La Casa Museo que mira al porvenir

La colectividad que cotidianamente llega a la casa natal de José Alfredo continúa apreciando su obra, mientras el compositor, por su parte, parece actualizarse, permitiendo que las nuevas generaciones dialoguen con él.

Una de las salas del recinto | Casa Museo José Alfredo Jiménez
Ciudad de México /

Si ponemos la atención en el origen y buscamos de dónde nos llega la palabra “museo”, tenemos que visualizar el templo que en la antigua Grecia se erigía para venerar a las musas, divinidades consideradas las fuentes de inspiración para la música y las artes. Cuentan que, durante la época de Alejandro Magno, Aristóteles esperaba con ansias los envíos que su pupilo le hacía llegar de los distintos lugares que iba conquistando. El filósofo analizaba los objetos, las plantas y las especies que el rey macedonio iba coleccionando a su paso, para luego clasificarlos en lugares estratégicos dentro de aquel liceo. Estos principios fueron los que posteriormente dieron inicio a lo que hoy conocemos como museo. De ahí que el primer museion fue construido en Alejandría alrededor del año 280 (antes de nuestra era) y, además de ser un santuario, albergó la biblioteca más grande de la época y sirvió como centro de investigación.

El museo dedicado a conservar y difundir la obra y la memoria de mi padre en su casa natal es un recinto que nos ha permitido mantener cerca del público la figura de José Alfredo. En el prólogo que Ignacio Padilla escribió para el libro de dicha casa, señala: “Un edificio que contiene una memoria musical. Pero también un edificio que reúne la memoria de un hombre que es muchos hombres, alguien que construyó, a través de la música, el alma de una colectividad que sigue acudiendo a sus canciones para comunicarse con nosotros, sí, pero sobre todo, para comunicarse consigo misma”.

A lo largo de los 14 años que llevamos, he comprobado que sus palabras no son una utopía. La colectividad que cotidianamente llega al museo continúa apreciando su obra, mientras, el compositor, por su parte, parece actualizarse, permitiendo que las nuevas generaciones dialoguen con él.

La casa es el arca, la misma cuna, por eso mi padre intentó recuperarla en dos ocasiones. No pudo conseguir en vida ese sueño; pero hace casi 25 años las circunstancias nos dieron la oportunidad de hacerlo. Muchos arcanos tuvieron que coincidir en la realización del proyecto, pues había que tener arquitectos especializados para llegar a la meta.

Enrique Arellano, dedicado a la restauración en Guanajuato, se ocupó de la investigación histórica y del diseño ejecutivo; Alan Wilckerson de la remodelación, y Jorge Agostoni de la museografía, acondicionamiento y de la restauración del acervo –la mayor parte de dicha colección pertenece al legado de la familia Jiménez-Gálvez y una tercera parte al comodato que el Municipio de Dolores Hidalgo, CIN, tuvo a bien darnos en custodia; ya que necesitaban el espacio del Museo de la Independencia, pues se acercaba la fecha del bicentenario–. Lo escribo rápido y, sin embargo, trabajamos durante diez años para cumplir con el objetivo.

En ocasiones, reflexionar sobre el tema despertó en mí diferentes inquietudes. No obstante, la polisemia encerrada en la palabra “alianza” resonaba de diversas maneras. El punto central sería la participación sanguínea que, desde luego, tiene múltiples interpretaciones. Llevo en mí la sangre heredada por mi padre, pero metafóricamente, la comparto también con los compatriotas. La palabra patrimonio viene del latín pater, que hace referencia a los padres. Así, el patrimonio es la herencia material, histórica y cultural que nos une con las generaciones anteriores, legado del que participa la colectividad y que dejaremos a las siguientes descendencias. Patriarca fue el vocablo que me iluminó en Mal de archivo, de Jacques Derrida, pues es ahí en donde se encuentra la genética del arca o arkhé. Enlazar al padre con la alianza es una revelación que apunta hacia el símbolo en su embrión más primario. Rescatar la casa en la que nació mi padre representó el momento del origen del archivo. Derrida ensueña una ciencia vinculada a una historia de un nombre propio, de una filiación, de una casa… La casa es el archivo, contiene en sí misma ese pasado, esa ausencia y esa memoria. La etimología de archivo significa principio, comienzo y poder que son algunos de los atributos que corresponden a la figura paterna. Desde muy pequeña aprendí a compartir a mi papá, de distintos modos, él se entregaba a la gente; ya fuera mediante su obra o frente al público. No nos pertenecía en exclusiva, José Alfredo se prodigaba y nosotros entendimos que era un ser especial vinculado al mundo de otra manera. No fue un padre tradicional y rutinario. Quizás por eso, desde que inició su carrera, el compositor se autonombró El hijo del pueblo:

“Yo compongo mis canciones pa’quel pueblo me las cante y el día qu’el pueblo me falle, ese día voy a llorar”.

Una casa museo, señala Didi-Huberman: “Es siempre —infatigablemente— una ‘historia en construcción cuyo resultado nunca es enteramente comprensible’. ¿Por qué? Porque cada descubrimiento surge en ella como una fisura en la concepción de la historia, una singularidad en principio inclasificable, que el investigador intentará en el tejido de lo ya conocido, para producir, dentro de lo posible, una nueva concepción histórica de tal acontecimiento”. Serán esos huecos los que nos permitan tejer las historias, enlazarlas y enriquecer los espacios.

Las nueve salas del museo muestran la obra de José Alfredo desde diferentes ángulos y recrean parte de su vida. Cada una lleva el título o uno de los versos de alguna de sus canciones. Nuestra Casa Museo ha sido proyectada hacia el porvenir, abierta a las posibilidades de la historia, un museo vivo que incorpora a la comunidad con diferentes actividades sin afanes de lucro, tejiendo esa red en el pueblo, con sus artesanos, con sus niños y jóvenes; pero también más allá de la frontera, atendiendo necesidades de los migrantes de origen guanajuatense, pensando que la casa patriarcal sea ese principio de unión de nuestra sociedad.

“Yo no quiero saber qué se siente tener millones y millones, si tuviera con qué compraría para mí otros dos corazones para hacerlos vibrar y llenar otra vez sus almas de ilusiones y poderles pagar que me quieran a mí y a todas mis canciones”.

hc

  • Paloma Jiménez Gálvez
  • paloma28jimenez@hotmail.com
  • Estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana, y es Doctora en Letras Hispánicas. Desarrolló el proyecto de la Casa Museo José Alfredo Jiménez, en Dolores Hidalgo, Guanajuato. Publica su columna un sábado al mes.

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