José Agustín es uno de los escritores más importantes de México y considerado precursor de la Literatura de la Onda. Son conocidas sus obras “La tumba”, “De perfil”, “Ciudades desiertas”, “Inventando que sueño”, “El rock de la cárcel”, “Cerca del fuego”, “Ahí viene la plaga”, “La miel derramada”, “Dos horas de sol” o “Se está haciendo tarde”. En sus primeros libros capta los usos del lenguaje de las generaciones de los años cincuenta y sesenta, así como sus aficiones y sus problemas. Su obra es muy leída y aclamada, además de que establece una conexión con los jóvenes lectores.
José Agustín además se ha dedicado desde muy joven a darle al rock una dimensión en su obra, desde luego a disfrutarlo y a estudiar su contracultura. “Los grandes discos de rock” es un libro que el pasado octubre cumplió 18 años de su salida. Y aquí nos encontramos con el José Agustín que cocina desde su alma el rock, lo documenta y da una visión divertida e ilustrada de los que considera los mejores álbumes de la historia. “Un libro muy completo, para los lectores rockeros. Contento con como quedó; hay parábolas, mi idea sobre el rock, cuentos de cómo me imagino a los personajes del rock, como Lennon o Clapton”, señalaba en aquellos días mientras. Triciclo ya había guardado sus instrumentos y nosotros seguíamos rockeando.
Ordenados cronológicamente, este libro abarca los años de formación y experimentación más intensos del rock, con diferentes recursos literarios, que para eso es un gran maestro: relatos, ensayos, diálogos, cartas, que invitan a conocer y disfrutar esa música que desde joven lo atrapó. Quienes lo han leído saben cómo lleva a su vida a los grandes rockeros, porque de pronto te pueda llevar a un diálogo en Cuautla con el mencionado Eric Clapton, y menciona Cuautla, Morelos, porque es el lugar donde radica, todo a partir del célebre disco que hizo con Cream: “Wheels of fire” de 1968. Hay una conversación extensa de dos fans sobre Neil Young, con el seleccionado disco “Rust never sleeps” de 1978. Hay además la alusión muy a su estilo de discos de Jimi Hendrix Experience: “Are you experienced?” de 1967, Procol Harum con “Shine on brightly” de 1968, con la canción que traduce el título como “Una sombra más blanca de palidez” (“A whiter shade of pale”), ceremoniosa y que usa como pieza introductoria en su novela experimental “Abolición de la propiedad”. Entre muchos discos que se pueden citar, de los que propone, y que son esenciales de bandas como Beatles, Stones, Bowie, Queen, Creedence, Dylan, Roxy Music.
Un libro rigurosamente rockero, y Agustín abrió las puertas para nunca cerrarlo, y quedamos atrapados, igual que él en este montón de discos apilados en esta obra. Quedó pendiente un segundo tomo de 1976 al 2000. Sabemos de la situación del autor y las dificultades que ello implica retomarlo. Pero en el fondo, eso sí, la música está tan presente en su vida, le sigue pegada a la piel y oídos, camaleones, avionetas y un Dios no lo abandonarán jamás.
Las puertas de la percepción
Enseguida un pequeño fragmento que menciona sobre Jim Morrison: “Es poeta y en el aire las compone. Este Gran Machín ha viajado por las grutas donde nada la sirena y, claro, le gusta Billy Blake y aquello de ‘si las puertas de la percepción se limpiaran, el mundo se vería tal como es: infinito’” (pág. 102).
Otro favorito sobre Jefferson Airplane, que recuerdo con el blues rodante de Triciclo: “Todos trabajamos con entusiasmo, hasta la madre, eso sí, y terminamos la nave. Nos quedó muy chingona, aunque nos costó un varote, y nos sentimos muy solemnes, dentro de la pachequez, digo, estábamos haciendo historia y todo eso, así es que todos contamos, a coro: ¡diques-nieves-cochos-semen-güeys-cinnchos-cuajos-tripas-duques-uñas, blast off!, y salimos como pedos a la estratósfera” (pág. 94).